La crisis axiológica
El autor señala la pérdida de valores en la sociedad como causa de los males que la aquejan y reivindica liderazgo auténtico para salir de esta crisis.
Una visión reduccionista y simplista de la realidad social, a escala nacional e internacional, conduce inexorablemente a la confusión de causas y efectos cuando de establecer el diagnóstico de un problema se trata. De esta forma, la droga y la corrupción producen una crisis moral, el irrespeto a la ley y la discrecionalidad administrativa son causa de la crisis ética. El divorcio y el aborto producen un deterioro de los valores familiares.
Sin embargo, y sin desconocer que en lo social hay un continuo proceso de interacción de los hechos y que todos los fenómenos son factor y producto de cambios sociales, lo cierto es que, porque hay una crisis moral, una ausencia de ética y un deterioro de los valores, los resultados son la droga, la corrupción, el irrespeto a la ley y la pérdida del valor familia. Es, en una palabra, la pérdida de lo espiritual, lo que necesariamente se traduce en confusión, desorientación y problemas en lo material.
La gran crisis, por tanto, del hombre contemporáneo es fundamentalmente una crisis axiológica. Algo que tampoco es nuevo, ni original, ni exclusivo de un solo pueblo. A lo largo del tiempo y el espacio, se ha producido repetidamente y se ha manifestado en diversos hechos y campos: económico, político, religioso y social. Nuestros problemas actuales tienen todo que ver con esa crisis radical de valores, de espiritualidad.
La solución, en consecuencia, esta indudablemente unida a una recuperación axiológica. A un rearme ético. A una renovación y reforma moral. Para que el mérito y la excelencia sustituyan al carnet y a la recomendación. Para que el trabajo desplace el facilismo. Para que el esfuerzo se imponga al azar. Para que los delincuentes vayan presos. Para que los hombres honestos sean premiados. Para que la participación valga más que la repartición. Para que la libre iniciativa del ciudadano ocupe el lugar que le usurpó el paternalismo estatal. Para que la norma objetiva prive sobre la subjetiva discrecionalidad del funcionario. Para que lo profesional desplace a lo político en el nombramiento de los jueces. Para que los maestros retornen a las clases y salgan los meros repetidores de información y adoctrinamiento, y se puedan formar nuestros niños y jóvenes en un proceso real y auténtico de educación. Para que cargos y posiciones sean adjudicados por méritos y no simplemente repartidos. Para que la acción del ciudadano sea lo principal y la del Estado la subsidiaria. Para que se protejan y se valoricen niñez, juventud y familia. Para que se estimulen, el buen ejemplo, la responsabilidad y la laboriosidad. Para que el servir sea más importante que el poder, y el ser más que el tener. Para que el hacer se imponga al hablar y el ocuparse al preocuparse.
Para todo este proceso hace falta liderazgo auténtico y voluntad de logro. La base y los actores están esperando. Son todos y cada uno de los ciudadanos honestos. Que son la gran mayoría. Una mayoría sin voz ni eco. Silenciosa y a veces silenciada. Una mayoría que tiene valores reales. Una mayoría con esperanza. Porque sabe que la renovación moral es posible, necesaria y urgente. Eso es todo, y se trata, simplemente, de restablecer la moral de la Nación. ¿Puede, acaso, haber reto de mayor importancia para nuestra generación?
*** José Domínguez Ortega es abogado y fue asesor de la Misión Parlamentaria de Venezuela a la promulgación de la Constitución Española.