El Papa argentino: Dios y el sexo
A Sorrentino le debo la visión de Roma como una ciudad interesante. La industria del turismo la ha convertido en un producto maravilloso pero superficial, agobiante, un parque de atracciones para adolescentes de provincias y familias unidas. Las tres veces que he ido –no sé si en realidad han sido dos– Roma era eterna a ratos: lo sugerente de Roma está en el graznido de las gaviotas, que anticipan un mar que no se ve. Una vez, se desató tal tormenta que casi se ahoga la pequeña Julia, nuestra profesora de Historia en bachillerato, romana y rociera.
El Papa estuvo el miércoles con unos cuantos jóvenes de una diócesis francesa y les habló de sexo. “El sexo”, les dijo, “es un don de Dios”, y supongo que se arrepintió al momento de haber dicho esa frase. A la Iglesia le interesa resguardarse bajo estos titulares porque es un recordatorio a la parte entretenida del mundo de que sigue ahí, viva. En los peores lugares no hace falta recordarlo. Cuida a sus fieles expandiendo la idea de un Dios leve reflejado en Francisco, moldeando el concepto más ventajista de siempre: Dios cabe en cualquier recipiente: ahora es un argentino sin sospechas, amable, espontáneo, simpático, campechano. Siempre me han caído fatal los que imitan el acento argentino.
Lo del sexo como don de Dios contradice el celibato. ¿Cómo alguien que consagra su vida a la Fe renuncia a uno de los dones de Dios? ¿Dios establece unos dones de primera y segunda? ¿No somos todos iguales a los ojos de Dios? ¿Por qué Dios querría apartar un don así de las únicas personas que anclan la volatilidad de su existencia al mundo real? ¿Qué castigo es ese? Luego, el Papa deconstruyó el sexo como algo a evitar si era por “diversión” porque lo “cosifica” confirmando que millones de años después ni siquiera Dios ha entendido al hombre: follar por diversión es lo que nos acerca más a la imagen y semejanza de un creador superior, omnipotente, inteligente. La frontera entre los animales y nosotros es el condón.
Habría estado mejor que el Papa dijera a los adolescentes franceses algo así como “el sexo es el lamentable peaje carnal que hay que pagar para tener descendencia a la que evangelizar. Nosotros no podemos encargarnos. Es vuestra misión en este mundo finito”. Ya me veo como guionista en The young pope.