España es el único país del mundo donde el mayor enemigo de un compatriota ha sido normalmente otro compatriota. Las tropas españolas perdieron la batalla de Guadalete en 711 frente a los árabes, además de por la traición del Conde D. Julián y los hijos de Witiza, porque el Rey D. Rodrigo (un nombre por cierto muy poco godo) estaba ocupado sofocando una rebelión de los vascones en el norte. Resultado: 700 años de ocupación. Es más, la batalla de Poitiers en el 732 (donde se frena la expansión nada pacífica de los mismos musulmanes) ha pasado a la Historia como la salvación de Europa mientras la de Guadalete es ahora interpretada por algunos españoles como un hecho sin importancia, incluso positivo.
En el siglo XVII España pierde su lugar de preeminencia (en la batalla de Rocroy de 1643) en favor de Francia porque en 1640, de forma orquestada, se rebelan Portugal (por presión de Inglaterra) y Cataluña (ayudada por Francia), pasando esta última a dar al rey de Francia mucho más dinero del que le pedía el Conde Duque de Olivares para el sostenimiento del ejército español. Cataluña se arrepintió de su opción poco después (descubriendo que el rey francés era mucho más centralista que el español), pero el mal estaba hecho. Resultado: la Península ibérica se desgaja en dos, y España (y Cataluña) pierde El Rosellón y la Cerdaña (aunque algunos historiadores separatistas manipulen, echando la culpa a la diplomacia española).
En 1833 empieza la primera guerra carlista (habría dos más). El desencadenante fue una aparente vulneración de nuestras tradiciones al permitir que sucediera a Fernando VII su hija (Isabel II) en lugar de su hermano Carlos. En realidad, la tradición española (sobre todo castellana) había favorecido siempre que reinaran mujeres (María de Molina, Doña Urraca o Isabel I). Quien la había vulnerado había sido Felipe V al importar la tradición francesa (y en parte aragonesa), ésta sí machista. Luego se unieron otros motivos religiosos y de defensa de fueros. Resultado: 200.000 muertos, inestabilidad política, crisis económica y derrota en la guerra con Estados Unidos en 1898.
Los intelectuales y los regionalistas llegan al acuerdo de que el único culpable del Desastre del 98 es la propia España
El enfrentamiento entre españoles se extendía a las fuerzas que apoyaban a la Reina Isabel I, por no olvidar que a Prim no lo mataron los carlistas. El 11 de febrero de 1873 el Rey Amadeo de Saboya renuncia al trono en una carta dirigida a las Cortes españolas: "España vive en constante lucha, viendo cada más lejana la era de paz y de ventura que tan ardientemente anhelo. Si fuesen extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados tan valientes como sufridos, sería el primero en combatiros; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles".
La consecuencia fue tratar de establecer una República en España, pero su primer presidente, el catalán Estanislao Figueras, abandonó el poder tras una insufrible e inútil sesión del Consejo de Ministros, el 9 de junio de 1873, proclamando lo siguiente: "Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!". Partió en tren a Francia, marcando lo que sería el trasunto de un régimen que nunca llegó a consolidarse: ¡hasta Jumilla se declaró nación y declaró la guerra a Murcia! El momento histórico donde la guerra entre españoles logó el récord mundial de la ingenuidad y el esperpento, al menos hasta ahora…
Llega un periodo de cierta calma (donde vuelven los Borbones), pero acontece el Desastre de 1898, tras el asesinato incierto de Cánovas del Castillo ejecutado por españoles. Esta crisis, semejante a la que sufre Francia ante la pérdida de Alsacia y Lorena a manos de Alemania, no se aprovecha para rearmar el orgullo nacional herido frente al culpable exterior (los Estados Unidos), como ocurrió en nuestros vecinos. Por el contrario, tanto los intelectuales como los grupos regionalistas llegan al acuerdo de que era la propia España la única culpable de su fracaso, como si unos y otros no fueran también españoles. Surge por primera vez el nacionalismo vasco y resurge el catalán que había pasado dormido desde 1715.
La Historia nos enseña que cuando actuamos divididos perdemos todos, y otros se aprovechan de los despojos
El 14 de abril de 1931 los grupos más influyentes estaban de acuerdo en que el Rey Alfonso XIII (del que algún día se juzgará su reinado con objetividad y sin sectarismos) debía abandonar el trono: la única salida era de nuevo proclamar la República. En ese momento hasta Franco era antimonárquico, por no olvidar que el director de la Guardia Civil que ayudó a la proclamación era el general Sanjurjo. ¿Qué ocurrió para que en cinco años todo se fuera al traste y hasta Ortega exclamase "no es esto, no es esto"? Análisis desapasionados de ese periodo son tan necesarios como escasos. Lo cierto es que el 18 de julio de 1936 empieza nuestra (esperemos última) guerra civil que duraría tres largos años y que enfrentaría a una mitad de España contra otra mitad. Resultado: cientos de miles de muertos, exilio, nos quedamos fuera del conjunto de naciones democráticas (incluidas las Comunidades Europeas) y del Plan Marshall.
Llega la Transición. Surge una generación de políticos que apuesta por la reconciliación y el consenso. España alumbra una Constitución modélica, somos miembros de las Comunidades Europeas, se produce el milagro económico, entramos en el euro y del 20% de inflación en 1978 pasamos al 2% en 2017. Hoy, tomemos la clasificación internacional que tomemos, España figura entre los 20 mejores países del mundo (hay 194 reconocidos por ONU), incluida la corrupción, y en algunas materias (e.g., sanidad o esperanza de vida) entre los dos primeros. Pero justo cuando mejor nos va (aunque debamos aspirar a seguir mejorando) volvemos a las andadas de las guerras entre españoles. ¿Por qué esta manía sempiterna de auto-destruirnos?
No siempre fue así, durante siglo y medio España (de 1492 a 1643) asombró y lideró al mundo, desde las letras, el derecho, las ciencias o el campo de batalla. Entonces actuábamos unidos. Habíamos aprendido la lección que produjo nuestra división en 711. Nos duró siglo y medio. Volvimos a actuar unidos en 1977 y volvimos a asombrar al mundo con una transición pacífica y exitosa en todos los órdenes. Habíamos aprendido la lección de 1936. Esta vez hemos tardado menos de 40 años en olvidar el coste de la división interna.
El pasado 19 de noviembre el presidente de la CNMV señalaba que España estaba perdiendo una oportunidad histórica de atraer a empresas que salen de Gran Bretaña por el brexit. Francia, Alemania, Holanda, Luxemburgo e Irlanda nos ganan la partida. ¿Causa principal? La desconfianza creada por la inestabilidad política que ha generado el proceso independista catalán. La Historia se ha empeñado en enseñarnos que cuando actuamos divididos perdemos todos, y otros se aprovechan de los despojos, pero que cuando trabajamos unidos podemos aspirar a ser los mejores de la clase. Si esto sigue así, hasta Felipe VI podría hartarse de nosotros y abandonar. De nuevo vendría una República sin republicanos ¿o aceptarían a Aznar como presidente?
*** Alberto Gil Ibáñez es escritor y ensayista. Su último libro es 'La leyenda negra: Historia del odio a España' (Almuzara, 2018).