El 27 de diciembre de 1978 la banda terrorista ETA asesinaba en Ondárroa (Vizcaya) a José María Arrizabalaga Arcocha, jefe de las Juventudes Tradicionalistas del Señorío de Vizcaya. Le mataron en la biblioteca municipal donde trabajaba como funcionario. Fue en un día de viento sur y luna llena.
Kepa Aulestia, paisano de la víctima y en sus antípodas ideológicas (fue de ETA y secretario general de la extinta Euskadiko Ezkerra) escribió Días de viento sur, un ensayo en el que analizaba los delirantes mecanismos mentales de los terroristas, que no cambian nunca, ni siquiera en la derrota ni en los tiempos para la reflexión que puede haber durante una larga condena. Para muestra, los verdugos del tradicionalista asesinado.
Por el crimen de Arrizabalaga (y otros) fueron condenados Juan Carlos Gorrindo Etxeandia, José Antonio Etxebarri Ayesta y José María Sagarduy Moja, detenidos en 1980. El primero estuvo en la cárcel 16 años. Salió gracias a eso que los más ultras de la ortodoxia abertzale llamaban “la vía del arrepentimiento”, en agosto de 1996, sin homenajes, pero sin ninguna muestra de arrepentimiento o perdón por sus crímenes.
En sus perfiles biográficos destacan su faceta literaria como autor de diversas obras, con el monotema etarra incluido en varias de ellas, pero no mencionan ni palabra de su paso por la banda terrorista. En la biblioteca de Ondárroa se pueden leer algunos libros suyos, pero no se puede leer nada que recuerde al funcionario asesinado hace 40 años. Los otros dos pistoleros salieron de prisión después de cumplir penas de 22 y 30 años, respectivamente, sin un átomo de pesar por sus crímenes. Hoy los tres viven y pasean sin problemas por sus localidades de origen.
¿Y la familia Arrizabalaga? 17 días después del asesinato se fueron del pueblo y nunca más volvieron. Miguel Ángel Arrizabalaga, hermano de la víctima, había sido alcalde de la localidad pesquera casi ocho años, entre 1969 y 1977, y también diputado provincial. En 1971 le quemaron su perfumería y arreciaron las amenazas. El exregidor ondarrés tuvo que asistir al funeral de dos compañeros suyos en la diputación vizcaína asesinados por ETA: el presidente de la misma, Augusto Unceta-Barrenechea, y el alcalde de Galdácano, Víctor Legorburu.
Carlistas con todos los apellidos vascos votaban en régimen de clandestinidad a partidos de la derecha españolista
Ya exiliado tuvo que acudir en 1979 al funeral de otro amenazado y desterrado: el exalcalde de Bedia y fundador de Alianza Popular en Vizcaya, Luis María Uriarte. Los Arrizabalaga se fueron inicialmente a Alicante, después el exalcalde puso un negocio agroalimentario en Albacete que no dio el resultado esperado. En 1993 recuperó una plaza de funcionario en excedencia que tenía en la diputación vizcaína y volvió para vivir discretamente hasta su jubilación.
El asesinato de José María Arrizabalaga supuso que los que públicamente pensaban como él comenzaran a marcharse de Ondárroa amenazados por ETA, a privatizar su pensamiento o a recurrir al exilio interior por miedo. Otros decidieron resistir al terrorismo nacionalista. Fue una limpieza étnica o una depuración ideológica en toda regla. La Guardia Civil evitó el asesinato de un íntimo amigo de Arrizabalaga, también carlista.
Conviene recordar que los seguidores de la causa de la Legitimidad Proscrita tenían una sólida raigambre en la localidad costera reflejada en las urnas. En las primeras elecciones generales de 1977, Alianza Popular fue la segunda fuerza más votada en Ondárroa. Todavía durante los años ochenta, los votantes de las marcas electorales lideradas por Blas Piñar eran número destacado, por encima incluso del PSOE, en una localidad gradualmente convertida en bastión de los proetarras.
Carlistas que hablaban euskera bastante mejor que castellano, con todos los apellidos vascos, votaban en régimen de clandestinidad a partidos de la derecha españolista más neta. En la intimidad de sus hogares quedaban auténticos museos de la Tradición con fotos del pretendiente Sixto Enrique, boinas, banderas españolas y banderas blancas con el aspa borgoñona.
Durante muchos años la bandera española aparecía sin complejos en numerosos balcones de Ondárroa en fechas señaladas. De puertas adentro de esos balcones no faltaban los recuerdos del crucero Baleares. Resistiendo a la Ley de Memoria Histórica queda todavía un monumento deteriorado en recuerdo de los 18 muertos y desaparecidos del pueblo en el Baleares, cuyo hundimiento fue la única victoria marítima del bando republicano en la Guerra Civil. La villa marinera fue el municipio de España que más voluntarios (48) dio a lo que los carlistas locales llamaban “boina roja de los mares”.
Después de años de silencio, de profanaciones a su tumba, a la familia le toca ahora sufrir el relato de los verdugos
En 1978, los seguidores de la Comunión Tradicionalista intentaban organizarse en Vizcaya con el utópico objetivo de conseguir presentar alguna lista en elecciones locales. Ese mismo año ETA asesinó en Vizcaya a otros tres afines a la causa tradicionalista, repitiéndose la misma historia de destierros y silencios obligados.
Víctor Javier Ibáñez recuerda en su magnífico trabajo Una resistencia olvidada a los tradicionalistas mártires del terrorismo abertzale en el País Vasco y Navarra. Fueron vascos y navarros que con su ideología cuestionaban la legitimidad exclusiva de lo vasco de la que se había apropiado el nacionalismo. El asesinato de José María Arrizabalaga fue la puntilla a las mínimas expectativas que el tradicionalismo tenía.
¿Qué queda de él 40 años después? En el cementerio de Ondárroa una tumba anónima junto a un altar con una estructura de hormigón y una gran cruz. Algunos hemos perdido la cuenta de las veces que ha sido profanada su tumba con pintadas. El pasado 15 de julio, el exconsejero del Gobierno vasco del PNV, Ángel Toña Guenaga, recordando el caso de Arrizabalaga, exponía en un artículo en el diario El Correo esa versión del relato que, desde el nacionalismo, pretende quedar igual de bien con los presos etarras y con las víctimas de éstos o de sus conmilitones de la banda terrorista. Ángel Toña trataba de nivelar a presos y víctimas, como si fueran lo mismo, contando que Arrizabalaga era amigo de su cuadrilla y que el hijo de otro amigo suyo, un terrorista que cumple condena en Francia, recibe sus visitas regularmente.
Es curioso: Toña recorre cientos de kilómetros para visitar regularmente al preso etarra en el país vecino, pero en cuarenta años ha sido incapaz de visitar a la familia de Arrizabalaga que vive bastante más cerca. Reivindica la figura del asesinado por ETA evitando recordar que, en su funeral, fue el único amigo que se opuso a portar el ataúd por llevar la bandera de España, como también fue el único que se opuso a que en una cena de amigos se le recordase colocando una silla vacía en su honor. Hay en ese relato un cinismo absoluto por parte de quien en 40 años ha sido incapaz de recordar verdaderamente al amigo asesinado por ETA. Los más próximos e íntimos no han dejado de hacerlo con una misa anual, con ofrendas florales y oraciones.
El asesinato de José María Arrizabalaga en Ondárroa pone de relieve la ausencia de un recuerdo público en su municipio, más allá del homenaje anual de sus íntimos. Después de años de silencio, de profanaciones a su tumba, a la familia le toca ahora sufrir el relato de los que estuvieron de perfil, de los que nunca estuvieron con las víctimas de la banda, de los que piden el regreso de los presos etarras, pero no de los que se tuvieron que marchar de su tierra.
*** Gorka Angulo es periodista y autor del libro 'La persecución de ETA a la derecha vasca'.