La Vox que clama en el desierto
El autor lanza varias preguntas a la formación de Abascal, que, a su juicio, afronta el peligro de convertirse en un partido más y que ya se asoma al precipicio de las promesas incumplidas.
Los doce parlamentarios de Vox en Andalucía son como las doce puñalás de una copla cañí. El precio que ha pagado el señor Sánchez es demoledor. Ha perdido la finca socialista de la Junta, la herencia, un brazo… la de Dios. No sorprende, por tanto, el estado de excitación depresiva de la izquierda.
Paradójicamente, yo, un anciano de derechas de toda la vida, me veo afectado por una suerte de desencanto. Vox –un testimonial de mis principios y creencias– se ha convertido, brusca e inesperadamente, en un partido político con promesas incumplibles y los riesgos de putrefacción propios de la especie.
Antes de entrar en harina conviene precisar los matices que diferencian a las dos derechas que hoy existen. Por un lado está la de base principalmente católica, la denominada –a tenor de la siempre simplificadora opinión pública– “extrema derecha”. Por el otro: la “progre”, con principios de gran volatilidad, como la bolsa. En cuarenta años de democracia, esta derecha relativista no ha podido desprenderse del complejo de no haberlo pasado mal durante los cuarenta anteriores.
La consecuencia de esta idiosincrasia volátil es una derecha cloroformizada que encara de perfil los verdaderos problemas. Y además lo hace con perfil faraónico porque, debido a una honestidad también volátil, se ha sumado al festín de Baltasar que supone la democracia.
Debido a su honestidad volátil, la derecha se ha sumado al festín de Baltasar que supone la democracia
En este panorama crepuscular, Vox, como la luz de una pequeña linterna culebreando en la tiniebla, irrumpía como un creador de opinión y un despertador de ideas y principios en trance de desaparición. Nunca lo consideré un partido político al uso.
Por eso nunca presté mucha atención a su ideario. Lo que hoy sé proviene de otras fuentes, del dicen que dijo. Una información sólo suficiente para una tertulia de café. Vayamos por partes.
He oído que son anticonstitucionalistas, más o menos como Podemos. No parecen partidarios del sistema autonómico. Me gustaría conocer la opinión de los padres de la Constitución acerca de la deriva del autonomismo. Si se hiciese un referéndum, es posible que hubiera menos españoles autonomistas que republicanos en la II República. No obstante, ¿suprimir las CC.AA no supondría entrar en el juego electoral de negociar con lo imposible?
Otro elemento de debate. Recentralizar la Sanidad y la Educación, aunque parezca casi imposible, tal vez pueda ser un asunto de supervivencia. Vamos camino de diecisiete taifas en una España virtual. El día que esta situación de hecho pase a ser de derecho, este país se convertirá, por ejemplo, en la Federación de Repúblicas Ibéricas u otra majadería por el estilo.
La recentralización tal vez pueda ser un asunto de supervivencia. Vamos camino de diecisiete taifas en una España virtual.
He oído que Santiago Abascal, respecto a los inmigrantes, es tan drástico como Donald Trump. Un Estado real no puede tolerar la violencia, pero uno virtual… ¿quién sabe? Los inmigrantes ilegales son ilegales por la incompetencia de los distintos gobiernos. Además, hay dos razones supremas para dejarlos en paz: la compasión y sus necesidades perentorias. Para más inri, nuestro déficit natalicio crea un vacío que ellos llenan, nos guste o no.
Sobre esto, disponemos de poca información. ¿Qué pasa con los miles de rescatados en las pateras? ¿Somos un país de tránsito? ¿Europa se pone de perfil? Demasiadas incógnitas.
Hablemos de Justicia. Vox es contrario a la Prisión Permanente Revisable y se inclina por volver a la cadena perpetua más clásica. Esto supone la enmienda de sus propios principios católicos. El arrepentimiento y la reinserción del ser humano es posible hasta el último segundo de su vida. No podemos negar esa oportunidad aunque un grueso de los violadores, por ejemplo, sean irredentos por no querer o no poder cambiar.
Comprendo que Vox desconfíe de los revisores de la Prisión Permanente. En esto, como en lo referente a la regeneración, me temo que la Justicia, esa cenicienta, no dispone de medios suficientes para ser eficaz.
No obstante, la acusación de machismo me produce risa floja. No es verosímil que un partido se manifieste agresivo contra el 50% de su electorado. A los que promocionan esa leyenda urbana no les preocupa por qué los hombres matan a las mujeres. La palabra machismo, como ocurre con fascismo, cubre todas sus necesidades clasificatorias.
Esta es la última acusación que he oído contra Vox: les tildan de populismo de derechas. No creo que Abascal, con su actual programa, sus tablas de la ley, consiga gran popularidad. Por desgracia, es más fácil que se cumpla aquello de Ortega y Gasset: “Cuando España deje de ser católica se disolverá como un azucarillo”. Se lo dijo a Manuel Azaña en una sesión de las Cortes con motivo de una ley anticlerical de esas que tanto gustaban al presidente de la República. Al fin y al cabo, la destrucción de España sería como la de la torre de Babel: todos separados y hablando lenguas distintas.
A modo de guinda, me gustaría saber qué opina Vox exactamente acerca de la Memoria Histórica. Espero que la ley de Zapatero no sea la primera de una futura dictadura.
Suenan clarines y atabales. Vox ha despertado a miles de personas que, ciscándose en el voto útil, los han catapultado al albero de la Maestranza. Se terminó el toreo de salón. Que Dios reparta suerte.
***José María García-Mina Tuero es químico.