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LA TRIBUNA

La maldición presupuestaria de Benedetti

El autor denuncia la parálisis institucional por la incapacidad de formar gobierno y la sensación de frustración que ello genera entre los ciudadanos.

2 julio, 2019 02:17

En 1959 publica Mario Benedetti su libro Montevideanos y, entre espacios de ficción y realidad, a la costumbre del escritor, hay un relato titulado El presupuesto, una narración que ofrece una visión, universal por común, de la insignificancia de la vida sin que se apruebe el presupuesto de un país por incompetencia de su propio Gobierno. España misma.

Ante la pasividad, cabe la rebelión organizada o el estoicismo. Y vence en la obra la sumisión. No hay un "I would prefer" como en Melville, sino una resignación antropológica de Mar de Plata y tarde en el Cerro de Montevideo. Acaso la maldita resignación que, de un tiempo a esta parte, abruma la impaciencia benedictina de los españoles ante tanta impasibilidad de hombre tranquilo, por irresponsable, como la que destila el presidente Sánchez

El relato El presupuesto es paradigma de afasia y de estoicismo, de renuncia al movimiento. Toda una reflexión asincrónica que alcanza plena actualidad en la España de la parálisis y de los tronos en juego, que no del juego de tronos. Una España sin presupuesto. Una España a la deriva por su incapacidad institucional para formar gobierno, que se habitúa al desgobierno en plena conjura de los necios. Una España, de iglesias y redondos, que supura tacticismo mientras los españoles juegan a vivir en Liliputh mientras buscan un gigante que los libere de tanto cortoplacismo. No lo merecemos.

Pero volviendo al escritor uruguayo, la narración del relato arranca con una evocación al estatismo, a la fatalidad del hombre común en su oficina: "En nuestra oficina regía el mismo presupuesto desde el año mil novecientos veintitantos, o sea desde una época en la que la mayoría de nosotros estábamos luchando con la geografía y con los quebrados". El narrador acepta resignadamente su destino, pero ansía a la vez que en algún momento todo pueda cambiar. 

La rutina envuelve en el relato una forma de amnesia. Parece que el tiempo diluye la conciencia y la consciencia de los personajes que albergan dudas sobre el significado mismo de los trabajos que realizan: "Un nuevo presupuesto es la ambición máxima de una oficina pública. Nosotros sabíamos que otras dependencias de personal más numeroso que la nuestra, habían obtenido presupuesto cada dos o tres años. Y la mirábamos desde nuestra pequeña isla administrativa con la misma desesperada resignación con que Robinson veía desfilar los barcos por el horizonte, sabiendo que era tan inútil hacer señales como sentir envidia". Así es España en la hora de esta lectura, una isla de nuevo calvinismo en el sur de Europa, sin presupuesto, sobre la que pesa la maldición de Benedetti.

Los españoles juegan a vivir en Liliputh mientras buscan un gigante que los libere de tanto cortoplacismo

Desde ese momento, el relato desciende por el mundo del chisme y de la especulación, un virus violento que asola todas las Administraciones y que en el siglo XXI no tiene todavía cura. Al que descubra la vacuna contra esta pandemia, nadie le podrá negar el Premio Nobel, pero no de Medicina, sino de la Paz: "Otra vez supimos que el presupuesto había sido reformado. Lo iban a tratar en la sesión delpróximo viernes, pero a los catorce viernes que le siguieron a ese próximo, el presupuesto no había sido tratado. Entonces empezamos a vigilar las fechas de las próximas sesiones y cada semana nos decíamos: 'Bueno, ahora será hasta el viernes. Veremos qué pasa entonces'. Llegaba el viernes y no pasaba nada".

El momento crítico, por único, del relato, y, por consiguiente, de sus vidas, es la entrevista que van a mantener con el ministro: "Conversar con el Ministro no es lo mismo que conversar con otra persona. Para conversar con el Ministro hay que esperar dos horas y media y a veces ocurre, como nos pasó precisamente a nosotros, que ni al cabo de esas dos horas y media, se puede conversar con el Ministro". 

Será el secretario quien finalmente les reciba, y daré testimonio de que este lance se mantiene actualmente por experiencia propia. Pero nada altera el margen de expectativa, y la frustración anida nuevamente en la oficina, que queda sumida nuevamente en el sopor y la abulia: "Cuando el jefe colgó el tubo, todos sabíamos la respuesta. Sólo para confirmarla pusimos atención: 'Parece que hoy no tuvieron tiempo. Pero dice el Ministro que el presupuesto será tratado sin falta en la sesión del próximo viernes". El fin del relato soporta la comparación con cualquier momento y lugar, incluso la actualidad de la España de julio de salitre y brea, pues intemporal es el estado de aflicción que embarga a los personajes de la narración del uruguayo.

Esta es la historia del presupuesto. Y no es lamentablemente una acertada ficción, sino que representa una amarga realidad en la España atezada por la ola de calor. En sus crónicas parlamentarias, Fernández Flórez ya lo predicaba de los ministros de Hacienda de la Segunda República: "Chapaprieta ha anunciado que reformará los presupuestos de Marraco, porque no hay tiempo de hacer otros. Marraco había reformado los de Lara. Lara, los de Carner. Carner, los de Prieto. Prieto, los de la Monarquía".

Y Fernández Flórez acaba contando después la historia de una familia pobre, hasta el punto era su pobreza que solo tenían un gabán, el del abuelo, que se iba zurciendo de generación en generación para uso de los descendientes. "Una esperanza mueve los crespones de nuestra tribulación: el señor Chapaprieta es un buen sastre". Sastre y desastre. De Montoro a Montero. Tan lejos, tan cerca.

*** Mario Garcés es secretario de Programas del Partido Popular y diputado por Huesca. 

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