Siete millones de migrantes en el 2020. Esas son las cifras que maneja el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados en el caso de Venezuela. La mayor crisis migratoria en el mundo. En 2019, los desplazados sirios suman 6.7 millones.
Si en Europa están inundados de quienes huyen del horror desatado por la guerra civil en Siria, en América están desbordados con los venezolanos que huyen de su país hasta andando, no de un conflicto armado interno sino de una carestía de alimentos, medicinas y oportunidades sin parangón. No por nada hablamos de la mayor inflación del mundo -adiós, Zimbabwe- y del territorio con mayor criminalidad.
Un informe del Grupo de Trabajo sobre Migrantes Venezolanos de la Organización de Estados Americanos revela que el financiamiento internacional recibido por cada migrante venezolano es de unos 200 dólares. En el caso de los sirios, el monto se eleva hasta los 5.000 dólares por persona.
Colombia ha recibido a 1.408.000 venezolanos, Perú a 768.000, Chile a 288.000 y Ecuador a 263.000, de acuerdo con la ONU. Lenín Moreno, presidente de Ecuador, asegura que acoger a los venezolanos le significa 500 millones de dólares anuales menos al erario de su país. En el caso colombiano, cálculos del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial estiman que la manutención de los refugiados cuesta, aproximadamente, 1.500 millones de dólares al año.
La falta de eficacia en la contención de las oleadas de venezolanos empieza a desestabilizar a Latinoamérica
Una región con países en vía de desarrollo a duras penas puede asimilar en tan poco tiempo a millones de migrantes, pero la escuálida ayuda internacional no tiene esto en cuenta. Aunque la crisis migratoria siria ha sido vista como un problema global, su par venezolana sigue siendo considerada un tema regional. Esta falta de eficacia en la contención de las oleadas de personas que abandonan a diario el desastre desatado por las políticas del régimen chavista empieza a desestabilizar a Latinoamérica.
Tradicionalmente la xenofobia no había tenido cabida en Latinoamérica, y mucho menos en Venezuela. Este país se caracterizó por la constante recepción de extranjeros que buscaban mejores oportunidades económicas o que escapaban de las dictaduras en sus países de origen. Colombianos, peruanos, ecuatorianos, chilenos y argentinos fueron asimilados por los venezolanos sin mayores inconvenientes. De Europa también llegaron españoles, portugueses, italianos y bálticos que contribuyeron enormemente al desarrollo del país que luego derruiría el chavismo.
Sin embargo, ahora que le tocó a los venezolanos pasar las de Caín, el recibimiento no está siendo igual de caluroso. La más reciente expresión de xenofobia se dio en Perú, en donde ya es rutinaria la persecución física, hasta llegar al linchamiento, del inmigrante venezolano. Casos similares se han registrado en Panamá, Chile, Argentina y Ecuador.
Este tribalismo, propio de mentes encajonadas y dormidas, es exacerbado por dirigentes políticos que confunden nacionalismo con populismo.
La crisis migratoria no solo ha sido ignorada por la comunidad internacional. Su responsable, el régimen chavista, ha decidido no hablar de ella en su constante delirio que le lleva a aplicar la teoría de que los problemas se resuelven solos si se les deja ser.
Juan Guaidó coordina con sus embajadores los esfuerzos para aliviar el sufrimiento de los expatriados
Pero resulta que la marejada de gente huyendo de Venezuela no es una moda pasajera. Ante la falta de acción política de Nicolás Maduro, le ha tocado a Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional y encargado de la presidencia de la República, coordinar con sus embajadores los esfuerzos para aliviar el sufrimiento de los expatriados.
A Guaidó y a la Asamblea Nacional se les critica que todavía no hayan logrado sacar a Maduro del poder, pero lo cierto es que los venezolanos sí están mejor desde que el Parlamento coordina los esfuerzos gubernamentales mientras acomete la titánica tarea de remover del poder a las mafias chavistas. ¿Lograrán extirpar el cáncer de raíz? Las probabilidades siguen a su favor.
Todo indica que régimen y gobierno encargado deberán sentarse nuevamente en la mesa de negociación promovida por Oslo, pero no a dialogar infinitamente sino a decidir sobre una propuesta concreta que fue adelantada en estas líneas antes de que Guaidó la hiciese pública: que ambos presidentes se aparten de sus cargos para que un gobierno de transición conformado en el Parlamento lleve las riendas del país hasta la celebración de unas elecciones libres y justas.
Mientras tanto, hay que atender a los millones de migrantes, que no podrán regresar a su país automáticamente al caer Maduro.
*** Francisco Poleo es un analista especializado en Iberoamérica y Estados Unidos.