Durante el mes de diciembre, y tras la renuncia de Chile, se celebrará en Madrid la Cumbre del Clima, una oportunidad para que científicos y políticos se reúnan para enfocar los retos que afectan a todo el mundo relativos al cambio climático. Sin embargo, mucho me temo que, como está ocurriendo en la actualidad, en vez de prestar atención a los argumentos que provienen de la ciencia y de los datos rigurosos, los políticos seguirán pensando en ganar las elecciones y tomar aquellas medidas que generen más titulares, haciendo caso al activismo y a las emociones.
Solo hace falta ver como la ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, ha hecho una invitación a través de Twitter a la afamada Greta Thunberg. Sin tener nada en contra de la famosa niña activista, el cambio climático es un asunto muy serio en el que es necesario hacer análisis concienzudos tanto sobre el presente como del futuro, y dudo de que alguien de 16 años sea capaz de realizarlos, y más sabiendo los intereses que se hayan detrás de su movimiento.
Y es que el activismo político no hace sino alimentar la polarización de la sociedad y alejarnos de la realidad y del pensamiento cabal y crítico. Por un lado, están los escépticos que consideran que la ciencia del clima es una mentira, los cuales toman datos sesgados y puntuales, cuando lo más importante es observar la tendencia para medir el cambio climático y el impacto que tiene sobre este el ser humano. Por otro lado, tenemos a los diferentes colectivos que se presentan en los Fridays for Future, los cuales repiten consignas contra el capitalismo sin ninguna base científica.
Curiosamente, un estudio realizado por los psicólogos Michael Hall y Phoebe Ellsworth y el experto en comunicación y comportamiento social Neil Lewis muestra que justamente aquellos que están más preocupados por el cambio climático tienen un comportamiento menos sostenible que aquellos individuos considerados como escépticos.
Lo primero es aceptar la realidad: el planeta se está calentando y la temperatura podría aumentar 3ºC en 80 años
Es decir, ¿hasta qué punto los que hoy se dicen defensores del medio ambiente realmente lo que persiguen son objetivos políticos? Tomemos el caso de las denostadas bolsas de plástico, cuyo peso en el total de plástico vertido al mar apenas alcanza el 0,8%, además de que según la evidencia disponible, son menos dañinas para el medio que sus pares de papel al emitir entre un 39% y un 68% menos de gases de efecto invernadero. Se está vendiendo un mensaje incorrecto, a saber, cambia tu modo de vida, olvídate del capitalismo, y con la intervención del Estado todo se arreglará.
Sin embargo, si queremos actuar en la buena dirección, en vez de hacer caso a activistas o escépticos, debemos escuchar y entender a aquellos que mueven el debate en la academia y que emplean argumentos a través del uso de la razón, como es el caso del premio Nobel de Economía, William Nordhaus, quien en su libro El casino del clima, editado recientemente por Deusto, aborda de manera posibilista la descarbonización del planeta. La solución: colaboración pública y privada.
Es decir, en la cuestión del cambio climático, lo primero es aceptar la realidad, y es que el planeta se está calentando alrededor de 1ºC desde 1900 y la concentración de CO2 se muestra, según todos los expertos, como el factor responsable de esta tendencia, que continuará en el futuro hasta disparar en 3ºC la temperatura de la Tierra en los próximos 80 años. Es cierto que es difícil hacer predicciones fiables sobre esta cuestión, porque en gran medida estas proyecciones dependen del comportamiento de los seres humanos y, además, entremedias se hallan análisis poco rigurosos que restan credibilidad a los trabajos de calidad.
Por lo tanto, está claro que debemos actuar, pero siempre ponderando costes y beneficios. En relación al clima existen los denominados puntos de inflexión, momentos de no retorno en donde superado cierto límite las consecuencias pueden ser catastróficas. Por ejemplo, en el caso de la agricultura un ligero aumento de la temperatura puede tener como consecuencia aumentos en la productividad, sin embargo, a partir de los 3ºC de aumento se estiman caídas de un tercio en el rendimiento de varios tipos de cosechas.
La solución pasa por crear incentivos y dar libertad económica al mercado para que se adapte a las nuevas reglas
Siendo realistas, y según el propio Nordhaus, dados los costes y los daños del cambio climático, podríamos aceptar aumentos de la temperatura de en torno a los 2,5ºC con a penas consecuencias, dependiendo del grado de participación de los países en los acuerdos sobre el clima y la tasa de descuento.
¿Qué hacer para alcanzar dicho objetivo? La solución pasa por hacer costosas las emisiones contaminantes, ya sea a través de un impuesto pigouviano o a través de la creación de un mercado global de derechos de emisión. Es decir, es necesario crear los incentivos necesarios para que aquellos que generan una externalidad negativa como es la contaminación se responsabilicen de sus actos.
Con los recursos obtenidos por este impuesto podrían aplicarse rebajas fiscales e innovaciones dentro de las políticas públicas encaminadas todas ellas a facilitar el desarrollo de nuevas tecnologías que reduzcan el impacto que tiene el ser humano sobre el medio ambiente. No por casualidad, son los países que más apuestan por la economía de mercado los que ofrecen mejores datos de calidad ambiental, gracias a que pueden fomentar procesos productivos más eficientes, como es el caso de Estados Unidos, en donde se está reduciendo la intensidad del uso del carbono a un ritmo del 2% anual.
En resumen, es necesario actuar ante el cambio climático, pero debemos alejarnos de los demagogos y populistas de izquierdas y de derechas. La solución pasa por crear incentivos desde las administraciones y dar libertad económica al mercado para que se adapte a las nuevas reglas de juego. Es decir, política basada en evidencia, no en el activismo; capitalismo y crecimiento para transformar nuestra manera de relacionarnos con nuestro entorno y reducir nuestro impacto negativo.
*** Santiago Calvo López es doctorando en Economía por la Universidad de Santiago de Compostela e investigador en el Instituto Juan de Mariana.