Hong Kong no debe morir
Los autores denuncian las maniobras de Pekín para aplastar la resistencia democrática en Hong Kong aprovechando la crisis de la Covid-19.
En el mar de represión que es la República Popular China, Hong Kong se alza como una isla de libertad que amenaza el monopolio ideológico, político y económico del Partido Comunista Chino. Tras varios intentos frustrados en la última década, Pekín cree haber encontrado en la crisis de la Covid-19 la ocasión perfecta para terminar de someter al pueblo hongkonés.
Tras 150 años bajo dominio colonial británico, Londres y Pekín acordaron la vuelta en 1997 de este territorio autónomo al control chino. Conforme al compromiso “Un país, dos sistemas”, China asumió las competencias en materia de exteriores y defensa de Hong Kong, pero comprometiéndose a respetar las particularidades de la isla: un modelo de economía capitalista, su propio sistema jurídico, una forma de gobierno cuasidemocrática y libertades civiles de expresión y reunión garantizadas en la Basic Law, una suerte de miniconstitución.
Durante años, Hong Kong y Pekín mantuvieron un delicado equilibrio, favorecido por el acceso a los mercados internacionales que la isla le otorgaba al régimen chino. Pero un sistema comunista no iba a consentir por mucho tiempo el éxito de un modelo político y económico contrario a sus principios ideológicos.
Con el tiempo, el espectacular crecimiento chino y el desarrollo de nuevos centros industriales en el país fue diluyendo el peso relativo de Hong Kong en su economía. Igualmente, la tradicional prudencia en el plano internacional y el equilibrio de poderes en el seno del Partido Comunista dio paso a una China más asertiva en el exterior y represiva en casa, controlada cada vez con mayor firmeza por un solo hombre: Xi Jinping.
Esa recobrada confianza en sí mismas permitió a las élites comunistas dar los primeros pasos para laminar el particular modo de vida de la isla, pero el pueblo hongkonés ha demostrado una y otra vez su voluntad de no quedar sometido al rodillo comunista.
China ha anunciado un proyecto de ley de seguridad nacional que criminalizaría de facto las protestas en Hong Kong
La polémica ley de extradición propuesta el año pasado por la Jefa Ejecutiva, Carrie Lam, desató una oleada de descontento popular que forzó finalmente su retirada. Este triunfo de la sociedad civil hongkonesa, sumada a la espectacular victoria de los candidatos prodemocracia en las elecciones locales de noviembre, puso en evidencia los límites del control chino.
Pero entonces, y en ese punto estamos ahora, llegó la pandemia de la Covid-19 y se transformó en una nueva oportunidad para aplastar la resistencia democrática en Hong Kong.
La respuesta china al comienzo del brote estuvo marcada por el secretismo y la persecución de quienes alertaban de la magnitud de lo que estaba sucediendo, hasta que se hizo imposible seguir ocultando la escala de la catástrofe. Contenida la pandemia y silenciada la crítica internacional con una hábil “diplomacia de las mascarillas”, China ha salido reforzada de esta crisis, y busca ajustar cuentas con Hong Kong.
Mientras el mundo se esfuerza en responder a la emergencia médica y económica, para la que dependemos sobremanera de la importación de material médico desde China, el primer ministro Li Keqiang anunció el pasado viernes un proyecto de ley de seguridad nacional que criminalizaría de facto las protestas en Hong Kong.
Esta ley constituye un ataque directo contra el principio “Un país, dos sistemas”, al violar el precepto de la Basic Law que otorga al parlamento hongkonés la competencia para la adopción de dicha norma. Esta maniobra supone además un duro golpe al movimiento democrático, a pocos meses de las elecciones legislativas.
Miles de personas se han echado ya a las calles de Hong Kong para protestar contra este último asalto chino a su autonomía. Pekín, por su parte, ha amenazado con intervenir militarmente para defender sus intereses en la isla.
La UE debe condenar y responder con firmeza frente a cualquier ataque contra la autonomía y las libertades de Hong Kong
La Unión Europea debe condenar y responder con firmeza frente a cualquier ataque contra la autonomía y las libertades de Hong Kong. Las implicaciones de no hacerlo serían catastróficas para la defensa de la democracia en el mundo, y aceleraría una preocupante tendencia geopolítica que la Covid-19 ha intensificado.
Los derechos civiles y políticos de los hongkoneses están profundamente anclados en su identidad. China solo podría someter a la isla mediante un nivel de represión sin precedentes desde la masacre de Tiananmén. La previsible condena y aislamiento internacionales, liderados por un Estados Unidos deseoso de “desacoplarse” de Pekín, perjudicaría a una economía china, que ya antes de la crisis del coronavirus mostraba síntomas de ralentización.
Si Xi Jinping no puede seguir ofreciendo a su pueblo la perspectiva de un futuro mejor es probable que el líder comunista recurra al nacionalismo y la amenaza del “enemigo exterior” para movilizar a la sociedad y acallar las críticas. Dado el peso económico, demográfico y militar chino, este es un escenario que Europa debe evitar a toda costa.
Un Hong Kong que preserve su autonomía y libertades, dentro del modelo “Un país, dos sistemas”, seguiría actuando de freno al creciente autoritarismo de Pekín y como modelo a seguir para una nueva generación que quizá lidere la democratización futura de China.
Hong Kong y sus activistas son un ejemplo para el mundo. Ante este ejemplo, la Unión Europea debe ejercer de una vez por todas el papel que le corresponde. Donde haya totalitarismo, Europa debe forzar libertad.
Aún estamos a tiempo de ayudarles. Por Hong Kong, y por Europa.
*** José Ramón Bauzá es eurodiputado de Ciudadanos y Joey Siu es activista y líder estudiantil hongkonesa.