El superpoder de Trump es que no importa cuán vulgar, escandaloso o reprensible sea, porque su núcleo duro de seguidores sigue adorándole mientras el resto de nosotros se retuerce de agonía. Esto falsea todo pensamiento convencional sobre la comunicación política.
Ahora recuerdo con cariño cómo Mitt Romney metió la pata en una rueda de prensa cuando dijo que tenía “folios llenos de mujeres” entre los que elegir para su futura Administración. En ese momento no lo consideré como algo sexista, pero causó más daño que el famoso “agarrarlas por el coño” de Trump. Las reglas convencionales no se aplican a este hombre, pero finalmente podrían volverse contra él.
La razón por la cual la vulgaridad no le ha afectado a Trump como a otros políticos es que a él no le importan los votantes que no pertenezcan a su base leal, a su núcleo duro. La mayoría de candidatos hacen lo que yo llamo un “baile hacia el centro” después de ganar las primarias en un esfuerzo por atraer a votantes independientes que son necesarios para llegar a la Casa Blanca. Trump no.
Él dobló la retórica con la que ganó las primarias republicanas y desde entonces ha gobernado para su tribu. Por supuesto, Trump ganó pese a esta estrategia en 2016, pero fue una victoria electoral justa y precaria. No me canso de recordar al mundo que perdió el voto popular por 3 millones de diferencia.
Con un margen tan estrecho, cualquier presidente normal hubiera abogado por una política de unificación que gobernase para todos. Trump no es un presidente normal, pero hasta ahora no le ha ido tan mal. Ha mantenido un nivel bajo pero constante de aprobación entre el electorado de entre el 40% y 45%, con dos picos de 49% a principios de año.
Su apoyo entre los votantes blancos se está desangrando, lo cual es significativo: son su base electoral
Sin embargo, la pandemia y los disturbios civiles parecen ser su kryptonita. Este no es un presentimiento mío, ni una opinión basada en mi muro de Facebook, está respaldada por los números. Hay datos muy interesantes del New York Times y Siena College que se centran en seis Estados decisivos que Trump ganó en 2016: Michigan, Wisconsin, Pensilvania, Florida, Arizona y Carolina del Norte. El probable candidato demócrata y ex vicepresidente Joe Biden actualmente lidera en todos ellos con victorias amplias de 6 a 11 puntos.
Como la estrategia de Trump ha sido complacer a un grupo reducido para disgusto de todos los demás, cualquier victoria que pueda lograr en noviembre depende aún más de ganar en esos seis Estados. Times-Siena también hizo una encuesta que muestra a Biden liderándolos por la friolera de 14 puntos, con un 50% del voto frente a un 36%. Pero como bien sabemos, la futura nominación de “presidente de los Estados Unidos” se conseguirá ganando Estados.
¿Por qué deberíamos creer ahora las encuestas que fallaron tan miserablemente en 2016? Buena pregunta. La respuesta es que sigue siendo nuestra mejor herramienta para medir cómo están las cosas en este momento. Sin embargo, no son muy fiables, ya que pueden pasar muchas cosas de aquí a dentro de cuatro meses, cuando se celebren las elecciones.
Dicho esto, las encuestas nos dicen que, más allá de su superpoder, es posible que Trump pierda. Algunos analistas aseguran incluso que es posible que Biden arrase. Pero la mayoría de Demócratas sufren TEPT (Trastorno de Estrés Postraumático) desde 2016 y prefieren no entusiasmarse con ningún número hasta que lleguen las elecciones y el resultado sea real. Tienen razón y deben correr asustados hasta que crucen esa línea de meta.
¿Quién abandonará a Trump? Esta pregunta es aún mejor. Para empezar, no tenía mucho apoyo entre los votantes afroamericanos y latinos, y esos números se mantienen. Su apoyo entre los votantes blancos se está desangrando, lo cual es especialmente significativo teniendo en cuenta que son su base electoral.
Los blancos sin títulos universitarios siguen apostando por Trump con un margen del 16%, que está muy por debajo del 26% de 2016. Por otro lado, los votos de blancos con estudios universitarios otorgaron a Clinton un 6% en 2016 y ahora Biden tiene una ventaja del 21% entre esos votantes.
Su inestable manejo de la pandemia ha hecho que los blancos mayores de 65 años prefieran a Biden
Pero probablemente la figura que puede condenarle es la de los blancos de 65 años o más. Esta gente tiende a votar al Partido Republicano y son la razón por la cual el partido no se ha derrumbado por completo. Estas personas favorecieron a Trump en 13 puntos porcentuales en 2016, pero ha habido un giro de 19 puntos, y ahora Biden tiene un 6% de ventaja entre ellos.
Estamos ante un giro asombroso de los acontecimientos, y las entrevistas del Times con estas personas revelan que el cambio tiene que ver con el manejo inestable que ha hecho Trump de la pandemia y con su desinterés por unificar al país ante las protestas de Black Lives Matter y los disturbios sociales.
Pero, de nuevo, la división ha sido su estrategia: desde convertir la mascarilla en un símbolo ideológico hasta limpiar violentamente las calles de manifestantes no violentos en el Parque Lafayette para sacarse una foto con una Iglesia y una Biblia. El ex asesor de Obama, David Axelrod, lo resumió bien cuando dijo que Trump está “reduciendo su voto para entusiasmar a su base”.
Los números dibujan una imagen ominosa para Trump, pero aún quedan cuatro meses para las elecciones. La pandemia sólo empeora en EEUU y aunque el movimiento Black Lives Matter empieza a perder fuerza, la violencia policial contra los afroamericanos continúa, por lo que seguramente volverá a levantar su fea cabeza y a provocar una nueva ola de protestas.
Algunos republicanos y los expertos de Fox News han planteado la idea de que Trump podría abandonar la carrera, pero yo diría que no es una posibilidad. Pinta mal para el hombre naranja. Ha mostrado tanta maldad que revuelve el estómago, pero, si bien cabe pensar que es vencible, es imposible darlo por muerto.
*** Alana Moceri es experta en relaciones internacionales, escritora y profesora de la Universidad Europea de Madrid.