No es racismo, es probreza
El autor sostiene que el racismo, la xenofobia y los conflictos identitarios no son en realidad la clave de la discriminación, sino la posición social y económica.
"Llega el Fin del Mundo: las mujeres, los afroamericanos y los gais los más perjudicados". Esta es la broma que, con unas palabras parecidas, publicó The New York Times hace unos años para llamar la atención de sus lectores a propósito de los abusos que se están cometiendo bajo el paraguas de las políticas identitarias.
Según Francis Fukuyama, hoy resulta imposible entender el juego político y social si no se hace desde la óptica de la identidad. Identidad y corrección política forman parte de un continuum cuya intersección está completamente difuminada. Me he preguntado varias veces qué fue primero: el fenómeno de la corrección política o el maldito juego de las identidades. A la conclusión que llego —quizá esté equivocado— es que todo empezó a través de la exacerbación de las identidades.
Cuando, en 1949, Simone de Beauvoir publicó la segunda parte de su libro El segundo sexo, que llevaba por subtítulo La experiencia vivida, se empezaron a establecer las bases conceptuales de las políticas de identidad. Fue ella, la pareja de Sartre, la primera en decir que había que tener identidad femenina (ser mujer) para poseer la legitimidad que permite decir ciertas cosas.
Si el lector lo piensa bien, muchos de los debates que actualmente se plantean no son del tipo “estos son mis argumentos, pero estoy dispuesto a escuchar los tuyos para ver quién de los dos tiene razón”, sino “has ofendido mis sentimientos en cuanto que X, sólo quienes somos X estamos capacitados para experimentar lo que significa ser X”.
El relato identitario se afianza sobre la idea marxista de opresión. Beauvoir decía que el concepto de mujer era un producto elaborado por los hombres, que solo tenía en cuenta a la madre, la esposa, la hermana, la hija; pero no a la propia mujer, en sí misma considerada. Y lo justificaba al considerar que la mujer siempre ha estado sometida a los representantes del otro sexo.
El identitarismo femenino fue el primero, pero al poco tiempo vino el racial —y junto con él, el migratorio— y poco después el relacionado con las orientaciones sexuales. En la intersección entre las décadas de los cincuenta y de los sesenta del siglo XX, eclosionaron los movimientos identitarios negros en Norteamérica y, por reflejo, en Europa y en el propio continente africano, donde se había iniciado un poderoso movimiento descolonizador, que alcanzó su punto de no retorno durante la Guerra de Argelia.
Esta contienda fue el mortero en el que por primera vez se amalgamaron las políticas identitarias. En él se vertieron lo negro y lo árabe y, como ya dije, se añadió el componente femenino —que ya llevaba tiempo extendiéndose gracias a Beauvoir y algunas de sus seguidoras—; por último, se agregó el relacionado con la orientación sexual, que ahora se llama género (e incluso transgénero).
El racismo, la xenofobia y el resto de conflictos identitarios son un trampantojo: la clave es la posición económica
Como probablemente recuerden muchos lectores, Adivina quién viene esta noche es un filme norteamericano rodado en 1967, con una elegante interpretación de Spencer Tracy y Katherine Hepburn, que trata sobre la situación que se plantea cuando la hija de una liberal y acomodada familia de raza blanca norteamericana decide llevar a cenar a casa de sus padres a su novio, un brillante médico e investigador (interpretado por Sidney Poitier); pero, que es negro.
A pesar de que el asunto central de la película parece ser el racismo todavía imperante en la sociedad norteamericana de mediados del siglo pasado —y, por consiguiente, los conflictos interraciales—, si se escuchan con detenimiento los diálogos, aparte del tema rotundamente explícito en la alocución que hace el padre de la joven antes de que todos los personajes se adentren en la estancia donde cenarán juntos y se acabe la película, el argumento de peso que permite a los padres aceptar al novio de su hija es el relacionado con la posición social y económica de este último.
¿Qué hubiera ocurrido en una situación así si el novio que la hija presenta a sus padres, de clase alta, hubiera sido un honrado, pero humilde, peón de albañil, o el repartidor de carne, de raza blanca, que aparece en la misma película y que entra por la puerta de la cocina al tiempo que le tira los tejos a la atractiva asistenta negra de la familia? En ese caso —ya sé que estamos hablando de un argumento diferente—, en mi opinión, como decimos los abogados, no habría caso, ni siquiera se hubiera podido plantear la situación porque, por muy liberales que fuesen los padres, no hubieran estado dispuestos a casar a su hija con un cualquiera.
Como advierte el politólogo arriba mencionado, "ser pobre es ser invisible a los ojos de los demás seres humanos". En ello radica la verdadera indignidad actualmente en Occidente. El racismo, el generismo, la xenofobia, así como los restantes conflictos identitarios, son un trampantojo. El único principio que de manera indiscutible impera en nuestra sociedad es el que se atribuye al emperador Vespasiano cuando dijo a su hijo Tito "pecunia non olet"; esto es, el dinero no huele.
Jamás he visto a un musulmán, a un negro, a un judío o a un gay ser expulsado de un restaurante o de cualquier otro lugar por motivos raciales, sexuales o religiosos. Más bien al contrario, he podido contemplar a un acaudalado árabe, rodeado de sirvientes y mujeres enfundadas en su respectivo hiyab, chador o burka, acaparar plantas enteras de hoteles de lujo, o varios camarotes en cruceros y transatlánticos, o aterrizar en zonas acotadas de los aeropuertos tras descender de su avión privado; también he coincidido con familias "de color" visitando las tiendas de la calle Serrano de Madrid, de la Via dei Condotti de Roma o de la Avenue Montaigne de París, así como he visto descendientes de africanos en las sastrerías de Savile Row de Londres. Y es conocido que determinadas agencias de viajes procuran atraer la clientela gay por su, en muchos casos, elevado poder adquisitivo o, como mínimo, de gasto. Por tanto, ¿de qué estamos hablando? ¿Hay alguna cosa que hoy no pueda comprar el dinero?
Si “Barcelona es bona si la bolsa sona”, ¿dónde demonios se encuentra la discriminación? Sin embargo, sigo sin ver obreros metalúrgicos alojados en hoteles de cinco estrellas, fontaneros cenando con frecuencia en restaurantes con al menos una Estrella Michelin, ni a ninguna cajera de supermercado viajando a Sidney para ir a la ópera. Y, en muchos casos, seguro que no es por falta de ganas, porque el refinamiento es algo que se adquiere practicándolo. Incluso los pobres deberíamos tener derecho al buen gusto.
La corrección política es una amenaza para las democracias por privarlas del libre intercambio de opiniones
Por tanto, la farsa del supuesto racismo no es más que una manipulación. Descatalogar Lo que el viento se llevó ni valida el presunto racismo actual de las sociedades occidentales (que, salvo algún caso aislado, brilla por su ausencia), ni hace desaparecer lo que ocurrió en América hace más de un siglo. Resulta más fácil entretener a la gente con disputas racistas, xenófobas y genéricas que explicarle porqué disminuye el grosor de la clase media. El único lugar del mundo donde ha empezado a crecer es en China, pero por razones muy particulares que ahora no cabe explicar.
Un nutrido número de intelectuales norteamericanos acaba de suscribir un interesante documento en Harper’s Magazine que se titula A Letter on Justice and Open Debate. En mi opinión, se trata de un texto muy relevante por dos motivos, a saber: el primero, porque son más de ciento cincuenta escritores y académicos de primer nivel los que lo suscriben, predominantemente de izquierdas, junto con algunos no necesariamente adscritos a ninguna tendencia política y algún que otro conservador; el segundo, porque es la primera vez que se alza la voz de una manera tan clamorosa contra la dictadura de la corrección política.
Los abajo-firmantes, entre los cuales se encuentran figuras tan destacadas como Noam Chomsky, Margaret Atwood, Salman Rushdie, J.K. Rowling o Garry Kasparov, llaman la atención sobre lo que unos cuantos llevábamos algún tiempo diciendo desde diversas tribunas: que la corrección política es una de las mayores amenazas para las democracias occidentales por privarlas de algo tan básico como es el libre intercambio de opiniones. El libre mercado de las ideas, según la frase acuñada por el juez Holmes.
Ya sé que, en un ejercicio de equidistancia, los autores de esta carta sitúan a ambos lados de la amenaza contra la libertad de expresión tanto a Trump como a la susodicha corrección política; pero lo nuevo es esto último. Las críticas intelectuales contra el presidente norteamericano se han convertido en una especie de lugar común; lo llamativo es que los intelectuales de izquierda, algunos de los cuales, durante su juventud —voluntaria o involuntariamente— contribuyeron al levantamiento de la llamada “nueva ortodoxia”, se hayan posicionado de esta manera tan clara y, sobre todo, abrumadora.
Alguien comentó la carta de los intelectuales norteamericanos como si se tratara de una regañina de viejos anquilosados, incapaces de saber manejarse en las redes sociales, contra los jóvenes valores del periodismo, las universidades y la literatura actuales. Pero esto es lo mismo que coger el rábano por las hojas y desconocer lo cercenador que está llegando a ser el extremismo identitario y lo perjudicial que resulta para el progreso de nuestras sociedades. De hecho, como hemos advertido algunos, coincidiendo con Fukuyama, Pinker o Lilla, también firmantes del documento, la corrección política supone un paso atrás respecto de muchas de las conquistas alcanzadas durante los últimos doscientos años.
Todos sabemos que Orwell fue el primero en vislumbrar los peligros de la corrección política, que se ha venido construyendo tras el final de la Segunda Guerra Mundial; también fue quien antes que nadie escribió que sustituir una ortodoxia por otra no significa necesariamente un avance.
*** Juanma Badenas es catedrático de Derecho civil de la UJI, ensayista y miembro de la Real Academia de Ciencias de Ultramar de Bélgica. Su último libro es 'La Derecha. La imprescindible aportación de la Derecha a la sociedad actual' (Almuzara) y está próximo a publicarse 'El fin de la corrección política' (Ediciones Insólitas).