Poco antes de que la actividad editorial se frenase en seco por la declaración del estado de alarma, salieron publicadas las memorias de Mercedes Formica (Cádiz, 1913-Málaga, 2002) en la editorial Renacimiento. Se cumplía así el deseo de la autora que no pudo ver realizado en vida: agrupar en un solo tomo los tres libros que resultaron de la extracción de sus recuerdos, bajo el título de Pequeña historia de ayer: Visto y vivido (Planeta, 1982), Escucho el silencio (Planeta, 1984) y Espejo roto. Y espejuelos (Huerga y Fierro, 1998).
El marco cronológico por el que discurren estas experiencias va de 1931 a 1958, desde la proclamación de la II República hasta el año en el que se produce la histórica reforma del Código Civil, impulsada por la propia Formica, en pleno franquismo.
La República, la Guerra Civil y la posguerra son elementos del eje central al que se acogen numerosos estudios científicos y literarios. Varias son las producciones que se publican en España que terminan o, sobre todo, empiezan a partir de la contienda. Es indudable la atracción que existe por conocer la situación que vivió el país cuando a duras penas se sobrevivía.
Mercedes Formica no solo escribe sobre lo que le confiaron o conoció por fuentes indirectas, sino que la escritora, jurista e historiadora gaditana fue testigo excepcional de estos períodos claves de la Historia de España, y afronta su relato con sinceridad y objetividad. Se trata, por tanto, de una voz autorizada que recorre ambientes y contextos sociales, políticos, culturales e intelectuales de aquella España dividida en vencedores y vencidos, con ánimo de conciliación y de justicia.
Decepcionada por cómo la Ley de Divorcio de 1932 trataba a las mujeres y con inquietudes políticas, Formica decidió afiliarse a Falange Española, sin saber que estaba condenándose para la posteridad.
Aunque resultase un avance en la materia, dicha ley mantuvo el ignominioso y antiguo precepto del “depósito de la mujer casada”, al considerarse el domicilio conyugal “casa del marido”. De modo que, al producirse el divorcio de sus padres en el otoño de 1933, la madre debió abandonar Sevilla, donde vivía la familia, y marcharse a Madrid, por determinarlo así el padre, acompañada de sus cuatro hijas. La otra posibilidad era pasar el depósito en un convento.
Ella sabía mejor que nadie que su nombre iba a ser silenciado y su obra olvidada para las nuevas generaciones
Ocurría esto el tiempo que durase el proceso que, según la abogada, podía alargare entre siete y nueve años. El matrimonio tenía un único hijo varón, de seis años, que acordaron internar en un centro de Gibraltar y que pasara las vacaciones alternativamente con sus progenitores, cláusula que no se cumplió para la madre, la cual tuvo pocas oportunidades de estar con su hijo y este con sus hermanas, por decisiones del padre, que tenía la patria potestad, y que el juez aceptaba. Eran las consecuencias de una ley hecha por y para los hombres.
Estuvo en Falange tres años, de 1933 a 1936, y desde el Sindicato Español Universitario, concretamente, desde la rama femenina, distinta a la Sección Femenina (era el único lugar del movimiento desde el que se podía hablar de libertades).
El fusilamiento de Primo de Rivera el 20 de noviembre de 1936 por el gobierno republicano y el decreto de unificación de abril del 37, mediante el cual Franco unía fuerzas para hacerse con la victoria en la contienda, y que Formica denominó el “albondigón; una amalgama monstruosa”, produjeron en ella un desengaño ideológico integral y nunca más participó de la política ni hizo uso de su pasado falangista para ninguna actividad profesional o cultural.
Sin embargo, el hecho de no precisar su implicación falangista provoca que se piense, como lamentaba ella, que era poco menos que Hitler, cuando solo era una joven universitaria. Al mismo tiempo, existen sectores interesados en hacer uso de su apasionante vida para presentar una cara amable del franquismo o de la Falange postjoseantoniana, como si desde estos espacios se hubiese apostado alguna vez por la igualdad de derechos y oportunidades entre los sexos, que es lo que la abogada hizo siempre, y, además, la presentan como una falangista perpetua, pasándose por alto las palabras de la propia interesada.
El caso de Formica no resulta contradictorio si se conoce bien su trayectoria vital, y, para ello, están las memorias que nos dejó, porque ella sabía mejor que nadie que su nombre iba a ser silenciado y su obra olvidada para las nuevas generaciones, como si no hubiese existido. Por eso, para abrir el tercer tomo, Espejo roto. Y espejuelos, utilizó la siguiente frase de Ramón Gómez de la Serna: “En este país que entierra en secreto a los precursores, que no hay críticos y todo es rebatiña, es uno mismo el que ha de escribir las fechas de sus rebeldías”.
Y eso fue ella, una rebelde de y con su época, una pionera, defensora de los más débiles, en aquel momento, la infancia y las mujeres, que solo podían consentir sin revelarse (sin mostrarse, sin manifestarse, sin descubrir los sufrimientos que padecían), porque rebelarse ya era mucho.
No puede entenderse tanta desconsideración: elevó a debate nacional la violencia machista en plena dictadura
Primera mujer en estudiar el bachillerato en su colegio religioso, de las primeras mujeres matriculadas en Derecho de la Universidad de Sevilla en el curso 1931-1932, y por tanto, de Andalucía, casada por amor y no por colocación, como era lo habitual en la época, y en dos ocasiones, licenciada en Derecho por la Universidad Central de Madrid, estando ya casada, abogada en ejercicio a principios de los 50, siendo una de las tres juristas dadas de alta en el Colegio de Abogados de Madrid, articulista en la prensa de la época, escritora y directora de revistas literarias y culturales…
No puede entenderse tanta desconsideración hacia su figura, tanta invisibilidad. La abogada elevó a debate nacional la violencia machista en plena dictadura y sus reclamaciones fueron difundidas en la prensa nacional e internacional (Time, The New York Times, The Daily Telegraph).
Arrinconada por la Sección Femenina por no ser “trigo limpio” (porque lo era), sectores poderosos quisieron quitarla de en medio en tres ocasiones. Sus críticas al franquismo fueron notables, y también a la Iglesia católica. Vivía en una dictadura añorando su etapa universitaria en la Sevilla intelectual y republicana, con profesores formados en la Institución Libre de Enseñanza, que abrió las puertas a la educación superior femenina y entendió que la instrucción de la mujer era necesaria para el progreso del país.
Recorrió foros, radios, sedes de periódicos, escribió novelas combativas, como Bodoque y A instancia de parte (editadas por Renacimiento en 2018), hasta que logró audiencia con Franco, le expuso sus inquietudes y consiguió que, el 24 de abril de 1958, se modificaran 66 artículos del Código Civil, la primera reforma llevada a cabo para incluir derechos a las mujeres desde su promulgación en 1889, la llamada “reformica” por Antonio Garrigues, en su honor y no por pequeña e insignificante. Afectó al Código de Comercio, Código Penal y Ley de Enjuiciamiento Civil. Fue la base de posteriores reformas. Todo suma en la conquista de derechos.
De todo ello habla este volumen de 716 páginas, con un apéndice al tercer tomo, Espejo roto. Y espejuelos, en el que se presentan textos de la época que descubren su feminismo y su lucha contra las injusticias, como el insigne artículo "El domicilio conyugal", con el que comenzó su campaña en 1953, la recensión que hizo en 1950 de El segundo sexo de Beauvoir, cuando era de difícil circulación en España, prohibido por el Vaticano, y en la que se mostraba a favor de las tesis de la filósofa francesa y, por tanto, en contra del modelo de mujer de la Sección Femenina, y otros tantos, como la repercusión internacional de su lucha.
Existe una deuda de gratitud con Mercedes Formica. En octubre de 2015, el Ayuntamiento gaditano ordenó retirar el busto que tenía en la plaza del Palillero, según se dijo, por "fascista y fiel al modelo de mujer del franquismo". Nada que ver.
Por fortuna, el Ayuntamiento de Madrid, dirigido por Manuela Carmena, le dedicó una calle en 2018, por su compromiso con los derechos de las mujeres casadas víctimas de violencia. Olvidada por el feminismo oficial, su obra suena a igualdad, tolerancia, libertad, y a Cádiz.
*** Miguel Soler Gallo es doctor por la Universidad de Salamanca, editor de las memorias e impulsor del legado de Formica.