Pulso a pulso dentro del Gobierno, ya sea por los desahucios o por la política migratoria frente a Marruecos, con el Polisario y la ONU como espejismos que no dejan ver la presión que ejerce Argelia por el contrato del gas, las diferencias entre los socios a la fuerza son más estéticas que reales. Pedro y Pablo son dos aceptables actores y dominan la escena.
Pelear por mantener las actuales normas sobre desahucios y presionar para estar en el Comité que decida el reparto de los 140.000 millones de ayudas europeas le sirve al líder de Podemos para contentar a los suyos y mantener un discurso propio frente a los futuros votantes. Política de patio de colegio mientras que la gran política, la que de verdad decide el futuro de los países y sus ciudadanos la sigue controlando Pedro Sánchez a través de las dos mujeres clave en su equipo: Nadia Calviño y María Jesús Montero. Economía y Hacienda, el mundo del gran dinero y el que negocia de verdad con Bruselas.
De las fusiones bancarias Pablo Iglesias no sabe o no quiere saber; del futuro tecnológico y la posición del Estado, en Unidas Podemos no saben o no quieren saber; del futuro del Frob y de la Sepi, menos de menos. Esas claves, ese poder real, esas decisiones que afectarán a decenas de miles de españoles están reservadas al núcleo de poder en Moncloa.
Por esa razón a Europa no le molestan las declaraciones del socio minoritario en el Gobierno. Tampoco molestan al PNV, que tiene hilo directo con sus colegas europeos. Y en el terreno terrenal de la política vaticana -tan crucial desde siempre, sea cual sea el Papa que esté en el trono de San Pedro-, la reserva del presidente es total. Aún no sabemos los motivos de su viaje relámpago para entrevistarse con Francisco.
Si de algo presumen los dirigentes de Unidas Podemos es de saber de política, de historia política. Es su fuerte. Han leído mucho y sobre todo de las dos grandes revoluciones de la historia moderna, la francesa y la rusa. De la primera parece que se han quedado con la evolución de la República al Imperio y con la importancia de los comités revolucionarios para articular una alternativa al poder. De la segunda, con la forma de convertirse en mayoría dentro de la fuerzas de la izquierda. De ambas olvidan el futuro en el que terminaron. Basta con mirar la Francia de Macron y la Rusia de Putin. China queda muy lejos y el Libro rojo de Mao más lejos todavía.
Por primera vez desde la Transición, se contempla la ruptura que no hicieron ni González ni Carrillo, ni Zapatero ni Anguita
Pablo Iglesias y compañía conocen mucho mejor que sus adversarios políticos las diferencias que llevaron a Lenin y Martov a separarse tras iniciar la revolución juntos cuando ambos regresaron del exilio en Alemania. Lenin ganaría la batalla interna de aquel socialismo ruso con los bolcheviques, y Martov la perdería intentando una negociación imposible entre el nuevo poder y las viejas estructuras del zarismo.
Triunfó la revolución con todas sus consecuencias y perdió la evolución política que preconizaban los mencheviques. Aquí, en nuestra revolución casera del 15-M perdieron las dos corrientes. La que a comienzos del siglo XX representó el tercer invitado en aquella Rusia que se arrastraba entre las futuras ruinas de Europa, Leon Trotsky, lo había hecho mucho antes, tal vez desde el momento en el que el piolet de Ramón Mercader le hundió el cráneo en el México de los años cuarenta.
Ahora, aquí en España, Pablo Iglesias intentó la misma jugada con el PSOE de Pedro Sánchez. Quiso atraerse a los radicales que buscaban por varios e interesados motivos alcanzar el poder como forma de salvación para dejar en minoría a los que apostaban y apuestan por alcanzar el poder para administrarlo bajo la vigilancia de Europa, sabiendo que intentar destruirlo por la fuerza es imposible.
El líder de Podemos, al igual que hiciera su ejemplo ruso, mira el escenario global en España, donde por primera vez desde la Transición, se contempla la ruptura que no hicieron ni Felipe González ni Santiago Carrillo; ni tampoco José Luís Rodríguez Zapatero y Julio Anguita.
Desde 2015, Iglesias hace creer a los suyos, a los que con sus votos le consiguieron esos 35 escaños que le han llevado a ser vicepresidente del Gobierno, que es posible la ruptura si se suman apoyos en los próximos meses: con Podemos convertido claramente en la referencia de la nueva izquierda como nuevos bolcheviques, y dejando el papel de los herederos de Martov al PSOE de Pedro Sánchez. Uno y otro pueden escuchar a La Lupe cantando “Teatro, lo nuestro es puro teatro”.
*** Raúl Heras es periodista.