El diccionario de la RAE define progenie, en su segunda acepción, como "descendencia o conjunto de hijos de alguien". Pero si los abusos de padres a hijos y de hombres a mujeres están al menos identificados y perseguidos, los (crecientes) casos de maltratos de hijos e hijas a sus padres y madres se viven mayormente en silencio porque se perciben como un oprobio y esconden un fracaso personal y social que conviene ocultar.
Los datos son tozudos. En el año 2013 se presentaron 9.000 denuncias en las fiscalías de menores por malos tratos… de hijos a padres asustados porque "ya no pueden con ellos". En el año 2014, 7.500 menores (de 14 a 17 años) fueron juzgados por maltratar a sus padres. Se estima que solo uno de cada ocho padres denuncia los hechos, con lo que el número real de afectados sería mucho mayor.
La Memoria de la Fiscalía de 2019 señala: "No se vislumbran soluciones a corto plazo para reducir esta modalidad criminal (…) que permanece enquistada en el tejido social y que, paradójicamente, no ha tenido la misma repercusión mediática que sí han merecido otras vertientes de la delincuencia juvenil, como el acoso escolar".
Los conflictos ya no se resuelven dentro de la familia. Los jueces se convierten en los nuevos padres. Una legislación que nació para proteger a los menores ha acabado protegiendo a los padres, aunque solo si sus hijos tienen más de catorce años. Programas de televisión como Hermano mayor muestran casos que habrían sido imposibles de ver hace apenas treinta años. ¿Para cuándo un teléfono para padres sobrepasados? Porque la escuela tampoco ayuda mucho.
También aumentan los conflictos penales y civiles entre adultos y sus padres, muchas veces ancianos. Por ejemplo, la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo, en una sentencia de 12 de mayo de 2014, dio la razón a la viuda frente a un hijo que pretendía seguir ocupando un dúplex una vez muerto su padre. Esto también hubiera sido impensable hace apenas treinta años.
¿A qué se debe esta creciente violencia y menosprecio de los hijos a sus padres? Se suele argumentar que cuando un niño es violento se debe a que reproduce conductas violentas que ha visto en (o padecido de) sus mayores. Pero hoy los padres no pueden reprender físicamente a un hijo, mucho menos darle un azote, lo que no evita que sus hijos les agredan casi impunemente.
Abunda el padre/madre 'agradaor': si se trata a los hijos como reyes es normal que consideren a los padres sus vasallos
Recientemente, una madre fue condenada a seis meses de alejamiento y treinta días de trabajos en beneficio de la comunidad por haberle dado una bofetada a su hijo de diez años, bofetada que ella siempre negó, porque el niño pretendía irse a dormir fuera de casa sin atender a sus requerimientos.
El ejemplo que damos a nuestros hijos sin duda es importante, pero no determinante. Si fuera clave, no habría hijos deportistas de padres sedentarios. Hoy conviven padres lectores empedernidos con hijos incapaces de pasar de la segunda página de un libro. Es más, los adolescentes tradicionalmente se han opuesto a lo que representan sus padres (rebeldía). Por tanto, la idea de que si somos angelicales con nuestros hijos estos también lo serán con nosotros es otro sueño posmoderno.
Por el contrario, no es infrecuente que padres hiperpacíficos sean percibidos simplemente como débiles por sus hijos.
Abunda el padre/madre agradaor: nada es suficiente cuando se trata de sus hijos. Se empieza cediendo a caprichos tontos y se acaba convirtiendo a los hijos en tontos caprichosos. Si se les trata como reyes, es normal que te consideren sus vasallos.
Vivimos la dictadura de los niños consentidos. Mientras unos pasan hambre en el tercer mundo, los del primer mundo tienen una dieta reducida… a lo que les gusta. No se puede forzar a los hijos a hacer nada, ni siquiera a mantener una dieta saludable. En septiembre de 2019, un joven inglés se quedó ciego por ser alimentado durante años con patatas fritas, pan blanco, jamón procesado y salchichas. Pero nada: lo importante es que no sufran.
La familia es la primera trinchera (la escuela, la segunda) donde se decide si los nuevos llegados serán buenos ciudadanos o pequeños-grandes delincuentes. Pero hoy, educar se ha convertido en una tarea imposible. Ya no sabemos cómo poner límites.
En términos estadísticos, los niños de dos años son las personas más violentas que existen: dan patadas, pegan, muerden, les quitan sus cosas a los demás… Lo hacen para llamar la atención, expresar impulsos de frustración, pero también para descubrir los límites del comportamiento permisible (Jordan Peterson). Si no encuentran límites a su acción, aprenderán que pueden/deben seguir haciendo lo que les plazca.
El auge del feminismo coincide con madres que son objeto de más faltas de respeto por parte de sus vástagos
En cuanto al reparto equitativo de las tareas del hogar, ¿qué hay de la igualdad entre padres e hijos? La igualdad entre hijos e hijas se limita mayormente a que ni unos ni otras hagan nada o poca cosa, no siendo infrecuente que tengan a gala llegar a adultos sin haber cocinado nunca, salvo que sean seguidores de MasterChef.
No son infrecuentes, incluso, las mujeres muy reivindicativas frente a sus maridos, pero que consienten casi todo a sus hijos, convirtiéndolos en nuevos machistas. De hecho, el auge del feminismo coincide con madres que son objeto de más faltas de respeto por parte de sus vástagos. Lejos quedan los tiempos en que una mujer empoderada con una zapatilla se valía y sobraba para poner firmes a familias numerosas con mocetones de casi dos metros.
Paradójicamente, bajo el modelo cultural y educativo más igualitario y moderno de la historia, el número de casos de violencia de género cometidos por menores está creciendo. El año 2018 fue el peor de la década con un total de 944 asuntos (Memoria de la Fiscalía de 2019).
En cuanto a los delitos contra la libertad sexual, el incremento en ese año 2018 fue aún más pronunciado: 1.833 procedimientos frente a los 1.386 de 2017 o los 1.081 de 2015. No sólo las características de estos delitos son cada vez más inquietantes, sino que aumenta el número de archivos de diligencias por ser los investigados menores de 14 años y, por tanto, inimputables.
Procede reflexionar a fondo, sin líneas rojas, sobre lo que está pasando. Los niños y adolescentes consumen videojuegos (y pornografía) cada vez más violentos, se inician en el alcohol (y otras sustancias) cada vez más jóvenes y acuden a consultas de psicólogos y psiquiatras en una proporción igualmente creciente. La única receta no puede ser echar la culpa al pasado. Recuperar algunos valores de antaño puede ser más parte de la solución que del problema.
A fin de cuentas, si padecemos tantos casos de violencia de género y de la progenie puede deberse simplemente a que vivimos en una sociedad degenerada. Debemos tener claro que si no educamos nosotros a los niños lo hará la vida. Pero con muchos mayores costes.
Y cuanto antes aprendamos que no hay amor sin respeto, mejor para todos.
*** Alberto Gil Ibáñez es escritor y ensayista. Su último libro es 'La guerra cultural. Enemigos internos de España y Occidente' (Almuzara, 2020).