Si tuviéramos que interpretar el acuerdo de esta Navidad entre el Reino Unido y la UE a partir de los titulares de la mayoría de la prensa española, los periódicos digitales y los artículos de opinión de muchos analistas, concluiríamos que Boris Johnson es un político derrotado por su carácter excéntrico, por el error del brexit y por seguir a su asesor y estratega Dominic Cummings, influyente en la gestión de la pandemia, las relaciones con Escocia y la estancada negociación con la UE.
El tono de gran parte de los medios de comunicación en España sugiere que les ha molestado el acuerdo del Reino Unido con la UE y que hubieran preferido un caos en el país como justo castigo por haberse atrevido a convocar un referéndum.
Pero veamos el brexit desde la perspectiva de la forma en que Boris Johnson ha manejado este tema.
Su nueva mayoría parlamentaria aprobó el 9 enero de 2020 la ley de salida de la UE por 358 votos a favor y 234 en contra. Salida que sería efectiva el 31 de enero y que estableció un periodo de once meses (hasta el 31 de diciembre de este año) para negociar un acuerdo de libre comercio con la UE. Donde se estrellaron los anteriores líderes conservadores, Johnson ha conseguido dos objetivos: el apoyo parlamentario y el acuerdo de libre comercio con la UE, base de su programa electoral.
No ha sido fácil. Los sondeos de opinión en el Reino Unido del pasado mes de noviembre mostraban un giro de opinión preocupante para el partido conservador. Johnson aventajaba en enero en 26 puntos al líder laborista Jeremy Corbyn. Pero su sucesor Keir Starmer consiguió, en unos meses, aventajar al primer ministro británico en cinco puntos. Había que reaccionar.
El 13 de noviembre, Boris Johnson despidió a Dominic Cummings, con la excusa de un viaje familiar que incumplió los límites de movilidad de la pandemia, y tomó las riendas de la recta final del acuerdo con la UE. En España, ese despido sugiere un camino muy habitual en política: el asesor principal del presidente tendrá que poner las barbas a remojar cuando Pedro Sánchez precise liberar lastre de Moncloa.
El acuerdo de Navidad ha supuesto cesiones por ambas partes, pero supone un respiro con un breve periodo provisional que, aunque tendrá aristas en el futuro, salva elementos esenciales para el Reino Unido en el ámbito comercial (cero aranceles, cero cuotas), en el sistema financiero y en el sensible tema de evitar una frontera dura entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda.
Casi todos los medios británicos defienden el acuerdo y Johnson ha recuperado una clara posición de liderazgo en el Reino Unido y provocado un nuevo idilio entre el Gabinete y el Parlamento. Más que la letra pequeña del acuerdo, el éxito de Johnson consiste en haber sabido llevar la negociación hasta el límite en los temas y en los tiempos. Lo ha hecho de tal manera que, despedido Cummings, se ha apuntado el tanto como el protagonista principal del acuerdo.
Un acuerdo aprobado por la derecha de su partido, representado por el combatiente Nigel Farage, que tuiteó: "La pelea ha terminado; Boris ha hecho su trabajo". Lo mismo puede decirse del líder laborista, Starmer, que ha anunciado que los laboristas votarán en el Parlamento a favor del acuerdo.
Johnson tiene numerosas y poderosas razones para sentirse satisfecho. El Reino Unido no va a padecer un brexit duro y el premier ha obtenido una victoria política doméstica sobre la derecha de su partido y los críticos moderados. Ni unos ni otros se atreverían a votar una ruptura antes que un acuerdo. Son innumerables los elogios que Johnson ha recibido y está recibiendo de los medios británicos (el más llamativo es el de "genio" de Nick Tyrone, en la revista The Spectator), de Dominic Raab en el Washington Post o de De la Grange en Le Figaro.
El éxito del acuerdo tiene el riesgo de convertirse en un ejemplo para otros Estados miembros de la UE. Por supuesto, no es el caso de España. Para nosotros, no es imaginable ni conveniente. Para los españoles, la UE significa libertad, democracia, recursos, control presupuestario y, sobre todo, un límite político para las tentaciones dictatoriales de la extrema izquierda y los totalitarios separatistas.
La UE es un gran acierto de paz y progreso que conviene preservar y mejorar. Ahora le toca a la UE reflexionar y aprender de la experiencia del brexit. Si la UE profundiza en la federalización y en el ejercicio del despotismo ilustrado (burocracia y directivas) es muy probable que otros Estados miembros sigan el camino británico.
Es conveniente considerar otras visiones de Europa. Es tiempo de entender que Europa, desde Carlos V, pasando por Napoleón y Hitler, es el resultado de los Estados nación, celosos de su libertad, democracia y soberanía, y poco dispuestos a diluirse en un conglomerado liderado por una sola potencia.