Basta ya de críticas: hay que construir la alternativa
El autor critica la polarización política y el bloqueo cuando más golpean la pandemia y sus consecuencias.
Como las postrimerías de un año o los prolegómenos de otro nuevo constituyen un buen momento para los balances y los nuevos proyectos, me atrevo a pergeñar unos y otros a partir de una constatación sobre la que difícilmente puede existir desacuerdo.
La constatación es esta: aunque a cada uno de nosotros nos pueda haber ido bien, mal o regular el año que hemos dejado atrás, nadie osa poner en cuestión que, en términos globales, 2020 ha sido el peor año que hemos vivido en lo que llevamos de siglo.
De las crisis y las desgracias se aprende, dice la sabiduría popular. Siento no poder compartir esa convicción, por lo menos en esos términos tan absolutos. El hombre se distingue por ser un animal que tropieza dos, tres y hasta cuatro veces en la misma piedra. Quizá, eso sí, espabila cuando lleva ya acumulados no pocos tropezones.
Algo hemos aprendido de esta pandemia pero tengo serias dudas de que, una vez pase y quede como una pesadilla del pasado, no incurramos en los mismos o parecidos yerros.
Me limitaré en el presente artículo al examen global de la situación política resultante después del paso del huracán de la Covid-19.
Por abreviar, se ha dicho hasta la saciedad que el peor momento posible nos ha pillado bajo el peor gobierno posible. A partir de ahí, las críticas al gobierno de Pedro Sánchez han abarcado todos los aspectos factibles, desde el color de la corbata del presidente –porque era roja en vez de la negra del luto– hasta sus ausencias en hospitales y honras fúnebres, pasando naturalmente por el conjunto de medidas sanitarias, económicas, laborales, sociales y políticas que ha tomado el gobierno socialcomunista.
A Sánchez se le ha criticado por una cosa y por su contraria con la misma saña. ¡Y, precisamente, si algo ha hecho este Gobierno con contumacia ha sido tomar medidas contradictorias, en una trayectoria de meses de enmiendas y zigzagueos!
Debemos reconocer por tanto, en aras de una cierta ecuanimidad, que del mismo modo que los corifeos del presidente han aplaudido hasta el bochorno decisiones improcedentes, los opositores –en la tribuna periodística o el Parlamento– han rechazado todas, hasta las más sensatas, simplemente por venir de quien venían.
El resultado, como bien saben, es una polarización extrema. En términos vulgares, un diálogo de sordos. Grosso modo, España dividida en dos mitades que ni se hablan ni, aún peor, se escuchan. ¿Tanto cuesta poner sobre el tapete una verdad de Perogrullo, a saber, que de una situación crítica como esta no se puede salir luchando media España contra la otra media?
Se me dirá, llegados a este punto, que dos no dialogan si uno no quiere. Es verdad que mientras que para la discordia basta un solo contendiente, para el acuerdo hacen falta al menos dos. Pero esto nos lleva a una cuestión esencial. La construcción de una alternativa que permita, bien el relevo, bien el pacto, siempre sobre la base de relegar por estéril la crítica radical y sistemática.
He escrito con toda la intención "construir una alternativa" porque, en efecto, dicha opción ha de edificarse, dicho sea en la más completa acepción del término, poniendo los cimientos hasta ir gradualmente planta por planta en un diseño pausado, coherente y sistemático.
¿Tiene la oposición un plan de estas características? Permítanme ponerlo en duda. A los hechos me remito: hasta ahora no han dado pruebas más que de una actitud reactiva, siempre a remolque de las disposiciones gubernamentales. Hasta un entrenador de fútbol de Tercera División sabe que los partidos no se ganan dejando dominar el rival, con actitud medrosa o pusilánime, jugando siempre a la defensiva.
Si no se tiene voluntad de vencer –en este caso, confianza en las propias fuerzas, convicciones, proyectos– nunca se podrá triunfar. Si la oposición no tiene siquiera fe en sí misma, ¿cómo quiere generar confianza en la sociedad española?
Lo diré todavía más claro, a riesgo de despertar reacciones viscerales. Si Sánchez es tan malo como proclaman, ¿cómo será entonces una oposición incapaz de desbancarle y convencer al electorado de que pueden hacerlo mejor que el actual inquilino de la Moncloa?
Es verdad que la mayor parte de lo dicho podría aplicarse al PP y a Ciudadanos, y no tanto a VOX, que ha optado por combinar una actitud bronca con unas propuestas excéntricas, como ese antieuropeísmo que choca con uno de los escasos consensos que aún quedan en el cuerpo político español.
¿Alguien en su sano juicio puede pensar a estas alturas en desvincularnos de Europa después del brexit y, más aún, cuando Bruselas se perfila como el único valladar ante los desmanes presupuestarios que persigue Iglesias y las agresiones al Poder Judicial del propio Sánchez?
Ya que antes hemos usado un símil futbolístico, se podría decir que el equivalente a embarrar el campo de juego es hacer de la controversia política el reino de la emotividad. Cuando los sentimientos –los colores y las banderas– desplazan a la fría racionalidad, se termina reaccionando visceralmente.
Frente al ardor del hooligan –o sea, del populista, del nacionalista, del demagogo–, la propuesta que defiendo pasa por la razón constructiva. Por ello, construir una alternativa supone también respetar un espacio para el aterrizaje del adversario, es decir, un punto de encuentro.
La oposición carece de un relato alternativo o un discurso propio
Se ha puesto de moda la noción de relato, que viene a significar en términos simplificados algo parecido. En este sentido, bien podría decirse que la oposición –en especial, como he dicho, PP y Ciudadanos; VOX yerra de otra manera– carece de un relato alternativo o un discurso propio.
Entiendo por tal algo que vaya más allá de la mera presentación de una batería de medidas sobre este u otro tema. Una indigencia que se ha puesto de relieve con ocasión de la ley Celaá. ¿Qué ha llegado a la opinión pública del proyecto educativo del PP más allá de la defensa de la educación concertada?
O cuando Sánchez se presentó en la Cámara baja pidiendo otro cheque en blanco en forma de seis meses más de estado de alarma. ¡Qué patética imagen dio el Congreso!
Ya sé que esto molesta a mucha gente. Pero hay que recordar que una alternativa no se construye eligiendo un líder y escribiéndole luego un programa electoral oportunista, sino exactamente al revés: elaborando un proyecto serio y luego buscando a la persona más adecuada para defenderlo e implementarlo.
Requisito sine qua non: el susodicho líder, que es tal no porque lo digan sus adeptos, sino porque transmite credibilidad, tiene él mismo que creer en sus propuestas. Si encuentra resistencias o incomprensiones, debe hacer pedagogía.
En tiempos de demagogia rampante y contaminación populista, todo esto suena a vieja política. Matizaré. Suena a lo mejor de la vieja política, a la que quizá habría que volver si queremos tener un proyecto de futuro y no seguir como sea. Léase, engordando el déficit y tirando de Estado asistencial.
Un proyecto así está regido por la urgencia. No se construye de la noche a la mañana y sus frutos –¿por qué no reconocerlo?– tampoco se recolectan de un día para otro. Pero cuanto más tarde se comience la tarea, más difícil será.
Ya lo dije al principio, tenemos todo el año por delante. Alguien, en algún momento, tendrá que ponerse a pensar seriamente qué tipo de país queremos.
*** Rafael Núñez Florencio es historiador, profesor de Filosofía, editor y crítico en 'El Cultural' y 'Revista de Libros'.