David Gistau: memoria histórica
Cuando murió David Gistau nadie podía prever que a nuestra ciudad llegaban las plagas de Egipto, que un tipo como Fernando Simón iba a salir en los llaveros cuquis de Malasaña y que en España la paz de los cementerios olía, como las calles, a guantes de látex y mascarilla de dentista de provincias. Nadie sabía nada, porque Gistau se fue hace un año menos unos días y hay que homenajearle ahora que de todo hace un año y que David Lema ha ido ordenando ese matarse/morir en vida que es el "puto folio" de la columna en El penúltimo negroni.
Dicen editorialistas sesudos del periódico sobaquero (y de los adláteres) que los libros de columnas están condenados al olvido. El arribafirmante les niega la mayor y les saca una peineta respetuosa y cachonda porque Joe Biden y Disney ya nos han censurado que el espíritu de pólvora y torería (pisar cabezas, en resumen) de Juanito en Chamartín y en noche europea riegue las habitaciones últimas de la sangre. Pero ahí está César González-Ruano, buscado hasta la saciedad en lo de Moyano, o el propio Gistau, revivido porque nunca se ha ido del todo si sus amigos, como me decía Manolo Alcántara, lo siguen queriendo.
Gistau no pudo escribir de Fernando trendy Simón, ni de la niñera de Podemos, que hubieran sido prosas necesarias del oficio. Ni de los de Lledoners, bien comidos en el susodicho Palacete, sede de la Cataluña real. La vida se le cortó antes, y nos dejó una orfandad de ese cronista por el que este oficio tenía sentido. Quiero recordarlo (la última vez) el día en que Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado debutaban en Ifema como políticos de portada, y creo que también en Dos Hermanas el día en que Pedro Sánchez salió de un estanque pestoso en otra resurrección del pollopera. También en esas cenas conversadas cuando nuestro Manolo cumplía edades provectas y a Málaga íbamos en peregrinación de prosas. En AVE. Pagado.
Gistau no se irá del todo, qué narices. Ahí queda cuando dijo que Iglesias estuvo en la toma del Palacio de Invierno, en el 23-F frente a Antonio Tejero y hasta crucificado en el Gólgota. Porque leerlo (a David) hoy es guerra cultural. Un madridista al que le homenajea un estadio con el silencio es, quizá, el paradigma de hombre/faro al que hay que releer aunque Madrid reviente de nieve y la ciudad y el país estén despeluchadas y en el pico.
Gistau podría sacarnos concomitancias entre la gallofa del ministerio-tarta de Irene Montero y los gansos de Tony Soprano. Las metáforas de David eran así, directas al cerebro, al corazón y a una glándula pineal apócrifa que conecta el alma con las ladillas y genera sonrisa; el principio de la inteligencia. El periodismo que somos y que seremos. Acaso porque Manuel Chaves Nogales está manoseado por los terceristas y las infografías nos vienen generando una sorda epilepsia.
Nos vuelve a fallar la época, como a Ramón María del Valle-Inclán, y sólo queda el consuelo de leerlo y releerlo hasta que se nos pegue el olor a linimento, la escritura lírica y cipotuda y ese mundo de púgiles que nos fascina desde que empezamos a mariposear con el spinning en los gimnasios madrileños. Catacumbas de la verdad, de José Luis Garci y de Gistau y de Ignacio Aldecoa.
En el fondo, con Gistau se acabó la era de los dioses y empezó la de los youtubers, que hacen bien escapándose de Sánchez a la cuna del pujolismo macutero pero a los que les falta una mili en Chafarinas y algo de testosterona en cucharones de a kilo. Gistau cerró la etapa de los héroes en prensa y empezó la de los politólogos, a los que le cuesta un mundo imaginar una metáfora: angelitos. Después de Gistau, un páramo de ñoños y el pensamiento débil, galaico, desmadejado, colchonero y cursi, que gusta en las niñas bien de Murcia, de León, pero no en mi pueblo.
Gistau era lo mejor de París, de Buenos Aires, de Madrid y de la provincia de Santander congregado en un hombre fuerte, de belleza recia y voz que animaba a eso mismo: a escribir y a entrar en la sala noble del Palace a escuchar a Alfonso Ussía entre whiskys, robles, abedules y señoras del barrio de Salamanca cuando Madrid era Madrid y no esta jungla silente donde sólo se escuchan a las ratas de las mareas que boicotean el Zendal y nuestros muertos con respiradores. A pesar de Ayuso, Isabel de Castilla cruzada con El Empecinado.
Una vez, por los campos yermos de Toledo, me mensajeó. Había fichado por ABC y su mensaje, lacónico, era como una trinchera cargada de futuro: "Corre el escalafón". Y así, entonces, fue pasando su última época de residente en la Tierra con la prosa limpia de quien le ha puesto letras a Pepe Navarro y a La Veneno, al eco del Bernabéu y a las guerras más frescas. Al Congreso y a la calle. Siempre que yo pasaba por el bar Estadio, cerca del Bernabéu, le mandaba un recuerdo y una sonrisa.
Desde que se fue Gistau ya no somos los que fuimos. Ha pasado un año y la barba nos sale blanca porque todo lo que era sólido, desde su lectura a los bares, se nos ha ido diluyendo para mayor gloria de Iván Redondo y sus aprendices de brujos. Cada febrero hay que recordarlo. Es memoria histórica.