El día 8 del mes actual, ante un distinguido concurso de nacionales y extranjeros que llenaba el gran salón de actos de nuestra Academia, fué recibido solemnemente en individuo de número el sabio catedrático de la Universidad Central D. Antonio Sánchez Moguel. Expuso y juzgó científicamente el origen y desarrollo del Regionalismo, ó de la candente escuela separatista, que en algunas provincias de España, y singularmente en las de Cataluña y Galicia, para lograr su objeto de fraccionar la unidad nacional hace palanca, ó sease [sic] de la Historia. El discurso, brillantemente escrito y pronunciado, fué unánime y altamente aplaudido; y no menos lo fué el del Excmo. Sr. D. Eduardo Saavedra, que hizo hincapié sobre el mismo tema con toques profundos y exactísimos después del que consagró á epilogar las obras y méritos literarios del nuevo académico.
(Boletín de la Real Academia de Historia, Tomo XIII, año 1888)
Así, de este modo, se daba noticia en el Boletín de la Real Academia de la Historia de la intervención llevada a cabo por el asidonense Antonio Sánchez Moguel con ocasión de su toma de posesión, el 8 de diciembre de 1888, como miembro de la Real Academia de la Historia.
Llama la atención el modo claro, directo, sin tapujos (parresía, que le decían los griegos a este modo de hablar sin velos ni perífrasis) con el que se refieren en dicho boletín a la “candente escuela separatista” que busca “hacer palanca en la Historia” para “fraccionar la unidad nacional”.
Y es que hoy, un siglo y medio después de tal acontecimiento, la noticia de este acto sería sin duda dada de otro modo mucho más contemporizador con el ahora llamado nacionalismo independentista. Y también de un modo mucho más severo con el recién nombrado académico, seguramente calificado, si del acto se diera noticia hoy, de conservador, criptofranquista o, directamente, facha, sin más.
La escuela separatista ha procurado echar tierra sobre las figuras que han buscado la oposición crítica al separatismo
El hecho es que Sánchez Moguel resulta en la actualidad una figura completamente ignorada por olvidada, apenas referenciado en la historiografía (sobre este tema y sobre otros sobre los que trabajó). Mientras que, sin embargo, la escuela separatista a la que el recién nombrado académico se refería en aquella ocasión es, en la actualidad, harto conocida e incluso reconocida (fundaciones, homenajes, monumentos, nombres de centros de enseñanza, de calles, etcétera) en toda España.
Un olvido, naturalmente, no involuntario, sino deliberado, que va en proporción directa a la pujanza y beligerancia de esa misma escuela separatista cuando esta, con la complicidad del autonomismo imperante, ha procurado echar tierra sobre las figuras (Moguel no es la única) que han buscado la oposición crítica al separatismo.
En este sentido, ya en el año 1932 podía decir con verdad Otero Pedrayo, destacada personalidad representativa del galleguismo nacional-fragmentario, que las lecciones de Moguel estaban “bien muertas”. Y esto lo afirmaba Pedrayo con cierto orgullo y regodeo, tan solo 20 años después del fallecimiento del catedrático andaluz.
Porque hoy día una escueta entrada en la Wikipedia, y la de don Antonio Sánchez Moguel lo es (apenas 16 líneas), dice mucho, por su escaso contenido, del reconocimiento e influencia de un autor. Ni tan siquiera se menciona en ella el hecho de haber sido el director de la tesis doctoral de Miguel de Unamuno sobre la lengua vasca, o el de haber sido el descubridor en Lisboa de la tumba de Francisco Suárez, el doctor Eximio, por destacar dos hitos notables de su trayectoria académica.
El discurso de Sánchez Moguel se puede leer, tras ser publicado ese mismo año 1888 en Madrid, pero sin que jamás (que sepamos) se haya vuelto a reeditar. En fuerte contraste, insistimos, con lo que serán sus opositores de la escuela separatista, editados y reeditados en numerosas ocasiones.
Hay que decir que en un sentido parecido al que habla Moguel ya lo había hecho dos años antes, aunque en el Ateneo de Madrid, el entonces célebre poeta Gaspar Núñez de Arce, hoy igualmente olvidado. Y, asimismo, la propia Emilia Pardo Bazán, autora más reconocida en la actualidad. Por lo menos más que Moguel o Núñez de Arce.
Como ellos, la autora de Los pazos de Ulloa, de La madre naturaleza o de Morriña, también advirtió de las amenazas y peligros que la escuela separatista representaba para la nación española (y lo hizo, igualmente, en un discurso pronunciado en 1885, en La Coruña, con ocasión del homenaje que el Liceo de Artesanos de la ciudad herculina dedicó a Rosalía de Castro, fallecida ese mismo año).
Es llamativo que no se contemple en su discurso al nacionalismo vasco cuando ya, a la altura de 1888, tenía cierta beligerancia
Y observa Moguel, al comienzo de su intervención, siendo lo primero que nos llama la atención, que el movimiento “regionalista”, así le llama, es minoritario y se restringe a dos comarcas: “Cataluña y Galicia, y en éstas a bien escaso número de adeptos, en abierta oposición con las ideas y sentimientos meramente provinciales, y siempre españoles, de la casi totalidad de sus compatriotas”.
Llama la atención, decimos, el hecho de que le dedique dicho discurso, a pesar de contar con un “escaso número de adeptos”. Y también es llamativo que no se contemple en él al nacionalismo vasco (el bizcaitarrismo) cuando ya, a la altura de 1888, tenía cierta beligerancia (aunque no la suficiente, por lo que se ve, en contraste con el separatismo catalanista o con el galleguista).
A continuación, nos advierte Moguel de que en ambas comarcas el regionalismo comenzó a tomar cuerpo a través, precisamente, de los estudios históricos, para después extenderse a lo literario, a lo social y, finalmente, a lo político (cobrando ya un sentido separatista).
El principio, pues, de todo este movimiento, en Cataluña y en Galicia, hay que buscarlo en los modernos trabajos históricos de estas regiones, en la nueva tendencia que los distingue, desconocida de los historiadores anteriores, tendencia exageradamente localista, que para abrirse camino más fácilmente, para ganar mejor las voluntades, dando color y apariencias de antiguo a lo moderno, ha fantaseado a sus anchas la historia de Cataluña y de Galicia, en tanto o mayor grado que, en otros días, la historia religiosa, los falsos cronicones.
Teniendo esto en cuenta, lo que hará Sánchez Moguel en este discurso de entrada a la Real Academia de la Historia es, justamente, salirle al paso al regionalismo yendo a su origen. Esto es, a los estudios históricos de las distintas regiones españolas que se fueron prodigando, sobre todo, a partir del siglo XVIII, y poner así en su sitio esas “fantasías” del regionalismo que buscan en la Historia su justificación, cuando la Historia en manera alguna la puede proporcionar.
Y es que se da el caso de que la Historia, advierte Moguel, cultivada bajo intereses políticos, no es una Historia que busque el conocimiento de la verdad, sino que, más bien, es instrumentalizada para tratar de vencer en el campo de batalla político:
La Historia sierva ayer de los intereses religiosos, lo es hoy de los intereses políticos; rompió las cadenas de su antigua esclavitud, para arrastrar hoy las no menos pesadas de su moderno cautiverio.
La peor de las servidumbres políticas es la regionalista porque con ella se busca la fragmentación de la nación
Y la peor de las servidumbres políticas de la Historia es, justamente, la regionalista, porque con ella se busca la división y la fragmentación de la nación, echando por tierra el esfuerzo de muchas generaciones anteriores, “el trabajo de nuestros padres”, dice Moguel, por constituir dicha unidad nacional:
Henos señores, en presencia de la historia regionalista, más grave, más funesta que la historia inspirada en las demás doctrinas políticas; como quiera que todas estas reconocen igualmente como primer principio la unidad e indivisibilidad de la nación, mientras que el regionalismo se funda, por el contrario, en la autonomía local y consiguientemente en el fraccionamiento, en la repartición de la patria en cien nacionalidades independientes, sin otros vínculos recíprocos que los que voluntariamente quieran establecer, de tal suerte que si un Estado o Región, en el perfecto uso de su autonomía, quisiera aislarse y vivir separado de las demás, no habría principio ni procedimiento legal de impedirlo.
El regionalismo, pues, tuerce tendenciosamente la Historia, alterándola pro domo sua, hasta el punto de que busca en el pasado histórico precedentes y materiales que justifiquen la división de España, cuando la historia verdadera es, y sólo puede ser, la Historia de la unidad e independencia nacionales “costosamente proseguida y alcanzada por los trabajos de nuestros padres desde los comienzos de la reconquista hasta los legisladores de Cádiz”.
Pues bien, a partir de estas premisas examinará Moguel, con cierto detenimiento, primero el catalanismo y a continuación el galleguismo, poniendo sobre sus quicios las deformaciones (desquiciadas) que el enfoque regionalista produce en la Historia (admirable es la relación que hace del Compromiso de Caspe, contrastando la caricatura regionalista con la verdad histórica), para terminar finalmente su discurso con una comparativa entre el regionalismo y la historiografía portuguesa (y cómo, mientras que en el seno de España la escuela separatista busca destruir la unidad, sin embargo, en Portugal, que sí es otra nación, se habla de la unión ibérica, y se refiere con ello Moguel a la escuela iberista de Oliveira Martins, que tanto influyó en el propio Unamuno e, incluso, en Maragall).
Recuerda finalmente Moguel lo refractarias que son las naciones hispanoamericanas (hermanas de la española) al separatismo, tan refractarias como lo son Francia o Italia en Europa. Y concluye don Antonio deseando tener méritos suficientes para que, en su epitafio, figure la misma inscripción que había visto hace poco, dice, en la tumba “de un escritor de nuestro siglo”. A saber: Patriam dilexit; veritatem coluit (amó la patria; rindió culto a la verdad).
Uno de estos representantes de la escuela separatista, el prehistoriador Pedro Bosch Gimpera, hoy tenido en un pedestal (y que tanto influyó en Jordi Pujol), recordaba la siguiente escena del magisterio de Moguel:
Uno de nuestros profesores del doctorado de Letras, el pintoresco don Antonio Sánchez Moguel, no dejaba pasar ocasión de explicarnos que éramos [los catalanes] naturales de una “región” y que no había más nación que España.
Con esa beligerancia en sus posiciones, don Antonio Sánchez Moguel ha conseguido que a su obra se le eche el cerrojo ideológico, metiéndola en un cajón de la damnatio memoriae y tirando la llave, para que así no pueda representar molestia alguna ante el abrazo autonomista del 78, con sus nacionalidades y regiones.
*** Pedro Insua es profesor de Filosofía. Su último libro es El orbe a sus pies: Magallanes y Elcano: cuando la cosmografía española midió el mundo.