A la vista de cómo se ha manejado la información durante esta pandemia (desde todos los puntos de vista: político y económico incluidos), era previsible que, tras el comienzo de la vacunación, las noticias se centraran más en las complicaciones que en los beneficios de esta.
Apenas leemos noticias acerca de cuánto retrocede la pandemia en países como Reino Unido o Israel fruto del incremento de los porcentajes de población inmunizada. Sólo vemos los efectos indeseables de las vacunas.
Falta prudencia y sobra sensacionalismo.
No voy a hacer un análisis científico de las vacunas, que me podrían rebatir con facilidad. Tampoco voy a entrar en diatribas políticas o comerciales, aunque estoy convencido de que existen y de que alimentan gran parte de la actual confusión.
Sí voy a intentar explicar algunos conceptos que ayudarán a centrar un poco el relato de lo que está ocurriendo y que aportarán algo de tranquilidad a quienes lean estas líneas.
En primer lugar, hay que poner en valor el esfuerzo que ha hecho la industria farmacéutica durante este último año para tratar de encontrar una solución a la pandemia.
Históricamente, todas las pandemias han sido autolimitadas. La Covid-19 no es tan letal como para autolimitar su expansión, pero su facilidad de transmisión por vía aérea hace que su propagación sea altamente exitosa. Propagación, por cierto, a la que no afectan el clima o las estaciones.
Si no fuera por la industria farmacéutica, esta epidemia posiblemente no acabaría nunca y sus oleadas serían inacabables
Dicho de otra manera. Si no fuera por la industria farmacéutica, y dada la capacidad que tiene el virus de multiplicarse y mutar, esta epidemia posiblemente no acabaría nunca y sus oleadas serían inacabables.
Por otro lado, las agencias de evaluación son entidades independientes y serias que garantizan la seguridad de los productos sanitarios. Cuando la Agencia Europea del Medicamento (EMA) afirma que “las ventajas de la vacunación son mucho más importantes que los riesgos” está garantizando, de modo general, que las posibles complicaciones asociadas a las vacunas son mucho menores que las consecuencias del virus en la salud de los ciudadanos.
Y así hay que entenderlo. Cualquier vacuna tiene complicaciones. Pero el virus, los fallecidos y las secuelas que deja la Covid-19 se multiplican exponencialmente.
Una vez dicho esto, hay que bajar a la realidad y pensar en aquellos grupos de población que pueden sufrir complicaciones con mayor frecuencia. Lo importante no es la estadística del caso, sino el caso de la estadística.
La obligación de los Gobiernos y de las administraciones sanitarias es intentar que los daños que se pretenden evitar con la vacunación sean mínimos. Y esa es una decisión técnico-sanitaria que depende, entre otras muchas cosas, de las características de la población.
Por tanto, la prescripción de la vacunación podría variar por países, regiones o, incluso, por ciudades. Así lo ha dicho recientemente (aunque no se quiera escuchar) la directora de la Agencia Española del Medicamento, María Jesús Lamas: “Adaptar decisiones de la Agencia Europea del Medicamento a la situación de cada país es normal”. Sin más.
Nos enfrentamos a una pandemia que produce sólo en nuestro país miles de contagios nuevos al día y centenares de muertos
Lo cierto es que estamos hablando de unos efectos secundarios muy poco frecuentes pero, por desgracia, difícilmente predecibles. Efectos secundarios que se producen además en personas sanas. Por ello hay que ser muy prudentes: para el que sufre la complicación (y para sus familiares) la frecuencia es del 100%.
Por otro lado, nos enfrentamos a una pandemia que produce sólo en nuestro país miles de contagios nuevos al día y centenares de muertos.
Estos dos extremos sitúan a las administraciones sanitarias en el dilema de elegir susto o muerte. Y por eso deben actuar con mucha cautela y tratar de afinar lo máximo posible.
Las opciones son ralentizar en parte la vacunación (y seguir teniendo enfermos graves por Covid, con las consecuencias que tiene el virus tanto para ellos como para el normal funcionamiento de nuestro sistema sanitario) o la de mantener la vacunación a todo trapo, provocando efectos secundarios mortales en un reducido número de personas.
La mayoría de los Gobiernos han optado, en mi opinión de forma acertada, por la primera opción. Esto ha sido aprovechado por múltiples grupos interesados para dar opiniones contradictorias y sensacionalistas que llegan a una población que asiste a un continuo espectáculo de errores y rectificaciones.
Es cierto que sería de ayuda un poco más de sintonía entre las agencias evaluadoras y los organismos encargados de ejecutar la campaña de vacunación. Pero, en este caso, y en mi opinión, el escenario estaba preparado de antemano.
Se han cometido multitud de errores en la gestión de esta pandemia. Desde el principio empezamos con mal pie al no querer ver lo que se nos venía encima. También, por no habernos preparado para lo que pudiera ocurrir.
Aunque estamos muy cerca de acabar con el bloqueo sanitario, la Covid-19 va a convivir con nosotros durante mucho tiempo
Esos errores fueron suficientes que los ciudadanos pusieran en entredicho la confianza que suelen tener en las Administraciones públicas. Pero lo que ocurre ahora con los cambios en la indicación de la vacunación no da para tanto.
El error ahora sería precipitarse y actuar de forma alocada inventando medidas sin saber cómo van a resultar. Algunos países de nuestro entorno, Francia por ejemplo, han decidido, sin ningún tipo de comprobación ni de garantía, poner la segunda dosis de una vacuna diferente a la primera tras cambiar las indicaciones de los grupos de población.
Aunque estamos muy cerca de acabar con el bloqueo sanitario, me temo que la Covid-19 va a convivir con nosotros durante mucho tiempo. Es probable que la Covid haya venido para quedarse, desplazando a otros virus que nos han acompañado a lo largo de la historia.
Pero adoptar medidas sin el suficiente rigor científico puede llevarnos, probablemente, a cometer nuevos errores cuyas consecuencias no podemos prever.
Prudencia y tranquilidad. Estamos en el buen camino. Deberíamos, por tanto, centrarnos en avanzar en la vacunación. Eso sí, con las máximas garantías de seguridad para todos los ciudadanos.
*** Juan Abarca Cidón es presidente del Instituto para el desarrollo e integración de la Sanidad (IDIS).