La noche del 10 de noviembre de 2019 fue para Ciudadanos la noche más oscura de los últimos 18 meses. Ha habido en este año y medio otras noches oscuras, sí; pero ninguna tan aciaga como aquella en la que vimos apagarse el halo de una etapa inolvidable de gloria y esplendor.
Tras la ejemplar dimisión de Albert Rivera, el partido quedó sumido en un estado de coma que habría sido irreversible de no ser porque, una semana después, Inés Arrimadas (atendiendo un clamor unánime) decidió asumir el reto ingente de sacar a Ciudadanos, no de la UCI, sino de la sala de autopsias.
Para poner hoy aquel gesto en valor, conviene recordar que, al igual que Rivera, también Arrimadas tenía ante sí la posibilidad de disfrutar de un horizonte vital despejado, prometedor y ajeno del todo a la política.
Embarazada de pocos meses, con un bagaje profesional previo a su llegada al parlamentarismo y una envidiable solvencia y credibilidad ante la opinión pública, la entonces diputada electa por Barcelona no habría tenido ninguna dificultad para ocupar un puesto relevante en el sector público o privado, con mejor remuneración y mayor calidad de vida de la que podía obtener, cargando con los restos del naufragio de aquel proyecto político en fase agónica.
Estoy convencido de que, si bien durante los días anteriores a aquel decisivo 18 de noviembre, Inés evaluó todos los riesgos de una decisión más heroica que valiente, no llegó a intuir dos amenazas, aparentemente invisibles.
La primera y más inmediata, el hecho de ser mujer en un mundo como el de la política, donde los techos de cristal son especialmente resistentes y apenas se percibe la línea que separa la crítica hostil del linchamiento cruel. Puedo asegurar a este respecto que en los últimos meses he sido testigo de episodios y actitudes que seguramente nunca se habrían producido si Arrimadas, en lugar de llamarse Inés, se hubiese llamado Pablo, Pedro o incluso Albert.
Arrimadas se alzó de forma incontestable en primarias a la presidencia de Ciudadanos con un resultado abrumador
La segunda, no menos relevante, fue no valorar en su justa medida que la deslealtad (como he leído en algún sitio) no es otra cosa que la extraña virtud que algunos tienen para destruir las acciones sinceras que otros les brindan.
El caso es que el 8 de marzo de 2020 Arrimadas se alzó de forma incontestable en primarias a la presidencia de Ciudadanos con un resultado abrumador, muy superior al obtenido anteriormente en procesos similares por sus homólogos, Pablo Casado y Pedro Sánchez.
Pero una vez ganado el partido, tocaba ganar la partida en un escenario endiablado, con varios procesos electorales pendientes (lastrados en origen por la catástrofe del 10-N) y la reconstrucción de un proyecto político, en cuya brújula había que reubicar antes que nada el norte perdido.
Por si fuera poco, esos desafíos se vieron condicionados desde el primer momento por una pavorosa pandemia, cuyas consecuencias sanitarias, económicas y por desgracia políticas, aún sufrimos hoy.
A lo largo de estos 18 meses, la presidenta de Ciudadanos sólo ha tenido un objetivo: poner en marcha la nueva estrategia política, avalada de forma mayoritaria por la militancia en la Asamblea Extraordinaria celebrada hace un año, y situar nuevamente el partido en el verdadero centro político. Ese lugar del tablero donde no caben personalismos ni socios preferentes cuando de lo que se trata es de orientar la proa hacia el faro del interés general de la sociedad en cada coyuntura, empleando para ello el timón de la sensatez, que por desgracia, como en cualquier embarcación, gira a mayor velocidad de lo que tarda en verificarse el movimiento.
Un año y medio después, el reto de Arrimadas sigue vigente, también su compromiso
En realidad, el Ciudadanos de Arrimadas no ha sido, no es y no será otro Ciudadanos que el que nació para luchar con denuedo por ocupar ese espacio de moderación y proximidad a la realidad de la calle que tanto incomoda a quienes creen que la calle es suya o comprueban con recelo que sólo el pensamiento liberal es capaz de conciliar el Estado del bienestar con el bienestar del Estado, el alivio fiscal con las políticas sociales, y el desarrollo industrial, la innovación y la investigación con un modelo de progreso europeísta, verde y sostenible.
He visto el esfuerzo y los sinsabores que ello conlleva y he visto también lo poco que cotizan los aciertos y lo caro que se pagan los errores, incluso los ajenos.
Quizás por eso, al observar cómo arrecian desde dentro y desde fuera los ataques de quienes, por tacticismo, revancha o frustración, se lanzan en tromba y sin escrúpulos al asalto del fortín, creo que resulta más necesario y motivador si cabe reivindicar el espíritu de aquel 18 de noviembre de 2019 que llevó a una mujer coherente, honesta y valiente a entregarse en cuerpo y alma a aquello en lo que creía y a echarse un partido moribundo a las costillas, cuando nadie daba un euro por él.
Un año y medio después, el reto sigue vigente, también su compromiso. Hagamos de una vez por todas que lo nuevo acabe de nacer, para que al fin sea lo que en su día pudo haber sido y no fue.
*** Daniel Pérez Calvo es vicesecretario general de Ciudadanos.