La democracia liberal en la tenaza identitaria
“Estamos frente a la Primera Guerra Mundial del siglo XXI, que tiene su origen en la revolución islámica de Irán y su Pearl Harbor en el 11-S” (Marine Le Pen)
Las elecciones presidenciales francesas de 2021 serán, según todas las encuestas, una repetición de los comicios de cinco años atrás: otro duelo entre Emmanuel Macron y Marine Le Pen en segunda vuelta.
Sin embargo, hoy nada es igual. La socialdemocracia encarnada por el Partido Socialista ha sido fagocitada por la izquierda antisistema, la Francia Insumisa de Jean Luc Mélenchon. El partido moribundo que dejó François Hollande se ha resignado a la irrelevancia y sueña con una improbable candidatura de la alcaldesa de París, la gaditana Anne Hidalgo.
En el resto de la izquierda, el ego de Mélenchon ha impedido hasta ahora una candidatura común con el fosilizado Partido Comunista Francés y Los Verdes. Estos aspiran al éxito de sus pares alemanes, aunque hasta ahora han demostrado su inoperancia a nivel municipal enfrascándose en polémicas como la de suprimir los árboles navideños públicos y la carne en los comedores escolares, o la de subvencionar con millones de euros una mezquita pro Erdogan en Alsacia.
En cuanto al partido conservador Les Républicains, creado por Nicolas Sarkozy, ha sido vaciado y absorbido hasta la insignificancia por el oficialismo.
En esta tierra arrasada, frente a Macron sólo queda Marine Le Pen, quien nunca tuvo tantas chances de llegar al poder, liderando incluso la primera vuelta, según un sondeo publicado este miércoles por Le Figaro. Consciente de que no tiene nada que temer por la izquierda, Macron ha derechizado su discurso en temas caros a los conservadores, como la seguridad y, más significativo del movimiento tectónico ideológico actual, ha empuñado la bandera del laicismo, abandonada y pisoteada por una izquierda que se hunde en el impasse identitario.
Cada día que pasa, el jefe de Estado se aleja más del progresismo del canadiense Justin Trudeau. Diplomado en Filosofía, y ya sea por necesidad o por convicción, Macron ha tomado por las astas el toro de las políticas de la identidad que modelan la militancia política, académica y mediática. Macron ha llevado la batalla cultural a las universidades, cooptadas por la descolonización y el llamado islamoizquierdismo, la forma local de la critical racial theory estadounidense, al tiempo que ha puesto coto a ese atentado a la economía del idioma llamado lenguaje inclusivo. Aquello que parecía una jerigonza destinada sólo a la vanguardia trasnochada de los campus universitarios estadounidenses coloniza hoy la vida cotidiana occidental, desde la inflación del idioma al nuevo sello negro de Correos en España.
Le Pen cuenta con la fidelidad de su base electoral y con la porosidad de la derecha tradicional, ya que la estrategia de lavado de imagen ha funcionado
La decapitación del profesor de Historia y Educación Cívica Samuel Paty a manos de un islamista en octubre obligó a Macron a hacerse cargo de un dilema que habría preferido evitar, dejando al mismo tiempo en evidencia ese progresismo que ya no es Charlie Hebdo y que hoy prefiere cerrar los ojos ante el oscurantismo religioso que prospera en las periferias de las grandes ciudades de Francia y parte de Europa, a la espera de una imaginaria interseccionalidad arcoíris de izquierda que le permita al menos cazar votos en un electorado dominado por el autoodio y el odio a los valores occidentales.
En cuanto a Marine Le Pen, puede contar con la fidelidad de su base electoral y con la porosidad de la derecha tradicional, ya que la estrategia de lavado de imagen ha funcionado.
Pero Le Pen, sobre todo, ha hallado un aliado inesperado en esa izquierda a la que ya no convence el frente republicano, aquel viejo acuerdo del arco político francés que va de la extrema izquierda a los conservadores y que implica que se vota en segunda vuelta por aquel candidato capaz de vencer al Frente Nacional (hoy rebautizado Agrupación Nacional) cualquiera que sea el signo político de su adversario. El cordón sanitario republicano que provocó el triunfo plebiscitario de Jacques Chirac contra Le Pen padre en 2002 y la victoria de Emmanuel Macron contra Le Pen hija se desmorona quince años después, advierte un explosivo informe de la Fundación Jean-Jaurès publicado en abril.
Entretanto, el temor a una guerra civil se apodera de la derecha nacionalista, con miembros del ejército (generales retirados o soldados activos) que denuncian públicamente, rompiendo su obligación de silencio, la desintegración del país frente a los reclamos comunitarios y el islam radical. ¿Pronóstico acertado o fantasía paranoica? En cualquier caso, el 58% de la población francesa apoya a los uniformados en su diagnóstico, según la encuestadora Harris Interactive.
¿Qué forma tomaría esta supuesta guerra civil? La extrema derecha ha adoptado la teoría del Gran Reemplazo, acuñada por el escritor Renaud Camus (y reivindicada por el terrorista supremacista del ataque a la mezquita neozelandesa de Christchurch). Teoría que plantea una programada sustitución de la población autóctona por una invasión demográfica de Oriente y África. El "no nos reemplazarán" coreado por neonazis estadounidenses con antorchas cruzó hace rato el Atlántico. En los Estados Unidos, la conspiranoia de QAnon ve un plan del magnate George Soros para licuar la identidad europea, reformulación del viejo antisemitismo que se dedicaba antes al barón Rothschild como titiritero del cosmopolitismo en las sombras.
Francia, cuna tanto de la Ilustración como de la French Theory en la que se basa el movimiento woke, es un laboratorio de Occidente
Pero la realidad del cambio demográfico no reside únicamente en la imaginación de la extrema derecha. Es también lo que desvela a la antiliberal Ana Iris Simón, exredactora de la revista hipster Vice, y que se ve avivado por la guetoización en los barrios periféricos; por las reivindicaciones religiosas del islam en el trabajo, la escuela o las universidades; por las imágenes de oleadas de inmigrantes que golpean las vallas de Ceuta; y, más recientemente, por el chantaje marroquí de abrir el grifo de la miseria del mundo para inundar la vieja Europa.
La izquierda ha dejado de hablar a la clase trabajadora blanca que sabe que su futuro será peor que el de sus padres. Hace rato que ha preferido concentrarse en su nueva clientela política. Las minorías étnicosexuales, los funcionarios de la Educación pública y los ganadores de la globalización: los jóvenes urbanos que trabajan en la pujante industria tecnológica.
El dudoso argumento contable de que los jóvenes inmigrantes pagarán las pensiones de los blancos (privando de paso de su juventud y talentos a África) de una Europa que envejece sin tener suficientes hijos no sólo no convence a Ana Iris Simón. Algunas sociedades como Japón han preferido pagar el precio de la autosuficiencia.
Así las cosas, en Francia, como en otros lados, el eje izquierda/derecha está siendo reemplazado por un enfrentamiento entre la democracia liberal y los populismos iliberales. La extrema derecha y la extrema izquierda identitarias, obsesionadas con el sexo y la raza, se parecen cada vez más de lo que quisieran y hacen frente común contra el neoliberalismo globalizado.
De este modo, Francia, cuna tanto de la Ilustración como de la French Theory en la que se basa el movimiento woke, se transforma en un laboratorio de Occidente. Las elecciones presidenciales del año que viene no serán una mera repetición de 2017. Serán el teatro europeo de un enfrentamiento entre la tradición universalista y el esencialismo de los extremos. Extremos que juzgan de manera positiva o negativa al ciudadano no por lo que hace con su libertad, sino por lo que es de nacimiento. Es decir, por su color de piel y su sexualidad.
*** Alejo Schapire es periodista. Su último libro es 'La traición progresista'.