Es feo, fuerte y formal. Como John Wayne. Pero también muchas otras cosas, y todas las pudimos ver el sábado en el WiZink Center madrileño, en medio de un lleno espectacular. Había tanta gente que hacía pensar en que o bien las alusiones a la sexta ola carecen de sentido o en que nos dirigimos, a tientas, a un lugar repleto de incertidumbres.
El primer concierto en 20 meses en el gran recinto de Madrid con el aforo completo y sin restricciones (más allá de la mascarilla) procuraba, no lo niego, un vértigo desconocido. Hubo algo de purificación colectiva; de arrancarnos de encima un fragmento del tiempo difícil; tal vez un “basta ya” un tanto ingenuo pero también necesario. Al menos, eso parecía.
El recital del Loco contiene todo lo que se le atribuye a una personalidad excesiva como la suya. El escenario proyecta un aire chulesco (arrogante a veces) que sólo le está permitido a unos cuantos y que preside su figura desafiante y convulsa. A su lado, seis excelentes músicos tan patentemente roqueros que parecen robados a otra época. En el público, miles de admiradores, también jóvenes, que jalearían cualquiera de sus ocurrencias, quizá algunos incluso las más desafortunadas.
Y, a veces, pueden serlo mucho, como cuando humilló a un vigilante de seguridad en uno de sus conciertos en Torrelavega. Tardó una semana en disculparse, pero bueno, por algo se le conoce por el diminutivo de Loco.
"Loquillo sigue magnetizando a un determinado tipo de público. Su voz, tan singular y profética, continúa pareciéndole irresistible a quienes adoran al rey del glam"
Loquillo, en este combate desigual al que todos nos enfrentamos, ha vencido al tiempo, y ese es su mayor logro, manteniéndose en condiciones de llenar el templo de Madrid a sus 60 años.
Ya no canta como antes (faltan matices, texturas). Ya no irradia la energía que filtraba hace unos años. A la música a la que le pone voz no se le puede pedir demasiado; a las letras, salvo algunas excepciones sublimes, la mayoría de Sabino Méndez, tampoco. Pero sigue magnetizando a un determinado tipo de público. Su voz, tan singular y profética, continúa pareciéndole irresistible a quienes adoran al rey del glam.
José María Sanz, muchos años atrás, se hacía decididamente el loco en Málaga: “El señor Loquillo no quiere pagar la cuenta”, le explicaba a su jefe la recepcionista de un hotel. “¿Qué hacemos? Hay conferencias telefónicas, consumiciones del mini bar”, le indicaba la joven.
"A la salida del concierto, Isabel Díaz Ayuso sonreía a las aclamaciones de un grupo de incondicionales (“¡presidenta, presidenta!”), y compartía selfis con ellos"
El catalán, en esta historia en realidad minúscula, había participado la noche anterior en un homenaje a un músico estadounidense y, tras un larguísimo postconcierto en el restaurante de ese hotel con los otros participantes, dejaba así las cosas. El señor Loquillo no quería pagar la cuenta.
Tantos años después de esa anécdota, ahora encuentra tiempo entre las canciones para agradecer “a los alcaldes y alcaldesas que han seguido apostando por la cultura en este año de pandemia”. No sé si se daría por aludida, por pura extensión, o por costumbre, Isabel Díaz Ayuso, que por allí andaba. A la salida del concierto, la líder popular sonreía a las aclamaciones de un grupo de incondicionales (“¡presidenta, presidenta!”), y compartía selfis con ellos.
Han pasado más de 40 años desde que Loquillo se subió por vez primera a un escenario. Resulta una exageración considerarlo El último clásico, como él mismo se ha llamado en su último disco, publicado en 2019, y que aún presenta en su gira. Pero el grandullón fuerte y formal, probablemente contra todo pronóstico firmado en 1980, sigue pisando la tarima de los escenarios de todo el país. Esa es su gran conquista.
*** Ángel F. Fermoselle es escritor.