Las elites se rebelan contra la democracia en Eurovisión
Profundizando en la polémica eurovisiva es posible llegar a comprender el aumento del precio de la luz, la imposición de la mascarilla en exteriores e incluso el conflicto entre Rusia, Ucrania, la UE y los Estados Unidos como una rebelión de las elites contra la voluntad popular.
España está indignada. Y no porque nos suban los precios de la luz, nos vuelvan a imponer la mascarilla en exteriores o nos quieran mandar a morir a Ucrania. No. Estamos indignados porque va Chanel a Eurovisión en lugar de Rigoberta Bandini o el grupo gallego Tanxugueiras, que eran las favoritas de la gente.
Pero si profundizamos en este episodio, es posible comprender mejor los precios de la luz, las mascarillas y lo de Ucrania.
Rigoberta y Tanxugueiras, las más votadas por el público, fueron eliminadas por el voto de un jurado cualificado que ha preferido una opción más comercial y cosmopolita. Es un ejemplo de lo que el sociólogo estadounidense Christopher Lasch llamó "la rebelión de las elites" en su libro La rebelión de las elites y la traición a la democracia.
Los economistas neoliberales, los académicos progres, los verificadores periodísticos, los encuestadores electorales, el comité de expertos de la Covid y el jurado de Eurovisión son elites en rebelión contra la opinión popular. Ellos han decidido que sólo los profesionales pueden opinar. Que el pueblo suele estar equivocado y que nadie más que ellos tienen la verdad definitiva.
"El reino de los especialistas es la antítesis de la democracia", explica Lasch.
El deficiente funcionamiento de nuestras democracias liberales tiene mucho que ver con el de nuestra final eurovisiva.
Para empezar, los expertos preseleccionan a los candidatos a los que podremos votar. Esto es ya un límite inicial. No conocemos los criterios del filtrado musical. En el caso de los partidos políticos, las primeras trabas tienen que ver con el umbral mínimo de votos, la exigencia de conseguir avales o la dificultad de lograr financiación.
También hace falta estar comprometido con una serie de conceptos más o menos abstractos: las libertades fundamentales, los derechos humanos, la no-violencia o los principios democráticos. Según cómo se alteren las definiciones, es posible apartar de la política a quien cuestione cosas tan dispares como el capitalismo, el aborto, el Estado de Israel o la vacunación obligatoria.
"El voto de los ciudadanos es impotente en materia de superestructura económica, Poder Judicial o régimen de partidos"
El segundo límite a la democracia es el escaso margen de participación popular. En Eurovisión solamente podemos votar una serie de candidaturas cerradas. No hay ningún poder de decisión sobre todo lo que hay detrás: los productores, la maquinaria de sonido, los sellos discográficos o el destino de las ganancias.
El voto de los ciudadanos es igualmente impotente en materia de superestructura económica, Poder Judicial o régimen de partidos.
El tercer límite a la democracia es la capacidad material de votar. En el festival sólo han podido participar aquellos capaces de pagar por ello vía llamada o SMS. Es más, solamente habrán podido conocer la existencia de la votación aquellos que tengan el tiempo para ello, más allá de horas extra o de labores de cuidado. Y solamente aquellos que, disponiendo de ese tiempo, dispongan también de un televisor, o de una conexión estable a internet, o del dinero para mantenerlos encendidos pese al precio de la luz.
Lo mismo ocurre en las democracias occidentales. Las personas con rentas más bajas votan menos, al comprobar que la política casi nunca les ayuda. Aquellos con menos recursos educativos o menos tiempo libre también tienen mayor probabilidad de caer en la abstención.
Los desempleados votan menos porque están más desconectados de la vida social. Los jóvenes que menos votan son aquellos que están ocupados en salir del desempleo. Los ancianos con menos ingresos apenas salen a votar, porque en las viviendas precarias abundan las barreras arquitectónicas. También votan menos las familias que no pueden permitirse un buen acceso a la tecnología, porque les llega menos información. Y aquellos que no han podido permitirse formar una familia votan también menos, quizás porque no tienen a nadie cercano por quien preocuparse.
El cuarto límite a la democracia es la traducción de nuestros votos. En Benidorm ha funcionado un complejo sistema de puntos, en el cual una candidatura puede recibir diez puntos mientras que la siguiente candidatura recibe únicamente la mitad, aunque tenga sólo un voto menos.
Nuestras democracias liberales también sufren leyes electorales dictadas según el interés de las elites. El sistema electoral español busca potenciar el bipartidismo y a los nacionalistas. El sistema italiano se confeccionó para mantener el país en la inestabilidad y la debilidad, lejos del fascismo. El francés busca anular los votos del populismo de izquierda y derecha.
"El jurado musical de Benidorm manda más que el pueblo español, sí. Pero, a su vez, este jurado tendrá que someterse en mayo a la decisión de los jurados europeos"
El quinto límite a la democracia es el propio poder de las elites. El voto del jurado eurovisivo vale un 50%, mientras que el voto popular vale solamente un 25%. En política puede ser mucho peor: el voto popular llega a valer un 0%. Ocurrió en 1986, cuando los españoles votaron no integrarse en la estructura militar de la OTAN, pero las elites nos acabaron integrando en 1999. Ocurrió en 2015, cuando Grecia votó contra los recortes económicos del FMI, pero se los impusieron igualmente.
El sexto límite a la democracia es la jerarquía internacional de las elites. El jurado musical de Benidorm manda más que el pueblo español, sí. Pero, a su vez, este jurado tendrá que someterse en mayo a la decisión de los jurados europeos.
En el caso musical, las decisiones tomadas en España serán revisadas en Turín. En el caso político, las decisiones españolas se revisan en Bruselas, Washington o Estrasburgo. Y allí pueden ser anuladas, como cuando la Unión Europea (UE) obligó a los irlandeses a repetir un referéndum en 2008 y en 2009 hasta que salió el resultado deseado por la Comisión.
Esto ocurre porque, como recuerda Lasch, "las nuevas elites trabajan en mercados internacionales, de forma que están más comprometidos con el sistema globalista que con sus comunidades locales, regionales o nacionales".
Por ejemplo, una cuarta parte del voto del festival musical estaba en manos de IPSOS, una multinacional francesa de investigación de mercados. Y dos de los cinco miembros del jurado eran extranjeros: el germano Marvin Dietmann y el nórdico Felix Bergsson.
El resultado ha sido, en contra de la voluntad popular, la victoria del equipo de Chanel, donde apenas hay un solo español. Está conformado por un productor inglés (que ha trabajado con J-Lo y Britney Spears), un DJ holandés, una cantante canadiense y otra brasileña.
La propuesta musical era la más afín al mundialismo, a las fusiones pop-latino-reggaeton, a la imitación de los idols yanquis: Beyoncé o Dua Lipa. Y todo ello bajo el manto de la discográfica BGM, perteneciente al conglomerado alemán Bertelsmann.
"Nuestra falta de soberanía e identidad está bien reflejada en la letra de Chanel, el Slo-mo plagado de booms, dooms y zooms"
Son las señas características de la economía española. La sumisión absoluta a los intereses alemanes y angloamericanos. Una consecuencia de este orden de cosas es nuestra dependencia energética del exterior. Nuestra factura se encarece mientras que franceses y alemanes consumen felizmente nucleares o gas.
Nuestra falta de soberanía e identidad está bien reflejada en la letra de Chanel, el Slo-mo plagado de booms, dooms y zooms. Hasta tal punto llegan los anglicismos que se ha dicho que superan el porcentaje máximo de palabras extranjeras permitidas por el Benidorm Fest.
También se vulnera otra regla. La que impide promocionar productos en la letra de la canción. Porque Chanel canta sobre Bugatti, la empresa automovilística franco-germana.
Se incumple también la imparcialidad del tribunal, ya que una de sus miembros, Miryam Benedited, estuvo asociada con Chanel.
Pero no habrá problema alguno, porque las elites no están sujetas a las normas, que sólo rigen para el pueblo. Nadie va a responder por el porcentaje de anglicismos, como las grandes farmacéuticas no responden por los menguantes porcentajes de efectividad de las vacunas. Nadie va a responder por la publicidad de Bugatti, como la OTAN no responde por la publicidad del armamento yanqui de Lockheed, en detrimento de la industria europea. Nadie va a responder por las relaciones de Benedited con Chanel, como Joe Biden no responde por la relación de su hijo con Ucrania.
Para que la rebelión de las elites siga siendo victoriosa, solamente es necesaria una cosa. Según Lasch, "La intensificación de las divisiones sociales".
Tenernos enfrentados entre partidarios de Rigoberta y de Tanxugueiras, para imponernos a Chanel.
Tenernos enfrentados entre rojos y fachas, para imponernos a algún liberal.
Tenernos enfrentados entre los de Bernie Sanders y los de Donald Trump, para imponernos un Joe Biden.
Tenernos enfrentados entre los partidarios de las energías contaminantes o las energías limpias, para imponernos comprar energías limpias en países contaminantes.
Tenernos enfrentados entre atlantistas y rusófilos, para imponernos un conflicto contra Rusia, pero sin la ayuda de Estados Unidos.
Tenernos enfrentados entre los defensores de la eficacia de la vacuna y los negacionistas, para imponernos igualmente a todos mascarillas, pasaportes y restricciones.
Cualquier cosa con tal de que no percibamos el único campo de batalla: la rebelión de las elites contra la voluntad popular.
*** Hasel-Paris Álvarez Martín es politólogo y especialista en geopolítica.