Frank de la Jungla no desveló el misterio de su nombre, ni de por qué luce gorra girada y pantalón corto con los once años varias veces cumplidos. Pero cuando el streamer Roma Gallardo le hizo hablar, habló. Y cuando Frank de la Jungla se soltó, terminó por admitir que “seguramente” votará a Vox en las próximas elecciones para que pongan “un poco de orden”.

Mateusz Morawiecki, Santiago Abascal y Víktor Orbán, en la ceremonia patriótica de Madrid.

¿Orden? ¿Qué tipo de orden?

Frank de la Jungla añadió que desconfía del PP porque son “mentirosos mafiosos” y del PSOE porque son “mentirosos” sin apellidos. Y, sin embargo, sostuvo a pecho descubierto y a cabeza protegida que confía en la derecha alfa, con el argumento infalible del cansancio.

Lo sustancial es que Frank de la Jungla juzga a todos por sus palabras, y únicamente a PP y PSOE por sus fracasos. Le ampara una razón incontrovertible: Vox no ha libado poder. Todo lo que tenemos del partido de Santiago Abascal son muecas y promesas, tuits y aspavientos, declaraciones de intenciones y fanfarronadas. Pero son suficientes para que los peregrinos de Vox crean que con ellos será distinto.

Que España se hará respetar en el mundo, ¡al fin!

Que Marruecos dejará de tomarnos el pelo, ¡ya está bien!

Que el narcotráfico desaparecerá del Campo de Gibraltar.

Que el cambio climático se combatirá con combustibles fósiles.

Que las elites de Bilderberg encontrarán cortapisas.

Que la dictadura LGTBI y el feminismo erosivo y el globalismo patrocinado y los menas descontrolados y el golpismo catalán y el terrorismo salafista recibirán su merecido.

Etcétera.

"Fidesz y Ley y Justicia, los socios húngaro y polaco de Vox, han conseguido poner orden en sus países. Y sólo a cambio de hacerse con el monopolio del poder"

El 29 y 30 de enero, Vox organizó un encuentro de la extrema derecha europea en Madrid (“la primera cumbre de las fuerzas patrióticas y conservadoras de Europa”). Asistieron Viktor Orbán, primer ministro de Hungría, y Mateusz Morawiecki, primer ministro de Polonia. Es decir, los únicos dirigentes de la Unión Europea que gobiernan como líderes de dos partidos antiliberales (Fidesz y Ley y Justicia, respectivamente).

Abascal aprovechó la ocasión para reconocerles su admiración. A Morawiecki, por la defensa de sus fronteras ante la entrada masiva de inmigrantes desde Bielorrusia y de su soberanía ante las "escandalosas amenazas" de Bruselas, que equipara a las rusas.

A Orbán, por ser "un referente para todos los europeos", días antes de que Vladímir Putin lo elogiara por ser tan "independiente". ¡Y ya sabemos cuánto aprecia Putin la independencia de las viejas repúblicas soviéticas!

La patriótica ceremonia concluyó con una declaración conjunta y algunas interpretaciones muy libres y neuróticas sobre la Unión Europea. A saber: “Hay una amenaza creciente que trata de transformar la Unión en un megaestado ideologizado; una corporación que desprecia la identidad y la soberanía nacional y, por tanto, la democracia, la pluralidad y los intereses de la ciudadanía de las naciones que conforman la Unión”.

Así que, a estas alturas del juego y sin historial administrativo que analizar, el único modo de valorar el modelo político de Vox se reduce a los documentos que firma y los partidos de gobierno que pretende emular. Es decir, Fidesz y Ley y Justicia. Ambos han conseguido poner orden en sus países. ¡Y sólo a cambio de hacerse con el monopolio del poder!

Incluye Anne Applebaum en El ocaso de la democracia algunas anécdotas instructivas sobre qué significa poner orden. Como el caso de la amiga del partido que pasó de fabricar conservas a dirigir la principal compañía eléctrica de Polonia. O la hazaña del yerno de Orbán que, investigado por la Oficina de Lucha contra el Fraude de la UE por acumular todas las licitaciones de alumbrado público financiadas con fondos europeos, quedó descargado de preocupaciones y a salvo de los tribunales por voluntad de su suegro.

"Si uno quiere que España se convierta en un país dominado por el nepotismo y la arbitrariedad, la Hungría de Orbán y la Polonia de Morawiecki ofrecen dos sistemas ejemplares"

Quién sabe si por la democracia, la pluralidad y los intereses de la ciudadanía, en Polonia y en Hungría sus gobiernos fueron prescindiendo, con los años, de las mínimas garantías democráticas y apostaron por arrinconar a los opositores, premiar a los fieles al partido, animar la violencia política y crear nuevos enemigos. Como los inmigrantes, preferiblemente musulmanes, que suponen una amenaza existencial para sus países, aun representando el 5% de la población húngara y menos del 2% de la polaca. O como el magnate judío George Soros, particularmente en Hungría, motivo de campañas delirantes y descaradamente antisemitas.

Si uno quiere que España se convierta en un país castigado por el nepotismo y la arbitrariedad, sin libre competencia ni libertad de prensa, sin independencia judicial y regido desde el desprecio por la pluralidad política y la diversidad sexual y religiosa, la lista sigue, la Hungría de Orbán y la Polonia de Morawiecki ofrecen dos sistemas ejemplares. Frank de la Jungla tendrá que esperar dos años para votar a Vox. Los ciudadanos de Castilla y León no tanto. Ya.

*** Jorge Raya Pons es periodista.