Kiev y el conjunto de Ucrania siguen resistiendo la embestida rusa. Eso ha insuflado esperanzas renovadas entre los ucranianos, pero conviene mantener la cautela y prepararse, me temo, para la posibilidad de una dura escalada por parte de Rusia.
Moscú ha apostado por una rápida conquista de la capital, evitando otros núcleos urbanos y tratando de aislar y envolver a las fuerzas ucranianas desplegadas en el este del país. Es decir, Rusia parece haber diseñado su intervención con vistas a descabezar el Gobierno ucraniano y degradar o anular por completo su capacidad de defenderse en 48-72 horas.
Los bombardeos de los tres primeros días buscaban suprimir las defensas antiaéreas y las capacidades ucranianas de mando y control. Nada particularmente novedoso. Pero el inicial fracaso, al menos parcial, de esta primera embestida puede plantear dilemas incómodos para el Kremlin. Al mismo tiempo, su determinación para tomar Kiev por asalto es absoluta e irrenunciable y llegados a este punto, al presidente Vladímir Putin sólo le vale la victoria. Es decir, que Ucrania se rinda y se someta como Estado vasallo al poder metropolitano moscovita.
Además de la tenacidad de los ucranianos, Rusia parece estar afrontando algunas dificultades logísticas (falta de combustible, munición e incluso avituallamiento) para mantener el impulso escalonado del ataque. A ello conviene sumar que, en esta guerra, desde sus prolegómenos inmediatos allá por el mes de noviembre, Rusia se ha sentido, por vez primera en años, a contrapié en el ámbito informativo. Y para el Kremlin este es un asunto clave: tanto para mantener el control del relato para sus audiencias domésticas como para perturbar e infiltrar el debate y toma de decisiones en Occidente.
La denominada "diplomacia del megáfono" o "disuasión por revelación" de Estados Unidos y del Reino Unido, es decir, la publicación de su inteligencia sobre los planes de ataque rusos, no ha disuadido a Rusia, pero sí ha desbaratado su estrategia informativa y comunicativa que buscaba generar artificialmente un pretexto para justificar y legitimar una intervención decidida de antemano y presentarla al mundo como una suerte de movimiento defensivo y humanitario.
Para ello, la diplomacia rusa no ha dudado en mentir de la forma más burda. Así, por ejemplo, el embajador ruso en España convocó a los medios hace apenas veinte días para declarar que las noticias sobre que Rusia estaba amasando tropas en las fronteras con Ucrania eran, literalmente, bulos y fake news.
Esas supuestas fake news, en las semanas siguientes, se convirtieron en "simples maniobras" y el pasado día 16, fecha indicada por Estados Unidos como muy probable inicio de la ofensiva, el Kremlin anunció que iniciaba una retirada.
Otra mentira más, pero suficiente para generar la suficiente confusión entre la prensa occidental y como para anunciar síntomas de desescalada. Hasta ese momento, los medios rusos, con RT (Russia Today) y Sputnik a la cabeza, explicaban que todo era fruto de la "histeria occidental" y del ansia anglosajona por provocar tensiones entre Rusia y Ucrania. Algún popular comentarista español afín al Kremlin se ha encargado de amplificar estas narrativas en las redes sociales y en las tertulias televisivas de máxima audiencia.
Pero el ataque a Ucrania ya estaba decidido, así que a partir del día 17 el relato cambió de forma súbita: según la propaganda rusa, en Donbás (región del este de Ucrania con dos porciones de territorio controladas por Rusia desde la primavera de 2014) se estaba produciendo un genocidio y el ejército ucraniano se preparaba para lanzar una ofensiva devastadora. Rusia, por consiguiente, no podía quedarse de brazos cruzados.
Según esta narrativa, los ucranianos habían tenido la cortesía de esperar a que Rusia desplegara entre 150.000 y 190.000 efectivos en su frontera para lanzar esta provocación. La operación mediática incluyó el desplazamiento forzoso de población de Donetsk y Luhansk a territorio ruso para dar credibilidad a la supuesta crisis humanitaria. La gestión del asunto fue tan burda que hasta un notorio comentarista, normalmente alineado con Moscú, lo calificó de "evacuación de opereta" en un reciente coloquio universitario.
El carácter burdo y, a pesar de eso, claramente planificado de la operación ha generado dudas en el ecosistema del Kremlin y, de momento, poco ardor bélico entre la audiencia rusa. Así, en estos primeros días han aparecido algunos síntomas muy reveladores de pequeñas grietas en ese ecosistema.
En conversaciones privadas, personas del establishment, en algún caso de alto rango, han expresado su consternación por el bombardeo de Kiev y por lo que temen puede ser un comportamiento errático del presidente Putin. A eso cabe añadir el impacto del coraje que están mostrando estos días muchos ucranianos, empezando por el presidente ucraniano, Volodymyr Zelenski, incluyendo su rechazo a ser evacuado del país y su determinación por seguir en Kiev hasta el final.
La decisión del Gobierno ruso de bloquear el acceso en Rusia a algunas redes sociales es un indicio de su más que probable inquietud con la pérdida del control sobre el relato. Ocultar por completo a la población rusa lo que sucede en Ucrania no es fácil. Así que cuanto más se alargue la guerra, mayores serán los riesgos para el Kremlin.
De ahí el incentivo y la motivación de Rusia para elevar la apuesta y para asestar un golpe decisivo. Y el rumor que han puesto en circulación en las últimas horas sobre la supuesta intención de los ucranianos de cometer un atentado en Rusia utilizando una bomba sucia (que no genera una explosión nuclear, pero disemina materiales radiactivos en la atmósfera) no presagia nada bueno.
El ministro de Exteriores ucraniano, Dmytro Kuleba, se ha apresurado a desmentirlo para, igual que con la diplomacia del megáfono, desbaratar un plan que buscaría generar una ola de indignación y rabia que permitiera legitimar una escalada rusa que provocará muchas bajas civiles en Ucrania. De ahí que convenga adoptar todas las cautelas y ser escéptico con respecto a la comunicación que emane de un Kremlin que miente con la misma naturalidad con la que respira.
*** Nicolás de Pedro es experto en geopolítica, jefe de Investigación y Senior Fellow del Institute for Statecraft. La gran partida es un blog de política internacional sobre competición estratégica entre grandes potencias vista desde España.