Triste, muy triste, es la jornada que acaban de vivir España y los españoles. De nuevo una noticia, la cesión ante Marruecos sobre el Sáhara, que nos obliga a reflexionar. Qué país somos, qué credibilidad tenemos en el escenario global y de qué forma tomamos decisiones sobre asuntos estratégicos que, además, tienen una resonancia histórica.
El Gobierno de España ha vuelto a tocar fondo. Ha preferido dilapidar una responsabilidad internacional y sacrificar su neutralidad de casi medio siglo en su antigua colonia del Sáhara Occidental para entregarse a la posición marroquí. Una enorme concesión a cambio de no se sabe muy bien qué. Sea lo que sea, seguro que nos cuesta caro a medio y largo plazo.
¿Puede proceder esta renuncia de las presiones de Alemania, del canciller Olaf Scholz actuando como portavoz de la Administración estadounidense (gran aliada de Rabat), a cambio de mirar con buenos ojos las propuestas españolas sobre energía, como se especula en Bruselas?
¿Puede ser esta concesión un intento (obviamente ingenuo) de firmar una póliza de seguro sobre Ceuta y Melilla, de tratar de frenar las oleadas de inmigrantes que maneja a su placer Rabat?
Sea lo que sea lo que se haya puesto en la balanza para que España acepte la posición marroquí de considerar el Sáhara Occidental como una autonomía limitada, y de eliminar por completo la perspectiva de un referéndum de autodeterminación de la ONU, se ha hecho de la peor manera posible. A escondidas, sin garantías y con manifiesto desprecio hacia el Congreso y la sociedad española.
El anuncio del cambio histórico lo hizo Marruecos. Solamente después de ese anuncio, España confirmó la dejación vergonzante de su responsabilidad histórica como potencia administradora del Sáhara Occidental y de la responsabilidad de que el pueblo saharaui pueda elegir su futuro en libertad.
"No se abandona una posición histórica con nocturnidad. A espaldas (no es novedad) de los representantes de la voluntad popular"
Lo que está sobre la mesa no es la fórmula en sí. La autonomía para la zona, que Marruecos defiende con el entusiasta apoyo de Estados Unidos, que lideró Donald Trump y que en la Unión Europea solamente Francia y desde hace poco Alemania respaldan, puede ser una fórmula de solución para un conflicto enquistado en el que los abandonados saharauis no han dejado nunca de sufrir. Eso, como casi todo, es discutible.
Lo importante es que las cosas no se hacen así.
No se hacen así, sin un debate previo en el Congreso de los Diputados.
No se abandona una posición histórica con nocturnidad. A espaldas (no es novedad) de los representantes de la voluntad popular. A espaldas (mucho menos es novedad) de la oposición. Y también a espaldas (tampoco es nuevo, por increíble que parezca) de parte del Gobierno, los titulares de Podemos, que por cuarta vez en lo que va de año protestan amargamente de ignorancia y desacuerdo sin abandonar, eso sí, las cómodas y bien remuneradas carteras que ocupan.
Algo tan importante como esto se hace en los espacios democráticos adecuados.
No se hacen así, violando todas las resoluciones de Naciones Unidas que nos atribuían esa responsabilidad de potencia administradora, aunque hayamos renunciado desde hace tiempo a ejercer el papel, y que denunciaban, una tras otra, las agresiones de Marruecos contra el pueblo saharaui.
Algo de esta envergadura se hace en el marco de la ONU.
"El Gobierno busca réditos que justifiquen el sacrificio de las responsabilidades internacionales y de su deber con los saharauis"
Y no se hacen así, finalmente, en medio de un conflicto como el de Ucrania y una crisis energética que sofoca a España y Europa. Buena parte del gas que consumimos procede de Argelia, el adversario más feroz de Marruecos, el país que protege las reivindicaciones del Sáhara Occidental y que ha ayudado en todos los sentidos a los saharauis.
¿Cuál será ahora la reacción de Argel? ¿Creemos que las bombas de Vladímir Putin van a tapar la entrega del Sáhara Occidental y la dejación de un compromiso histórico?
El Gobierno busca réditos que justifiquen el sacrificio de las responsabilidades internacionales y de su deber con los saharauis. Cree encontrarlos a corto plazo con el respaldo alemán a sus propuestas energéticas para tratar de abaratar el precio de la luz. Cree que el régimen autoritario marroquí, que desde luego no dará ninguna autonomía a los saharauis (sería muy ingenuo suponer que lo va a hacer un país no democrático), va a ceder en sus próximos objetivos estratégicos, una vez rendida la posición española sobre el Sáhara: Ceuta, Melilla y, en el horizonte, Canarias.
La presión de Rabat seguirá, porque ha olfateado debilidad y no existe un incentivo mayor para aquel que impone por la fuerza sus objetivos. De hecho, aunque el comunicado del Gobierno es equívoco, la posición de Marruecos es cristalina. Se sigue sin admitir la soberanía española sobre Ceuta y Melilla. ¿Cómo va a cambiar Marruecos su manera de hacer las cosas si el Gobierno le acaba de premiar por hacer lo que quiera con el Sáhara, independientemente de la legalidad internacional?
No servirá para nada esta concesión, este abandono de responsabilidades históricas y humanitarias, más que para dejar en evidencia de nuevo una manera de gobernar que repugna. Una política de vuelo bajo que sacrifica a sus intereses a corto plazo lo que haga falta. Incluida la imagen y la reputación internacional de España.
*** Adrián Vázquez Lázara es eurodiputado de Ciudadanos en el Parlamento Europeo.
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