El rey Felipe junto a un retrato del rey Juan Carlos.

El rey Felipe junto a un retrato del rey Juan Carlos. Gtres

LA TRIBUNA

Una monarquía ejemplar para un tiempo exigente

La publicación del patrimonio personal de Felipe VI y su disposición a ser fiscalizado por el Tribunal de Cuentas prueban que la Casa Real ha entendido las demandas de una sociedad democrática que exige una monarquía transparente y moderna.

1 mayo, 2022 02:51

En el discurso que inauguraba su reinado, el día 19 de junio de 2014, Felipe VI desgranó aquello que la Corona debía hacer y parecer, al margen de su estricto y pulcro cumplimiento de la Constitución: cercanía, conducta íntegra, honestidad, transparencia, responsabilidad social, autoridad moral, principios morales y éticos, ejemplaridad. Todo ha sido, desde entonces, llevado a la práctica.

La reina Letizia a su entrada en el Palacio Real.

La reina Letizia a su entrada en el Palacio Real.

La monarquía de Felipe VI está plenamente adaptada al siglo XXI y ha superado la crisis vivida en la fase final del reinado de su padre. No puede, sin embargo, conformarse con ello y debe seguir mostrando su ejemplaridad y su utilidad. La inexistencia, en el caso español, de una larga tradición ininterrumpida y el excepcional restablecimiento de la forma monárquica en la segunda mitad del siglo XX, tras la Segunda República y el Franquismo, obligan a un esfuerzo cotidiano suplementario de legitimación.

Las crisis vividas en nuestro país desde principios del nuevo siglo -2008, golpe independentista, covid y una nueva situación económica difícil en ciernes- no auguran tiempos tranquilos. Y la sombra de Juan Carlos I sigue siendo demasiado alargada, con algunas cuestiones sin resolución evidente, como su posible —y según algunos inminente— regreso a España.

Aunque existe una parte notable de injusticia hacia la figura del antiguo rey, en tanto que uno de los principales impulsores de los profundos cambios vividos en España en la Transición democrática, debemos reconocer que nuestra sociedad actual es presentista y olvidadiza. Ello apremia, sin duda, a una mayor vigilancia y reactividad.

"Modernizar y convertir la práctica en norma resulta clave, pero la Ley de la Corona no es en este momento prioritaria"

Comoquiera que sea, lo ocurrido a principios de esta semana refuerza el compromiso de la monarquía española y del rey Felipe VI con la ejemplaridad y con la transparencia. El lunes, la Casa Real hizo público el patrimonio del monarca, cifrado en algo más de dos millones y medio de euros, la mayoría de los cuales en cuentas y valores, y el resto en objetos de arte, antigüedades y joyas personales. Al día siguiente, el Consejo de Ministros aprobó un real decreto que reforma algunos elementos de la Casa Real, amplia el techo de cristal y designa al Tribunal de Cuentas como auditor de la actividad económica de la Corona.

La colaboración entre esta y el Gobierno Sánchez afianza las instituciones. Modernizar y convertir la práctica en norma resulta clave. Pero la Ley de la Corona no se me antoja, en este momento, prioritaria.

La primera de las decisiones es valiente, si tenemos en cuenta el panorama de las testas coronadas en Europa (no muy partidarias de dar pasos en esta línea), pero no exenta de riesgos. De todos es sabido —excepto de aquellos que no quieren enterarse—, que el Rey no es propietario de sus bienes inmuebles y que, además, pertenece a una de las monarquías más austeras entre las existentes actualmente.

No obstante, declarar unos ahorros de algo más de dos millones, en una época de populismo rampante, de visceralidad social y política y de crisis económica, con muchas familias que no llegan a final de mes o están altamente endeudadas, no necesariamente va a acarrear grandes simpatías, más allá de felicitarse por la franqueza del rey. No estoy seguro de que el momento escogido haya sido el más indicado para este loable ejercicio.

Una vez emprendido este camino, el patrimonio de doña Letizia debería ser asimismo conocido. Es la reina de los españoles, la esposa del titular de la Corona y miembro de la Familia Real y, en consecuencia, también le corresponde formar parte del pacto de transparencia entre monarquía y ciudadanos. He valorado siempre de manera muy positiva sus contribuciones a la recuperación de la imagen y actividad monárquica, sabiendo fusionar tradición y modernidad, pero un paso más al frente en cuestiones de transparencia sería bienvenida. No es obligatorio, pero sí oportuno.

Las medidas tomadas por la Casa Real y por el Gobierno español merecen ser destacadas y aplaudidas. Van en la buena dirección emprendida hace más de un lustro.

"El rey Felipe VI y la Casa Real están mostrando que entendieron perfectamente que en las monarquías parlamentarias es fundamental adaptarse a los cambios de la sociedad"

Algunos no han apreciado el gesto, de la misma manera que no celebrarían ninguna iniciativa protagonizada por una Corona simplemente demonizada. Son los grandes enemigos políticos de la monarquía española y, no se olvide, de nuestro sistema constitucional y democrático. Se trata del populismo de izquierdas, representado sobre todo por Podemos, una parte del actual Gobierno que usa esta posición con voluntad de erosionar el sistema desde dentro. Y también del nacional-populismo de los independentistas, catalanes y vascos.

Para los primeros, el rey simboliza la España construida desde la Transición y un obstáculo para sus intentos de derribar el edificio constitucional de 1978. Las declaraciones de la ministra Belarra, sin ningún sentido de Estado, en este y en tantos otros temas, han sido especialmente desafortunadas.

Para los segundos, la monarquía es la garante de aquello que más odian: una España unida en la diversidad. Acaso las reacciones de ambos grupos frente a las iniciativas y reformas de este final de abril de 2022 sean el mejor aval de que se está avanzando adecuadamente.

El rey Felipe VI y la Casa Real están mostrando, una vez tras otra, que entendieron perfectamente el mensaje lanzado por los ciudadanos españoles en la primera mitad de la segunda década del siglo XXI. En las monarquías parlamentarias resulta fundamental adaptarse a los cambios de la sociedad –los generacionales, entre ellos-.

En la Constitución española se fija el papel del rey, que es muy limitado. No parece lógico, de cara a la consolidación de la monarquía felipista, reducirlo aún más en la práctica. La tentación presidencialista del socialista Pedro Sánchez, desde la jefatura del Gobierno, no es, en este sentido, una buena noticia. Contribuye a invisibilizar y ningunear al monarca, por un lado, en un terreno muy importante como el internacional, y no ofrece garantías de un mejor desempeño, como las chapuzas en la relación con Marruecos muestran a las claras. La opción de Sánchez es plenamente constitucional, mas inadecuada. Y, en la práctica, cuestionable.

A pesar de todo lo anterior, deseo insistir en el buen camino transitado desde 2014 por la Casa Real. Sigo convencido, ayer como hoy, de que en la monarquía parlamentaria española hay más soluciones que problemas.

*** Jordi Canal es historiador, y autor de La monarquía en el siglo XXI El proceso independentista en Cataluña.

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