Discordia, nervios y planes de emergencia. El paquete de invierno anunciado este miércoles por la Comisión Europea ha caído como una bomba entre los socios europeos. Algunos como España, Portugal, Polonia, Italia o Grecia ya han dicho que de racionar gas, nada. Sobre todo habiendo hecho sus deberes y recordando a los países del norte de Europa, especialmente a Alemania, que ahora ellos no van a pagar por los errores de otros.
Se reabren heridas del pasado. La retórica es clara: invocar la austeridad, la troika y todas aquellas injustas declaraciones de los ministros y presidentes ‘halcones’ tras la crisis de 2008. “No vamos a pagar sus derroches y sus fiestas”, se dijo injustamente aquellos años, reduciendo una problemática compleja a un eslogan injusto y de brocha gorda.
Hoy el mensaje de “no vamos a pagar la mala planificación energética de unos pocos” le da la vuelta a la tortilla con ganas de ajustar cuentas una década después. La posición esconde un sentimiento de venganza y represalia. Y en parte, hay algunos argumentos que son defendibles.
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Es cierto que España ha diversificado proveedores, apostando por el gas natural licuado (GNL) mucho más que Alemania. También es cierto que lanzarse a los brazos de Gazprom ha permitido a la industria de varios países disfrutar de un gas más barato y, por tanto, de un precio de la energía más competitivo. Y que socios como Francia no han querido invertir en interconexiones que acabasen con la isla energética que es la Península ibérica. Lo paradójico es que esa autosuficiencia es lo que ahora nos favorece.
Pero en una situación de crisis como la que nos enfrentamos hay que analizar desde más lejos, con perspectiva. No hay que plantear en términos demagogos el Mecanismo de Solidaridad que se activaría en caso de desabastecimiento de gas. Primero, porque esta herramienta ya existe desde 2017, y fue votado y aceptado por todos los países que ahora se echan las manos a la cabeza. No surge del anuncio de estos días. Ese Reglamento ya recoge la obligación de que los consumidores protegidos (hogares, hospitales, escuelas, industria básica…) sean los últimos en perder el suministro en un escenario de desabastecimiento.
Segundo, porque cada país ya tiene desde hace cinco años un plan de emergencia diseñado en el que se contempla los cortes de suministro a la industria en caso de necesidad.
"Aunque en menor medida, en España también somos vulnerables a un corte total de suministro durante el invierno"
Hay otro factor clave. Ya estamos mandando gas al norte de Europa al máximo de nuestra capacidad. El gasoducto que nos une con Francia ya funciona a máximo rendimiento y, en caso de emergencia de un socio, nuestra capacidad de almacenar y distribuir GNL desde nuestros puertos nos haría una pieza fundamental a la hora de atraer gas de terceros países. Si hubiesen querido invertir en el MidCat quizás ahora podríamos aportar más.
Y reducir el consumo de gas va a ser un mal necesario para todos. No podemos olvidar que, después de torpedear nuestra relación con Argelia tras el movimiento chapucero del Sáhara Occidental, estamos mucho más expuestos. Rusia se ha convertido en nuestro segundo proveedor en junio. Aunque en menor medida, también somos vulnerables a un corte total de suministro durante el invierno.
Tampoco conviene entrar en revanchismos en un momento tan delicado por una razón meramente estratégica. Putin quiere una Europa dividida, una Europa descentralizada cuyos países tomen caminos distintos para afrontar los retos comunes. No digo con esto que los países de la UE no deban defender sus legítimos intereses ante las posiciones de la Comisión, pero en muchas ocasiones estas posiciones son artificiales, una muestra de “poder de resistencia ante el coloso de Bruselas” de cara al votante de su país.
"Somos menos fuertes si nuestros socios caen. Y mostrar solidaridad es un acto de altura política que no se olvidará con el paso de los años"
Hacerle el juego a Putin y volver a revivir constantemente los fantasmas de división que asolaron Europa tras la crisis de 2008 es azuzar una retórica populista que nos deja en desventaja. Dejar caer a un socio afectará a nuestras familias, al valor del euro y a la viabilidad de muchas compañías (alemanas, neerlandesas, italianas) asentadas en nuestro territorio o con negocio dentro de nuestras fronteras. Dejarles caer es ir contra nuestros propios intereses.
Hay dos formas de afrontar el futuro incierto que nos depara este invierno. Podemos despertar a los fantasmas del pasado reciente, apelar a que el norte haga sus deberes en materia energética y dejar claro que no moveríamos un dedo por ellos ni aunque esto supusiera el desmoronamiento de la UE. Una Ley del talión que, más allá del revanchismo, acabaría afectándonos a nosotros de forma directa a nivel político y económico.
La otra opción es la del quid pro quo. No quiero entrar en alegatos sobre la importancia del proyecto comunitario o de la solidaridad. Tampoco en lo importante que fue la respuesta común de la UE durante la pandemia para realizar compras conjuntas de vacunas o sufragar los ERTEs y minimizar el impacto de la crisis.
Recordemos que hemos recibido casi 80.000 millones de euros europeos en subvenciones del fondo de recuperación.
Seré más pragmática: volver a dividir Europa en dos, con el auge de los populismos y la confrontación entre países latente en todos los países, es una deriva que refuerza a Putin y nos hace más débiles en el tablero internacional. Somos menos fuertes si nuestros socios caen. Y mostrar solidaridad es un acto de altura política que no se olvidará con el paso de los años.
Demostremos que estamos dispuestos a ayudar dentro de nuestras capacidades: es la única salida que tenemos para que Europa enfrente el chantaje de Putin y volver a salir reforzados de la enésima crisis a la que se enfrenta el proyecto europeo.
*** Susana Solís Pérez es eurodiputada en el Parlamento Europeo por Ciudadanos.