Es sabido que en verano la carestía no es sólo de lluvias, sino también de noticias. Y así los abnegados redactores de informativos han de escudriñar en la actualidad entre fiestas patronales y vídeos simpáticos de YouTube hasta encontrar su Dorado. Alguna gema con la que elaborar una pieza de dos minutos.
En los últimos años era costumbre que Gibraltar se prestase a sacarnos de este ennui. Pero parece que con ellos no vamos a contar.
Compareció aquí providencial el presidente Sánchez para su eufórico balance del curso. Despojado de corbata y ataviado con chaqueta azul y un pantone facial que le envidio, anunció que se desprendía del lazo al cuello para ahorrar energía y conminó a sus gobernados a seguir el ejemplo.
He aquí la providencia que los ávidos redactores esperaban. El material con el que elaborar esa pieza de dos minutos que los presentadores de informativos comentarían, ora luciendo gesto sardónico y contestatario, ora ceñudo y oficialista según las simpatías del mismo. Y ahí debería haber quedado la cosa, en una anécdota para tenernos distraídos veinte minutos.
"En ausencia de una señal aclaratoria siempre habrá un individuo en internet que confunda una postura extremista con su parodia"
Allá por 2005 un forero llamado Nathan Poe enunció una teoría que viene a decir lo siguiente: en ausencia de una señal aclaratoria —un guiño, una carcajada— siempre habrá un individuo en internet que confunda una postura extremista con su parodia. Y a esta teoría le puso su nombre, que para algo era suya.
Ejemplos de la ley de Poe pueden encontrarse en muchos ámbitos, y abarcan desde las cuestiones más magufas e inofensivas hasta las más sensibles. Desde el terraplanismo hasta la negación del Holocausto. Yo mismo me encontré ante el abismo de Poe el otro día, cuando en una novela leí sobre la Iglesia de la Eutanasia. Y sin terminar de dar crédito a su existencia acudí raudo a Google para desquitarme de la duda. Existe, y treinta años de historia como treinta soles la contemplan.
Estos días, a raíz de la sugerencia eco-sartorial de Sánchez, me he acordado bastante del bueno de Poe y su axioma. Al rato empezaron a salir quienes anunciaban que, en represalia, iban a llevar corbata en los lugares más insospechados. Hubo incluso quien se fotografió prácticamente como Dios lo trajo al mundo pero, eso sí, con su lazada al cuello.
Una muestra de virtue signalling insospechado que podría —quizá— calificarse de excesivo pero no original. Es algo que ya vimos cuando el Gobierno sugirió la reducción del consumo de carne. Las redes, esa aldea irredenta de la hipérbole y el histrión, se llenaron de patas de jamón, solomillos, pechugas y contramuslos.
"La ironía empieza y llega hasta el final tomándose en serio, claudicando el razonamiento, haciendo indistinguible la parodia de lo verídico"
También cuando la recomendación se centró en disminuir la ingesta de azúcar y no faltaron los que se retrataron para la posteridad en fotografías que hubieran provocado hiperglucemias en la mismísima Fresita, esa inolvidable concursante de Gran Hermano. No he querido saber y de momento no he sabido lo que estará circulando por grupos de WhatsApp.
Dice Vladimir Jankélévitch en su obra La ironía (Taurus), esta “consiste en negarse a desarrollar, en preferir la pirueta, la modulación seria que de pronto se interrumpe”. En el caso de las fotos de la corbata hay una negación del desarrollo, sí. Pero la pirueta es tosca, como la de un aprendiz de trapecista, y la modulación desaparece. Esta empieza tomándose en serio y llega hasta el final tomándose en serio, arramplando con todo lo que sea necesario, claudicando el razonamiento, haciendo indistinguible la parodia de lo verídico.
Tampoco es algo de lo que sorprendernos en exceso: “zasca” tiene ya su propia acepción en el diccionario de la RAE, y cualquiera puede ser “negacionista”. Este efectismo se ha incorporado con alborozo al debate público y, por tanto, democratizado. Ahora, para uso de esa derechita reactiva que atiende antes al quién que al qué, y lo mismo atribuye a Sánchez el estallido de la guerra entre Serbia y Kosovo, igual que Homer Simpson atribuye a una piedra la ausencia de tigres en su barrio. Como tantas veces, las formas grotescas difuminan un debate que podría ser razonable: ¿ahorra más desprenderse de la corbata que de la chaqueta?
Hay, no obstante, motivos para el optimismo. Días después de la admonición de Sánchez las playas no han acusado un cambio en el código de vestimenta y ningún nadador se ha atado la corbata al tobillo a modo de velamen propulsor. Tampoco se ve a paseantes embozados en esta prenda como gesto de reivindicación política, que bastante tuvimos ya con la mascarilla.
Es posible que la ley de Poe, de momento, se mantenga en los confines de internet y el sentimiento de ridículo, tan importante, nos esté ahorrando unas imágenes impagables.
*** Carlos Hortelano es escritor.
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