Una pancarta con la estatua Lenin de fondo en una manifestación en Almaty, Kazajistán.

Una pancarta con la estatua Lenin de fondo en una manifestación en Almaty, Kazajistán. Pavel Mikheyev Reuters

LA TRIBUNA

¿Queremos ser recordados como De Gaulle o como Pétain?

Estamos en una guerra calificable como mundial. Tenemos que elegir si actuar como el heroico De Gaulle o como el colaboracionista nazi Pétain.

30 agosto, 2022 02:58

Imaginemos que durante la Segunda Guerra Mundial los aliados hubieran comprado materias primas a Hitler, se las hubieran pagado en marcos, hubieran invitado a los líderes del Partido Nazi a pasar sus vacaciones en Europa y, para colmo, las empresas aliadas hubieran suministrado a Alemania el diésel que necesitaban sus tanques para conquistar Europa.

Un niño de cuatro años sale de un refugio antiaéreo en Pereizne, un pueblo de Donetsk.

Un niño de cuatro años sale de un refugio antiaéreo en Pereizne, un pueblo de Donetsk. Ammar Awad Reuters

Eso es exactamente lo que está ocurriendo ahora. Alemania sigue comprando gas a Moscú. Hungría paga sus transacciones con Rusia en rublos. Los millonarios rusos siguen haciendo alarde de su soberbia en Europa y recientemente hemos descubierto que, desde el 24 de febrero, una empresa francesa está vendiendo el diésel que permite a los tanques rusos sembrar el terror por Ucrania.

Alguien podría plantear que la situación no es la misma que en 1939, ya que aquello era una guerra mundial y esto no es más que una guerra entre Rusia y Ucrania. Ojalá fuera ésa la realidad. Aunque nos neguemos a admitirlo, estamos en una guerra que, por sus características, podría calificarse como mundial.

Veamos algunos hechos que ilustran esta afirmación.

Primero. Al igual que ocurrió en 1939, desde que el 24 de febrero los tanques rusos traspasaron la frontera con Ucrania el mundo se ha dividido en dos grandes bloques: aquellos que están con Putin y aquellos que están con la luz. La única diferencia que encontramos es que, en la Segunda Guerra Mundial, algunos estados optaron por la neutralidad o la no beligerancia y ahora la neutralidad no existe. Incluso aquellos (Suiza, Finlandia o Suecia) que eran neutrales de condición han optado por abandonar su posicionamiento para comprometerse con el mundo libre. En otras palabras, la guerra de Ucrania ha provocado que todos los países se impliquen en el conflicto dividiendo el mundo en dos bloques: el más numeroso que apoya a Kyiv y el menos numeroso que apoya a Moscú.

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Segundo. Debemos hablar de la situación económica. Como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, entre 1914 y 1917 la inflación se disparó hasta el 80%. En Estado Unidos, como consecuencia de su implicación en la Segunda Guerra Mundial, el déficit público pasó del 3% (1939) al 23% (1943), ya que los tanques, los barcos y los aviones salían de las arcas públicas. Entre 1939 y 1945, Francia redujo su PIB en un 49,1%, Austria un 57% y Grecia un 63,6%. En las últimas semanas, hemos empezado a asumir que el mundo va a sufrir una elevadísima inflación, que los déficits públicos de los estados se van a disparar y que el PIB se va a reducir espectacularmente. En otras palabras, vamos a entrar en una economía de guerra.

Tercero. Debemos analizar el drama humano de aquellos que huyen de la guerra comparando los dos periodos. En los seis años que duró la Segunda Guerra Mundial, hasta 12 millones de personas se vieron obligadas a abandonar sus casas, convirtiéndose en una suerte de nómadas que posteriormente llamaríamos refugiados. En los tan sólo seis meses que llevamos de guerra en Ucrania, hasta 5 millones de ucranianos han tenido que abandonar su país. Es una cifra nunca vista en otros conflictos: supone casi la mitad de aquellos que lo hicieron durante toda la Segunda Guerra Mundial.

Cuarto. Hay que plantear cómo está funcionando la industria de defensa. Durante el periodo de entreguerras, Alemania se armó mientras el mundo libre miraba a otro lado. Pocos años más tarde, el mundo se vio obligado a fabricar armas a marchas forzadas para hacer frente a la Alemania Nazi. Desde 2008, Rusia no ha hecho más que producir armas mientras Europa repetía el mismo comportamiento: mirar de nuevo a otro sitio. Tras la invasión del 24 de febrero las fábricas de armamento de todo el mundo no dejan de producir cañones, munición, tanques, aviones, drones... con un único fin: enviar armas a Ucrania, lugar donde se está librando nuestro futuro.

"Buena parte de nuestra clase política trata de convencernos sutilmente de que el hambre de Rusia se saciará con el bocado ucraniano"

Hoy el mundo libre afronta la situación más difícil de los últimos 80 años. Las sociedades postheroicas e infantiles en las que vivimos se niegan a escuchar los ecos de los cañones que resuenan en las lejanas tierras de Ucrania. Sin embargo, lejos de preocuparnos por esos cañones que suenen cada vez más cerca, no dejamos de pedirle al presidente Zelenski que se rinda, ya que si mantiene su resistencia no podremos poner el aire acondicionado a 19 grados, seguiremos pagando las palomitas unos euros más caras y no podremos usar el coche para cubrir distancias de pocos cientos de metros.

Desde que Rusia invadió Georgia en 2008 nos negamos a aceptar una realidad: estamos en guerra. En estos años de confrontación con Moscú, el FSB ha asesinado a varios ciudadanos occidentales en suelo europeo, aviones rusos no han dejado de violar nuestro espacio aéreo y el Kremlin no ha parado de financiar partidos políticos extremos con el único fin de debilitarnos. El proceso nacionalista catalán, el Brexit o la presidencia de Trump son ejemplos de acontecimientos que, lejos de ser fortuitos, han sido impulsados por una Rusia que ya no nos desafía, sino que nos ataca sin esconderse.

Y, mientras tanto, buena parte de nuestra clase política trata de convencernos sutilmente de que Putin no es el diablo y que, con un poco de suerte, el hambre de Rusia se saciará con el bocado ucraniano.

Europa tiene dos opciones: ser Pétain o ser De Gaulle.

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Si opta por ser Pétain, a corto plazo nuestra economía no caerá y seguiremos viviendo la ficción del fin de la historia que nos propuso Fukuyama a finales de los 90. Sin embargo, dentro de veinte años deberemos contarle a nuestros hijos que fuimos unos cobardes motivados por nuestra comodidad.

Si elegimos al general De Gaulle pasaremos hambre, sufriremos penurias y probablemente tendremos bajas entre nuestros compatriotas. Pero dentro de veinte años les diremos a nuestros hijos que la libertad de la que disfrutan fue obra de nuestro sufrimiento.

Durante la Segunda Guerra Mundial, De Gaulle no era más que un hombre pegado a un micrófono al otro lado del Mediterráneo, pero su ejemplo sirvió para que millones de franceses lucharan de forma casi suicida contra los nazis.

Si hoy uno viaja a París, nos daremos cuenta que entre otras muchas cosas De Gaulle da nombre a una bella plaza al final de los Campos Elíseos, a una estación de metro en las líneas 1, 2 y 6 y a uno de los más modernos aeropuertos de Europa. Sin embargo, el nombre de Pétain sólo representa la vergüenza de aquellos que no quisieron renunciar a su comodidad y optaron por ser cómplices de la barbarie.

Europa está en guerra y debe elegir entre ser De Gaulle o Pétain.

*** Alberto Priego es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia de Comillas.

C. Tangana.

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