El PP debe "caer en la trampa" de debatir sobre el aborto
Aunque el debate tenga algo de "trampa", el PP no debe renunciar a confrontar la nueva ley del aborto con una alternativa.
"El PP no hará campaña contra le ley del aborto porque sería 'caer en la trampa del Gobierno'". Así titulaba este diario el miércoles 31 de agosto, el día que comenzaba su tramitación parlamentaria la reforma de la mentada ley. Ley que, entre otras cosas, sitúa la edad legal para abortar en 16 años y elimina los días de reflexión.
"La trampa", se supone, es la confrontación con Sánchez. Y, en este caso concreto, con Irene Montero. Y no caer en ella, que puedan sacar cómodamente adelante esta y otras tantas leyes sin encontrar en el principal partido de la oposición palabra alguna que les haga despeinarse.
¿En qué momento consiguió la izquierda (o decidió el PP) que la confrontación política pasase a ser una "trampa"? Con esta reforma y con cualquier otra iniciativa legislativa del Gobierno, el partido de la oposición adquiere la más importante de sus obligaciones: confrontarla, salvo que esté de acuerdo. Y este es quizá el problema: está de acuerdo. O, peor aún, le es indiferente.
En la misma información de EL ESPAÑOL hay otro entrecomillado elocuente al respecto: "No vamos a caer en cortinas mediáticas". Lo que establece una regla de tres a partir de la cual casi cualquier cosa que haga el Gobierno puede ser catalogado de "cortina mediática".
El PP podría haber presentado, por ejemplo, uno de esos documentos que lleva meses elaborando y remitiendo a la Moncloa sin recibir respuesta del Gobierno. Uno en el que se dijera qué aspectos van a modificar, si es que hay alguno. O presentar el mismo día de inicio de la tramitación de la reforma un plan de apoyo a la maternidad. O apelar, al menos, al consenso del 85. En vez de eso, ha optado por callar.
"Las declaraciones del PP sobre el aborto bien pueden significar esto: haga el Gobierno lo que quiera, que, si no es carne de economía, nosotros callamos"
Es evidente que la reforma, como todas las iniciativas legislativas que inciden en ámbitos morales, de conciencia o de intimidad, es un campo dispuesto para la bronca. Y, siendo nuestro país como es, para la bronca más simple, basta y ramplona. Como en España la oposición está desnuda e inerme ante el Gobierno, también hay algo de trampa. En eso el PP no se equivoca.
La cuestión es si, por tener algo de trampa, está justificado que el partido que aspira a gobernar España rehúya los debates. Cualquier debate. No debería estarlo, como sabe Díaz Ayuso. Por lealtad con los electores, que tienen derecho a saber qué opina el partido que les está pidiendo el voto sobre todos (o la mayor parte, por lo menos) de los asuntos que afectan a la sociedad.
Otros consideran que sí está justificado. Otras declaraciones de la misma noticia publicada por EL ESPAÑOL: "No vamos a hacerle la campaña al Gobierno para desviar el foco hacia esta cuestión. Llevamos tres meses con una inflación superior al 10%". Unas declaraciones que bien pueden significar esto: haga el Gobierno lo que quiera, que, si no es carne de economía, nosotros callamos.
Pocas cobardías más diáfanas que la de excusar la sordina con la inflación.
"¿Por qué exactamente el mismo razonamiento que usa el PP, que sí resulta válido para la política económica, no lo es para otros ámbitos?"
Los que no creemos en la justificación del silencio lo hacemos porque creemos que hay que caer en "cortinas mediáticas" o en "trampas". Hay que hacerlo con inteligencia, sabiendo hasta dónde se puede llegar en cada momento, pero marcando las diferencias con el adversario. Sin tropezar con lo burdo ni con lo básico, sin hacer política lenguaraz ni aspavientos hiperbólicos.
El PP lleva meses haciéndolo, y con brillantez política, en materia económica y, fundamentalmente, en política energética, sabiendo que probablemente ninguno de esos mentados documentos remitidos al presidente iba a pasar de la bandeja en la que los ujieres dejan el correo. Y que, por lo tanto, no iban a servir para nada más que para dar cuenta a los españoles de que, frente al PSOE, hay un PP con una estrategia para España.
¿Por qué exactamente ese mismo razonamiento que sí resulta válido para la política económica no lo es para otros ámbitos?
El principal partido de la oposición debería ser capaz de contraponer a las iniciativas del Gobierno iniciativas propias con la tracción suficiente como para reunir en torno a ellas la misma mayoría. O una parecida, al menos, a las que logra congregar en materia económica.
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Lo que en ningún caso puede ser es un convidado de piedra que ve pasar ante sus ojos ley tras ley, decisión tras decisión, sin inmutarse.
Porque el fondo del asunto no está en si el PP votará sí, no o abstención en la reforma de la Ley del Aborto. La cuestión es si está dispuesto a ejercer de partido de gobierno, o se conforma con ser gestor de la ruina que Pedro Sánchez está sembrando.
La diferencia entre lo uno y lo otro recae sobre una pregunta a la que el PP aún no ha respondido: gobernar ¿para qué? Porque el desalojo de Sánchez es un aglutinador de fuerzas bajas que decaen tan pronto como saque el colchón de la Moncloa.
La pregunta, reformulada: ¿qué leyes promoverá el PP en el Gobierno? Las que sean necesarias para restañar la economía, desde luego. Y esa debe ser la prioridad: sostener el suelo material de la vida de los españoles. Pero ¿y qué más?
Importa poco cuáles derogará. Lo importante es cuáles aprobará. Y de esas, por el momento, nadie sabe nada.
*** Álvaro Petit Zarzalejos es periodista, consultor de comunicación y poeta.