Añorado Gorbachov, llanto de Urdangarin y el extraño caso del juez Pedraz
Mijail Gorbachov, Diana de Gales, Juan Urdangarin y Santiago Pedraz; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.
Mijail Gorbachov
Desde que China se puso de moda y expandió por el mundo la fiebre de las pandemias, la gente muere a puñados. Todos los días, al entrar en EL ESPAÑOL me sorprende el dulce sonido de la campanilla anunciadora de una muerte (una que son dos, o tres, o cuatro: maldita sea). Simultáneamente aparece en el margen derecho de la pantalla el nombre de unos cuantos infortunados y sus datos biográficos. Eran, entre otros, Manolo Sanlúcar, Pascual Estevill, el director teatral Joan Ollé y el dibujante Martín Morales.
El martes le tocó a Mijail Gorbachov, el último dirigente de la URSS, el hombre que creó la Perestroika y liquidó el régimen soviético. Sus años de gobierno fueron radiantes. Cuando Gorbachov se asomaba a occidente, las multitudes salían a recibirlo y le gritaban con entusiasmo ¡Gorbi, Gorbi!
Se dio la casualidad de que a la vuelta de uno de los viajes europeos de Gorbachov me encontraba yo en la URSS, donde la gente no estaba para aclamaciones y mucho menos para perestroikas. Allí las penurias eran incompatibles con el entusiasmo Decir Moscú era decir mosqueo. Las estanterías de las tiendas estaban famélicas y los restaurantes solo entraban los turistas ricos. El resto vivíamos a dos velas. En el desayuno no nos daban azúcar para endulzar el café. Como mucho, un caramelito.
Al abandonar el país tuve en mis manos una revista titulada Glasnost (transparencia), publicación que alcanzó notoriedad en los círculos políticos y las universidades. En aquellos años Gorbachov era una figura admirada en todo el mundo, por su viraje hacia la democracia. Viajaba constantemente con su esposa, Raisa, que llegó a hacer parada y fonda en Mallorca, donde causó admiración. Falleció de leucemia 23 años antes que él, que se acaba de ir a los 91 años de edad y le han enterrado un día en el que Putin estaba a tope de agenda y sin ganas de hacerle un funeral de Estado. Vaya pájaro.
Lady Di
Todos los años a finales de agosto se nos vuelve a morir lady Di y el mundo entero se cubre de luto. Sobre todo los ingleses. La princesa de piernas largas y ojos de cordero degollado muere y resucita a la vez, como los astros del cine y los papas, que son dioses ajenos al paso del tiempo y las enciclopedias.
Como todas las princesas (incluida la nuestra) lady Di estaba llamada a sentarse en un trono y traer hijos al mundo, aparte de vivir una vida disoluta y salir en los sellos de Correos, que es un paso hacia la inmortalidad.
La princesa de Gales ya era un souvenir antes de salir en los sellos y en las portadas del cuché abrazada a la madre Teresa de Calcuta, la monjita más pequeña y dulce del mundo. Enemistada con su suegra, Isabel II, lady Di trascendió su propio funeral, donde las estrellas del pop le rindieron homenaje para que entrara en la eternidad rodeada de ángeles y de música. Desde entonces, la princesa recibe diariamente una balada de Elton John, que sigue siendo y su compositor de himnos preferido.
Juan Urdangarin
Hace unos días (pocos, aunque parecen muchos) aparecieron en revistas y medios audiovisuales unas imágenes de Iñaki Urdangarin aferrado al volante de su coche y llorando a moco tendido. A su lado, Ainhoa, la novia, permanecía atenta sin mediar palabra.
Han trascurrido días, quizás un par de semanas, pero ni la prensa ni los medios audiovisuales han logrado pronunciarse sobre el llanto de Iñaki. El verano ha transcurrido con la dispersión a que nos tiene acostumbrados: la infanta Cristina viajando en todas las direcciones, la mitad de los hijos en Bidart y la otra mitad en Barcelona, Madrid o la India. Pablo, el miembro más valorado de la Familia Real (y el primo favorito de los españoles) sigue jugando a balonmano y expresándose amablemente ante los periodistas que lo requieren.
Esta semana traigo a la palestra a Juan Valentín Urdangarin, llamado así en honor del Beato Valentín de Berri Otxoa, de cuyos genes ha presumido toda la familia. Iñaki, por ejemplo, es el vivo retrato del santo que nació en Elorrio y murió decapitado en Vietnam en 1861. Valentín, el dominico, era alto, flaco y parecía un personaje de El Greco.
[Juan Urdangarin Borbón, el Mejor de las Dos Familias: su Vida Dedicada a los Pobres]
El primogénito de Iñaki y la infanta Cristina, Juan Valentín, no solo heredó los genes del lejano pariente, sino un carácter espiritual y solidario, firme, piadoso y ejemplar.
Juan estudió en el liceo francés de Barcelona y después en Washington, para regresar de nuevo a Barcelona y luego a Madrid y a Ginebra. Estuvo un año en Camboya y ahora se encuentra en la India dedicado a las labores humanitarias.
Es un chico tímido y retraído. Una seña de identidad son largas patillas que le rozan la quijada. Un poco más y lo confunden con Curro Jiménez.
Santiago Pedraz
Esther Doña y Santiago Pedraz salieron hace poco en ¡Hola! anunciando a los cuatro vientos que pensaban contraer matrimonio el próximo año. En el reportaje de varias páginas, la pareja se prodigaba en arrumacos y se abría incondicionalmente a las preguntas de la revista.
Ver para creer. Nunca antes habían acumulado las páginas del cuché tanto adjetivo almibarado, tanto acopio de tonterías y tanto halago inútil. Los lectores se quedaron anonadados.
La Doña y Pedraz componen una pareja más bien rara. Esther se ha casado cuatro veces, y otras tantas se habría casado si le hubiera salido al encuentro un caballero de riñón forrado como el que le salió a Nieves Álvarez, que tiene más belleza y dignidad que la peripatética Esther.
El juez Pedraz (casado la mitad de veces que Esther) se ha prestado a una entrevista cuya cursilería no tiene límites. Por ejemplo: la novia dice del novio que le encantan los niños, y de sí misma confiesa: “Yo no me planteo tener hijos, de momento”.
Pero hete aquí que Santiago Pedraz se ha arrepentido de las palabras vertidas en ¡Hola! y después de romper por WhatsApp, dice: “Esther ha cruzado la línea roja y he roto con ella. No pienso volver a verla”.