Vladímir Putin está perdiendo en el campo de batalla, pero no está dispuesto a perder la guerra. Así que ha optado por huir hacia delante con un movimiento escalatorio concebido para intimidar a Occidente.
La anexión de otras cuatro provincias ucranianas pretende crear la ficción jurídica y narrativa de que ahora se combate en territorio de la Federación Rusa y, en consecuencia, eso legitima a Moscú a utilizar “todo su poder y medios a su disposición”, tal y como indicó el presidente durante su discurso de ayer. Una referencia poco velada a la posibilidad de utilizar armas nucleares.
El discurso de Putin se ajustó en tono y contenido a lo esperado y dibuja los contornos de la jugada que el Kremlin ha concebido para Occidente. Así, la anexión formal de Jersón, Zaporiyia, Donetsk y Lugansk acompañada del llamado a Kiev a “detener inmediatamente las hostilidades […] y volver a la mesa de negociación” es el gancho para los europeos y para quienes quieren sumarse a su jugada diplomática.
Moscú está señalando que concibe esas conquistas territoriales como irreversibles, pero que con eso podría ser suficiente ahora para detener la guerra si Ucrania accede. (Aunque la recuperación por las tropas ucranianas de Limán sólo un día después de su anexión deja en agua de borrajas el compromiso de Putin de que estas adhesiones sean permanentes.)
Es decir, ya no se trataría de “desnazificar” o “desmilitarizar” Ucrania, ni de cambiar a su gobierno. Moscú pone en suspenso sus objetivos de máximos para obtener rápido algo que pueda presentar ante su audiencia doméstica como una victoria y recuperar el aliento.
"El Kremlin planteará una guerra de nervios que puede incluir provocaciones más allá del teatro ucraniano"
De eso iba la fiesta en playback de anoche en la plaza Roja de Moscú. Tanto en esa pretendida celebración como antes en el salón de San Jorge del Kremlin el ambiente era claramente más sombrío que en marzo de 2014 tras la anexión de Crimea. La burda pantomima de los supuestos referendos no ha resultado convincente para nadie.
La expectativa rusa es que algunos gobiernos de Europa occidental vean en esas palabras de Putin una posible salida que aleje el peligro nuclear o de una confrontación abierta con la OTAN. Para ello necesita incrementar su temor, por lo que es previsible también que Rusia escale sus acciones y su retórica en los próximos días y semanas.
El Kremlin planteará una guerra de nervios que puede incluir provocaciones más allá del teatro ucraniano o, incluso, algunas de carácter ambiguo o de autoría difusa dentro de algún país europeo.
Pero, al mismo tiempo, insistirá permanentemente en su voluntad negociadora y en la responsabilidad de Ucrania por no aceptar sentarse a dialogar. Moscú necesita cambiar la dinámica de la guerra de forma urgente y que la presión recaiga sobre Kiev. En términos futbolísticos, Rusia tratará de ganar en los despachos lo que no ha conseguido en el terreno de juego.
"El putinismo sabe apelar simultáneamente a la izquierda y a la derecha populistas. Ofrece retórica antiimperialista y antifascista para unos y por los valores tradicionales para los otros"
El Kremlin también confía en que la red de influencia que ha tejido a ambos lados del Atlántico durante décadas le ayude a salir del atolladero. De ahí los guiños a los que, dijo Putin, “en Europa y Estados Unidos piensan como nosotros”. Es decir, presentar lo que es una guerra por el “destino de la gran Rusia histórica” (o lo que es lo mismo, el imperio zarista y las tierras rusas) bajo un prisma ideológico capaz de galvanizar apoyos en Occidente que debiliten la respuesta de sus gobiernos.
El putinismo sabe apelar simultáneamente a la izquierda y a la derecha populistas. Ofrece retórica antiimperialista y antifascista para unos y por los valores tradicionales para los otros. De ahí que la propaganda rusa pueda caracterizar a los ucranianos de nazis, LGBT, globalistas o ultranacionalistas según la audiencia a la que se dirija.
Además de la simple y llana compra de voluntades de personajes variopintos con proyección mediática y política, las operaciones de influencia del Kremlin se aprovechan, generalmente, del escaso conocimiento sobre la realidad nihilista de la Rusia de Putin.
En cualquier caso, la gran pregunta es y ahora qué.
Nadie puedo saberlo con certeza. En el campo de batalla, todo sugiere que los ucranianos mantendrán la iniciativa y seguirán recuperando territorio, y eso pondrá a prueba rápidamente la determinación de Moscú. Y como es probable que el Kremlin no cuente con fuerzas suficientes para revertir esta tendencia a corto plazo, se agudizará el temor de muchos a que Putin recurra a un golpe nuclear táctico.
Todo es posible, pero aún tiene más de acción en clave psicológica que de amenaza real. Entre otras cosas porque, como indicaba ayer el general Petraeus en una entrevista con la Deutsche Welle, un arma nuclear táctica puede no tener un gran impacto en el campo de batalla y Moscú se arriesgaría a un probable aislamiento internacional e incluso a una posible respuesta devastadora de EEUU.
¿Está Putin convencido de que sus generales le seguirán sin dudarlo en esta deriva sin un objetivo claro más allá de una suerte de revancha nihilista contra Occidente? La guerra de nervios puede operar en ambos sentidos…
*** Nicolás de Pedro es experto en geopolítica y jefe de Investigación y Senior Fellow del Institute for Statecraft. La gran partida es un blog de política internacional sobre competición estratégica entre grandes potencias vista desde España.
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