Una estatua de Cristóbal Colón, decapitada en Boston.

Una estatua de Cristóbal Colón, decapitada en Boston. Brian Snyder Reuters

LA TRIBUNA

La guerra del lenguaje contra España

Quien domina el lenguaje domina la realidad, y la mayor parte de las palabras que pueblan nuestro lenguaje tienen un componente hispanófobo que perjudica a España y al mundo hispano.

1 noviembre, 2022 01:53

Dice el historiador Felipe Fernández-Armesto, autor de Américo: el hombre que dio su nombre a un continente, que “dar nombre a algo constituye una especie de magia. Los nombres cambian las naturalezas, forjan comunidades, general mitos, consolidan relaciones, establecen reivindicaciones, sobre todo en materia de paternidad y de propiedad, influyen en las percepciones de las cosas que se nombran”.

El mayor poder del ser humano es dar nombre a las cosas. Quien denomina el lenguaje, domina la realidad y la historia: fieros “conquistadores” para la América Hispana, amables familias de “colonos” para Norteamérica. Da igual que no dejaran un indio vivo.

Cabeza arrancada de una estatua de Cristóbal Colón.

Cabeza arrancada de una estatua de Cristóbal Colón. Twitter

España fue la responsable de la mayor gesta de la Historia, pero no tendría vela en el entierro de poner el nombre a lo que había descubierto. Lo extraño comienza cuando un tal Martin Waldseemüller (Hylacomylus), en una introducción a la Cosmografía de Ptolomeo (1507), financiada por el duque de Lorena (territorio que hoy pertenece a Francia, lo que da una pista), afirma que junto a Europa, África y Asia existe otro territorio que ha sido descubierto y explorado por Américo Vespucio y, teniendo todos los continentes nombre de mujer, propone llamarlo América.

¿Por qué no Atlántida, como Australia posteriormente, o Colombia, Columbia o Colonia por Colón/Columbus? La razón que se esgrimió es que Vespucio fue supuestamente el primero que se había dado cuenta de que había descubierto un continente nuevo, pero este argumento se demostraría falso. Toda la trama se basó en unos documentos (Los cuatro viajes y Mundus Novus) que eran una perfecta falsificación.

De hecho, fue tal el escándalo que Waldseemüller se arrepintió y en las siguientes ediciones ya reconoció el papel de Colón, limitándose a llamar al continente “terra incognita” o “terra nova”. Pero el trabajo sucio ya estaba hecho.

El nombre de América triunfó gracias especialmente a Gerardus Mercator (1512-1594) y a sus mapas donde elegiría “América” para designar el sur y el norte del nuevo continente. ¿Casualidad? Nacido en Rupermolde (Flandes) es difícil no pensar en su relación con la leyenda negra que encabezaba el Duque de Orange. Ha pasado a la historia (quien denomina domina también la metodología) como el primer gran cartógrafo del mapamundi (despreciando la aportación de los españoles como Juan de la Cosa, entre otros).

Y el método “Mercator” ha sobrevivido hasta nuestros días hinchando artificialmente el globo en su hemisferio norte mientras representa el sur (es decir, la América hispana) con una imagen menor a la real. ¿Casualidad?

"Cómo la supuestamente ignorante raza española diseñó un modelo de éxito que duró siglos es algo que no alcanzaron a explicar los doctos"

Imaginemos que hubiera triunfado el nombre que utilizaban mayoritariamente los españoles: "las Indias". ¿Podrían haber patrimonializado los estadounidenses su nombre, presumir de "América para los (norte) americanos" o influir en nuestro imaginario colectivo con películas como Capitán América? Una parte no es el todo, aunque a veces lo parezca. No seamos hispanobobos.

No menos extraño es el proceso para consolidar el nombre "Latinoamérica", máxime cuando el resto del continente no aparece denominado como "Angloamérica". Es decir, aparecería dividido entre "americanos", sin calificativos, en el norte (aunque tanto Francia como sobre todo España tuvieran allí importantes asentamientos), y "latinos" en el sur. ¿Casualidad?

El francés Michel Chevalier fue el primero que utilizó el término América Latina (1836) para justificar el imperialismo francés sobre México (fue uno de los ideólogos de la política exterior del imperio de Napoleón III), frente a una herencia española que se presentaba como bárbara y atrasada y otra América "teutonique", protestante y germánica.

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Paralelamente, su compatriota Félicité Robert de Lamennais creaba el Comité Latino de París (1851). De ambos recibió influencia el chileno Francisco Bilbao Barquín que posteriormente (1854) trasladaría la idea al continente ya como pensador autóctono. Posteriormente se le une el colombiano José María Torres Caicedo con su poema Las dos Américas (1856), donde justifica el imperialismo francés y se enfrenta a la América sajona.

Pero la aventura francesa en México (1862) hará que Bilbao rechace el término América Latina en su artículo Emancipación del Espíritu de América (1863) (“¡atrás la Francia civilizadora que ahoga tribus en Argelia, que saquea el palacio de Pekín, que viola el derecho de gentes en Roma, que conquista en nuestros días!"), si bien volvería pronto a su hispanofobia con" El evangelio Americano (1864), donde lanzaba perlas como “la raza española es inferior en inteligencia a las razas europeas”, ignorando que despreciando a lo español se despreciaba a sí mismo.

Inadvertidamente eso suponía repetir cual papagayo la invectiva de Masson de Morvilliers en la Enciclopédie Méthodique de un siglo antes (1782) de que “España era la más ignorante de Europa”. Cómo siendo la más ignorante diseñó un modelo de éxito que duró tres siglos es algo que no alcanzaron a explicar esos presuntos doctos señores.

"¿Por qué no reclama el movimiento indigenista una denominación que los incluya a ellos como Indohispania?"

Con todo, el término Latinoamérica se difuminará del ambiente cultural tras el fracaso de la aventura francesa en México durante casi un siglo, hasta 1960.

A finales de la segunda mitad del Siglo XIX, como ha destacado el profesor venezolano Enrique Ali González Ordosgoitii, es la propia izquierda la que promueve resucitar el término "Iberoamérica", como símbolo de lo propio americano hispano y con uno de sus exponentes en el cubano José Martí que no tiene complejos en reivindicar la lengua y literatura española. De hecho, la izquierda se suma a la celebración entusiasta y unánime de los 400 años (en 1892, sólo seis años antes de la guerra con EEUU, 1898, ¿casualidad?) mientras despotricará un siglo después de los 500 (1982). Un asunto en el que profundizar.

Como resultado de esta batalla del lenguaje escondida, hoy el mundo hispano asume acríticamente un relato que le sume en el desánimo. Hasta acepta pasivamente que al mar de Hoces se le denomine injustamente Paso de Drake.

O que a pesar del movimiento descolonizador emprendido por la ONU en la segunda mitad del siglo XX, tanto Francia como Reino Unido mantengan hoy, sin que ningún indigenista lo cuestione (¿casualidad?), varias “colonias” en "América Latina" disfrazadas de "territorios de ultramar". Incluidas las islas Malvinas, que facultan a Inglaterra a competir con Argentina y Chile a la hora de reclamar soberanía sobre la Antártida. Pero nada, como los paraísos fiscales, antiguas cuevas de corsarios y piratas, este asunto no está en la agenda.

Cada palabra significa algo y afecta a nuestro inconsciente. La mayor parte de las que dominan nuestro lenguaje tienen un componente hispanófobo que no perjudica sólo a España, sino a todo el mundo hispano. Con quien compartimos, por mucho que algunos se “nieguen a sí mismos”, un tronco común.

Si no se quiere volver por razones inconfesables al término más adecuado de Hispanoamérica o a Iberoamérica, o plantear incluso otros más ambiciosos como Panhispania, ¿por qué no reclama el movimiento indigenista una denominación que los incluya a ellos como "Indohispania"? Eso sí sería revolucionario. A fin de cuentas, los pueblos europeos son "indoeuropeos", con lo que tendría sentido que ambos continentes presentaran una imagen mestiza como base firme de una nueva globalización.

Quien denomina, domina. Despertemos. No sigamos sirviendo serviles al modelo cultural dominante cual vulgares hispanobobos.

*** Alberto Gil Ibáñez es escritor y ensayista. Es autor de los libros La Leyenda negra: historia del odio a España y La guerra cultural. Enemigos internos de España y Occidente.

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