Adiós a la "Lollo", superabuela Branyas y la foto Letizia-Marie Chantal
Gina Lollobrígida, María Branyas, la reina Letizia y Ángel Martín; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.
Gina Lollobrigida
Ha muerto la “Lollo”. Dicho así nadie sabrá a quien me refiero, pero “Lollo” no hubo más que una, como una Mónica Vitti, una Giulietta Masina y una Ana Magnani. Descansen en paz todas ellas, poseedoras de belleza, personalidad y las mejores películas del neorrealismo. Respecto a la belleza, no hay más que echar un vistazo a las fotografías de las estrellas que atesora Wikipedia. Y en cuanto a las películas del neorrealismo, muchas de ellas todavía nos conmueven, aunque la mayoría ya saben a rancias. Sirva de ejemplo la felliniana La Dolce Vita, con una Anita Ekberg exuberante en carnes y pelambreras. Algunas de estas mujeres, desde Silvana Mangano a Lucía Bosé o Virna Lisi, triunfaron con títulos memorables como Arroz Amargo, Dos Mujeres o Muerte de un ciclista.
La ultima en irse de este mundo ha sido Gina Lollobrigida, especializada en papeles bíblicos (Salomón y la Reina de Saba) y en comedias románticas tipo Pan, amor y fantasía. Sin embargo, lo que más destacaba en ella eran sus voluminosos pechos de oro. En Francia fueron bautizados con el sobrenombre de “lollos”. Hasta los apodos comerciales de los sujetadores se inspiraron en la célebre actriz italiana.
Gina Lollobrigida murió a los 95 años con el rímel puesto. Hasta el final mantuvo el gesto dulce y artificioso que adquirió en su juventud, cuando se estrenó en el cine con sus impecables tetas.
A su muerte, Gina deja un viudo alegre al que sus biógrafos ignorarán por pipiolo y desclasado. Un viudo sin edad ni condición que, como tantos otros, se dedicaba a pasear señoras y pedirles el aguinaldo. Gina le doblaba la edad, como se la doblaba Édith Piaf a Teo Sarapo o Sara Montiel al al cubano Toni Hernández.
Este supuesto marido de Gina se llamaba Xavier Rigau y, según los mismos biógrafos que lo han ignorado, no se sabe si la actriz se casó con él por lo civil o por lo militar, aunque todo hace sospechar que ni siquiera se casó. En sus años tiernos, Gina contrajo matrimonio con un médico esloveno llamado Milko Skofic, padre de su único hijo. Pasado el tiempo, ese hijo y un nieto que se añadió a la pandilla quisieron incapacitar a Gina con el propósito de desplumarla para así quedarse ellos con la pasta.
La vida de Lollobrigida estuvo sembrada de episodios tan alegres como sombríos. A saber: violaciones, turbulencias, amores con Fidel Castro, Christian Barnard, Raniero de Mónaco, Frank Sinatra, etc. Pues bien. A todos los mandó a paseo.
María Branyas
La mujer más anciana del mundo tiene 115 años y es catalana, pero nació en San Francisco. Se llama María Branyas y presume de mantener una vejez activa leyendo, pintando, tocando el piano y escribiendo reflexiones en su perfil de Twitter. Desde hace veinte años vive en Olot, concretamente en la residencia Santa María de Tura, donde goza de una vida distendida y feliz, con tiempo para pintar y escribir, tocar el piano, hacer algo de deporte y leer La Vanguardia. Hija de periodista de Pamplona, María recuerda que su progenitor fundó la revista Mercurio en Nueva Orleans, contribuyendo así a que ella se formara en la lectura y la escritura.
Branyas estaba llamada a ser una mujer de mundo. En Nueva Orleans, la familia decidió regresar a Cataluña, pero el padre enfermó de tuberculosis, falleciendo durante el viaje. Ya en España, María vivió de cerca el estallido de la I Guerra Mundial y posteriormente la Guerra Civil, que sorprendió a la familia en Barcelona, donde había fijado su residencia.
Las sacudidas del mundo eran incesantes. Unos años antes de estallar la guerra, María contrajo matrimonio con Joan Moret, el médico de Llagostera, con quien formó su descendencia: tres hijos, once nietos y trece bisnietos, de momento. La II Guerra Mundial les pasó rozando, pero la vida no había hecho más que empezar. Con el tiempo, María Branyas habría de convertirse en una mujer viajera y de gran actividad social, cultural y artística. Todo un fenómeno.
Letizia y Marie Chantal
El funeral de Constantino de Grecia, reunió la pasada semana a todas las casas reales europeas, empezando por la española, de cuyo parentesco siempre hicieron gala nuestros reyes. La familia griega, formada por Constantino II (rey reinante primero y rey exiliado después, tras el Golpe de los Coroneles) convirtió sus periodos vacacionales en estancias mallorquinas. Fallecidos el rey Pablo y la reina Federica, la familia griega quedó reducida al matrimonio de Constantino y Ana María (hermana de Margarita II de Dinamarca, la única reina que ha sido votada) y sus cinco hijos. Entre ellos, Pablo, el heredero (suponiendo que haya un trono para heredar, que no es el caso de los griegos, poco aficionados a las monarquías).
El mayor de los hijos varones del monarca fallecido, está casado con Marie Chantal Miller, una rica heredera americana que, de darse las condiciones, podría tener un futuro aún más relajado. Ella pone el dinero y Pablo la corona (a la espera, claro).
Hace unos años, en la catedral de Palma se produjo un incidente que a punto estuvo de volar los cimientos de la monarquía española. Cuando la familia se disponía a salir de la catedral, la reina Sofía se acercó a la princesa Leonor y a la infanta Sofía pidiéndoles que posaran a su lado para hacer una foto. En ese momento, surgió Letizia como de la nada y abriendo los brazos se interpuso entre la abuela y las niñas para impedir que se hiciera la foto.
Nadie ha olvidado aquel disparatado episodio. El rey emérito estaba ojiplático, incapaz de dar crédito a la escena. Felipe VI, tembloroso, no lograba frenar a su esposa, y en cuanto a las niñas, ellas trataban de contentar a su madre huyendo de la abuela
Al día siguiente no se hablaba de otra cosa. A la reina le llovieron las críticas, pero quien le dedicó palabras más duras fue Marie Chantal Miller, que se solidarizó con la reina Sofía haciendo frente a Letizia. “¡Ninguna abuela merece ese trato!”, escribió en Twitter Marie Chantal.
Letizia y Marie Chantal fueron del brazo a la cena el día del funeral. No es que hubieran acercado posiciones, sino que la reina emérita, doña Sofía, desplegó su actitud conciliadora. Los fotógrafos no se cansaron de fotografiarlas riendo, cotilleando y saludando al público.
Teatro, puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro, como cantaba la Lupe. El rey emérito ante semejante despliegue de achuchones, se dirigió a los suyos y dijo en voz alta: ¡A ver si nosotros también hablamos! Que así sea.
Ángel Martín
Los periodistas han aprovechado estos largos años de pandemia para aprobar asignaturas pendientes. Libros, por ejemplo. Tengo delante de mí los de Ángel Martín y José Antonio Ponsetti, ambos estrellas de la comunicación con libros recién estrenados
El de Martín (periodista, guionista y monologuista) se titula Por si las voces vuelven, y se inspira en quienes alguna vez nos hemos visto sumergidos en la locura. Es su caso. El libro arranca el día de su ingreso en Puerta de Hierro. No nos cruzamos en el pasillo de milagro. Su vida, hasta aquel momento, había consistido en vaguear, beber, fumar y tomar media pastilla de éxtasis. Ahora ya puede presumir de haber estado loco. Si tú, lector, no has tomado nunca éxtasis, la sensación es muy parecida a la que sentiste viendo Matrix, cuando Keanu Reeves toca un espejo. Ángel desmenuza una a una todas sus sensaciones para terminar diciendo: “Volverme loco es lo mejor que me ha pasado en la vida”.
José Antonio Ponseti es como Ángel Martín pero al revés. Con ambos he sentido curiosas afinidades. En el caso de Ponseti, él es autor de La Caja Azul, un libro de secretos inspirado en su abuelo Antonio, soldado republicano desaparecido en combate en la batalla del Ebro. Yo estuve a punto de encontrar al abuelo de Ponseti cerca de Gandesa, a un tiro de piedra del puesto de mando que tenía Franco, y eso que Franco no era republicano, pero nuestros hijos se aprendieron todos los recovecos de la zona, desde Belchite a Miravet y no lo han olvidado nunca. La última vez que pasé por Corbera las fachadas de las casas todavía conservaban los boquetes de la metralla.
En La Caja azul, Ponseti cuenta la herencia que recibió a la muerte de su madre: una caja llena de recuerdos del abuelo Antonio. Esos recuerdos le sirvieron al periodista para documentar su libro.
La guerra siempre vuelve.