La semana pasada coincidí con uno de los propietarios de Mobileye, una compañía israelí que, tras 15 años de trabajo, ha conseguido crear un chip que permite la conducción autónoma de coches y reduce los accidentes en un 90%.
Suena a ciencia ficción. La mayoría de los lectores pensará que no veremos estos automóviles en nuestras carreteras hasta el próximo siglo. Pero Intel debe considerar que la ciencia ficción está cerca de convertirse en realidad, puesto que ha adquirido Mobileye por 15.300 millones de dólares.
Durante la reunión, el satisfecho accionista nos contó su historia y señaló como clave fundamental de la misma el hecho de que siempre ha tenido "un propósito claro" para el cual se ha esforzado durante más de la mitad de su vida profesional.
Es cierto que fracasó, se frustró, tuvo que pedir dinero prestado y un largo etcétera de sinsabores. Pero siguió empeñándose.
Mi interlocutor tenía claro que la única manera de triunfar es demostrar a los demás y a sí mismo que el esfuerzo ha dado resultado. Que ha conseguido diseñar una tecnología que mejora la vida de las personas. Que nunca se ha rendido.
Nos dijo que se había sobrepuesto a todas las dificultades, que no habían sido pocas. Pero su perseverancia le había permitido ganar la partida.
Pero esto no es una historia más de éxito. Es una historia de constancia. De estamina, como él mismo dijo.
"La escalera social por excelencia es la educación, que permite a los individuos progresar gracias a su esfuerzo y su voluntad"
En la educación debería ocurrir lo mismo. Y así ha sido hasta fechas recientes. El alumno debe adquirir conocimientos, competencias y habilidades. Y ello pasa, necesariamente, por el esfuerzo continuado y por algún que otro disgusto (llámese suspensos).
Pero el final merece la pena, ya que se obtiene una gran recompensa: la titulación. Un documento que reconoce nuestro bagaje y nuestro aprendizaje. Un símbolo de los esfuerzos realizados que nos permitirá acceder a nuevas oportunidades.
Sin embargo, hay un pequeño matiz que debe tenerse en cuenta. Un símbolo sólo es válido si trasmite una información veraz de forma simple y directa.
La escalera social por excelencia ha sido y debería seguir siendo la educación puesto que permite a los individuos progresar con esfuerzo y voluntad y ser recompensados por ello.
"Un título que no se sustenta en el trabajo y en el estudio hace un flaco favor a todos los alumnos, pero especialmente a los que menos oportunidades tienen"
Pero si devaluamos la exigencia romperemos los peldaños de dicha escalera y generaremos nuevas desigualdades. En la vida no hay atajos. Un aprobado o un título que no se sustenta en el trabajo y en el estudio hace un flaco favor a todos los alumnos, pero especialmente a los que menos oportunidades tienen.
Porque es un engaño vender a nuestros jóvenes que el aprendizaje se puede adquirir de cualquier manera. Cualquier proyecto importante requiere tiempo y esfuerzo. Sé que es difícil de comunicar en un mundo regido por la inmediatez. Pero, como afirmó Jefferson, si bien la suerte existe, cuanto más trabajas más suerte tienes.
Ya lo dice el refranero: "Que las musas te pillen trabajando".
Pero si por un deseo de igualitarismo o de igualación, aunque sea por debajo, los títulos educativos se obtienen, como está ocurriendo con la LOMLOE, sin tener en cuenta el mérito, el esfuerzo y la exigencia, ese poderoso símbolo desaparece y se convierte en papel mojado.
*** Rocío Albert es secretaria de Educación del PP de Madrid.