El nudismo no es natural ni inocente
El reclamo sexual improcedente genera aversión, al margen de la moral religiosa, y así debería contemplarlo la Justicia.
¿El nudismo es una cuestión ideológica que se ha de apreciar y tolerar? ¿O busca el placer sexual y debe interpretarse como una agresión?
El tipo con barba que en pleno enero se paseó en cueros por una calle en Aldaia (Valencia) debe de pertenecer al primer grupo, pues la Sección Cuarta de la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana (TSJCV) ha confirmado la sentencia dictada por un juzgado de Valencia anulando las sanciones que le impuso la Delegación del Gobierno.
El Tribunal ha observado que la práctica del nudismo "no está amparada por el derecho a la libertad ideológica". Pero "tampoco vulneró la Ley Orgánica 4/2015 de Protección de la Seguridad Ciudadana ni existía una ordenanza municipal en el municipio donde ocurrieron los hechos, Aldaia, que la sancionara expresamente".
Parece que en la localidad hay un vacío legal, por lo que la acción cometida "no merece reproche desde el punto de vista del Derecho sancionador administrativo".
Aunque hay un artículo que sanciona "la realización o incitación a la realización de actos que atenten contra la libertad e indemnización sexual, o ejecutar actos de exhibición obscena cuando no constituya infracción penal", pasearse desnudo sin "deterioro de la seguridad ciudadana, la tranquilidad o el orden público" no encaja suficientemente en el tipo. Por ello, el tribunal ha desestimado el recurso de apelación interpuesto por la Abogacía del Estado y ha ratificado la sentencia.
¿Por qué mostrar los genitales a una niña en un parque sería exhibición obscena, pero en la calle Mayor de Aldaia no? ¿Por qué en el primer caso el juez entiende (según sus propias palabras) que la motivación se dirige "a la satisfacción de su propia libido", y en el segundo caso no tiene consecuencias?
"Un sector de la sociedad opina que el desagrado ante la exposición de la desnudez es una reacción producida únicamente por el prejuicio"
Pues porque un sector de la sociedad opina que el desagrado ante la exposición integral o parcial de la desnudez es una reacción producida únicamente por el prejuicio y la superstición religiosa. Como si el cuerpo humano fuera la encarnación de unas normas culturales antes que la expresión de unas preferencias y actitudes sexuales ancestrales.
Este tipo de filosofía subyace en la postura que ha mantenido durante años la izquierda. Y se ha reforzado con la tradición de algunos grupos herederos de filosofías naturistas que nacieron a finales del siglo XIX.
Y es muy discutible.
Tanto hombres como mujeres mostramos características sexuales muy marcadas moldeadas por la selección natural. Pero también, y esto es importante, la selección sexual.
Por selección sexual se entiende que ambos, hombres y mujeres, hemos sido afectados por las elecciones discriminadoras del otro sexo. Los monos y la mayoría de los primates, salvo el ser humano, suelen aparearse cuando sus hembras experimentan el llamado estro o celo. Este estado es publicitado con poco margen para la duda con una exhibición de señales olfativas y visuales a veces alarmantemente llamativas.
Pero la hembra humana, único primate del que sabemos que está siempre sexualmente receptivo (hay dudas también sobre las bonobo), oculta su ovulación por motivos sobre los que hay interesantes conjeturas de las que ahora no hablaremos. Como nosotros no disponemos de medios similares de propaganda copulatoria, mostramos disponibilidad con nuestro cuerpo.
"La invitación al sexo es bienvenida cuando es pertinente, pero genera sentimientos de fuerte rechazo cuando no lo es"
En nuestra historia evolutiva, el cuerpo ha sido una poderosa herramienta de seducción. Así, la desnudez no sería un estado neutro cándido y adánico, sino algo dotado de un fuerte potencial para despertar justamente las emociones que han necesitado siempre nuestros genes para pasar de generación en generación. Ver a otra pareja copular, por ejemplo, es un evento que "pone" poderosamente a nuestros hermanos primates. El ser humano reserva este acto para la intimidad en todas y cada una de las culturas, justamente para que nadie más se sienta invitado.
Así que ni la desnudez ni las exhibiciones públicas de arrebato erótico nos dejan indiferentes. La naturaleza se ha encargado de ello por cuestiones de supervivencia. Nos sentimos "llamados", involucrados aunque sea de forma impersonal. Lo malo es que la invitación al sexo es muy bienvenida cuando es pertinente, pero genera sentimientos de fuerte rechazo cuando no lo es.
Como todo lo poderoso, tiene dos caras. Cuando el reclamo sexual no viene a cuento, genera aversión. Incluso sentimientos de afrenta. No hace falta apelar a la moral religiosa ni a ningún concepto retrógrado sobre la modestia para comprenderlo.
Ignoro si el nudista de Aldaia es una criatura tan influenciada por su ideología como para salir sin nada de ropa en enero o un exhibicionista muy astuto. El juez tampoco puede saberlo si no se lo dice. Jugaría el nudista en este caso con la ventaja de que el frío del invierno, incluso del valenciano, impediría el despliegue viril que quitaría las dudas a los magistrados.
En Barcelona se han paseado nudistas muy a menudo. El naturismo en todos sus aspectos es un pensamiento arraigado y tradicional en mi tierra. Pero una normativa del Ayuntamiento del 2011 ya no permite deambular por la calle sin un mínimo de vestimenta.
Fue apoyada por todos los grupos parlamentarios menos Iniciativa per Catalunya y ERC. Los argumentos que esgrimían las dos posiciones eran los mismos que en Aldaia y estaban fundamentados en consideraciones apriorísticas difíciles de conjugar desde el debate racional.
Pero las ciencias evolutivas inclinan la balanza hacia el lado de algo muy parecido al sentido común.
*** Teresa Giménez Barbat es escritora y exeurodiputada.