El cuento chino de la Covid
¿Por qué fueron acusados de negacionistas quienes sostenían que la causa más probable de la pandemia de Covid-19 era una fuga del laboratorio de virología de Wuhan?
Desde Marco Polo hasta nuestros días, las noticias que llegan de China tienen un toque fantástico. Cuando el veneciano regresó cargado de historias sobre pueblos antropófagos, gigantes, basiliscos y unicornios, y hombres con un solo pie o con cabeza de perro, pocos creyeron sus historias.
Sabemos desde hace tiempo que casi cualquier historia fantástica tiene cabida en el imaginario del gigante asiático. Ciudades que se recorren en varios días. Grandes masas de gente que avanzan, sumisas, como un solo hombre. El crecimiento incomparable de ricos y pobres, sin mesura y sin proporción imaginable para el occidental.
China es el país incomprensible, la nación de los mil rostros, el esperpento colectivo y verdadero. Con la experiencia de los siglos, los occidentales bautizamos cualquier historia inverosímil o poco creíble como un "cuento chino".
Con esta misma filosofía nos hemos negado a reconocer, desde hace décadas, las terribles realidades del país asiático.
Durante mucho tiempo, por ejemplo, la prensa occidental se negó aceptar el hecho indiscutible de que en China existen campos de concentración.
A las mentiras de los embajadores chinos contestaban algunos corresponsales extranjeros con historias escalofriantes sobre los campos de internamiento de Xinjiang. Pero, al fin y al cabo, ¿a quién interesa la represión de los uigures?
Lo mismo sucede con los juicios contra activistas democráticos en Hong Kong. La situación, nos dicen tantos líderes, es muy compleja. ¿Cómo gobernar un país tan extenso sin romper algunos huevos? China tendrá sus motivos para guardar celosamente su intimidad. Que el hombre blanco se atreva a tirar la primera piedra.
Se me ocurre otro ejemplo dramático. Cuando hace unos meses el Partido Comunista Chino detuvo y procesó al anciano cardenal Zen, de 90 años, por "colusión con fuerzas extranjeras" (es decir, por defender las libertades democráticas y religiosas), los activistas por los derechos humanos miraron a otro lado.
La reacción del papa Francisco, siguiendo el tópico de la incomprensión, revelaba una actitud muy extendida entre los occidentales: "No es fácil entender la mentalidad china, pero hay que respetarla. Yo siempre respeto".
"Dicen los reaccionarios estadounidenses que la diferencia entre una teoría de la conspiración y una exclusiva son seis meses"
Sucede, sin embargo, que a veces el cuento nos toca de cerca. Lo sorprendente en esta ocasión es que el cuento chino nos lo hemos creído todos. Una larga cadena de intereses, desde los científicos implicados hasta los medios de comunicación, se ha empeñado en desmentir lo que, para muchos, fue evidente desde el principio.
A nadie debería sorprender que el último informe clasificado del Departamento de Energía de Estados Unidos revele que la causa más probable de la pandemia de Covid-19 es una fuga de laboratorio. Una conclusión a la que ya había llegado el FBI hace más de un año, cuando todavía se consideraba que esta explicación era parte de una "narrativa" clasificada como "negacionista" y "anticientífica".
También lo sabían muchos eminentes científicos silenciados sistemáticamente por la moderna Inquisición, y tantos ciudadanos que han vivido estos años au-dessus de la mêlée. En poco cambia que ahora lo confirmen el New York Times o el Wall Street Journal. Muchos lo sabíamos desde hace tiempo.
Dicen los reaccionarios estadounidenses que la diferencia entre una teoría de la conspiración y una exclusiva son seis meses. En este caso, la distancia ha sido algo mayor. Pero para cualquiera que se haya interesado en investigar más allá del reflujo informativo de los telediarios, la conclusión sobre el origen del coronavirus era bastante clara.
Se sabía desde hace tiempo que en Wuhan había un laboratorio de virología donde, gracias a la generosa financiación de la ONG americana EcoHealth Alliance, se realizaban experimentos genéticos para predecir enfermedades infecciosas emergentes y desarrollar vacunas y terapias (el llamado gain-of-function research).
"Hay que recordar que en China murieron 45 millones de personas por una hambruna provocada por la incompetencia de sus gobernantes"
En un gesto bastante hipócrita, el Instituto Nacional de Salud (NIH por sus siglas en inglés) les retiró la subvención en 2022 por su negativa a cooperar con la investigación y a entregar las pruebas documentales del laboratorio de Wuhan. Y digo hipócrita porque el escándalo también salpica al NIH, tal y como detalla una auditoría reciente.
El Instituto Nacional de Salud no supervisó eficazmente ni tomó medidas para abordar los problemas de incumplimiento de los protocolos en EcoHealth Alliance. A la vista de los resultados, parece que esta práctica no sólo es cuestionable desde un punto de vista ético, sino también científico.
Escribo esto con la esperanza de que alguien quiera pensar, sin prejuicios, en la realidad más allá del cuento chino. La historia reciente de este país nos enseña unas cuantas moralejas de las que deberíamos aprender para el futuro.
Una de ellas es que la mirada del occidental siempre está empañada por la ideología. Recordemos los elogios de Simone de Beauvoir al régimen de Mao y lo que Sartre no quiso ver más allá del telón de acero.
La segunda es que las realidades en China siempre desbordan las expectativas racionales del europeo. Invito a leer el trabajo demoledor de Frank Dikötter sobre las consecuencias del Gran Salto Adelante.
Decía T.S. Eliot que la humanidad no puede soportar demasiada realidad. Pero no estaría de más recordar que en China murieron 45 millones de personas por una hambruna provocada por la incompetencia de sus gobernantes.
Ninguno de estos rasgos es patrimonio del gigante asiático. También Ucrania sufrió una hambruna terrible en tiempos de Stalin. Hambruna que fue sistemáticamente ocultada por el premio Pulitzer Walter Duranty, entonces reportero del New York Times.
Por eso quizá sea buena idea recordar que una sociedad sana sólo puede gobernarse con ciudadanos críticos e informados, aunque esto requiera hoy en día un esfuerzo sobrehumano. El espíritu crítico no es sólo una forma de controlar los excesos del poder, sino también de ser dueños de nuestro destino.
Quizá, como escribía Chesterton, porque nadar a contracorriente es la única forma de saber que estás vivo.
*** Santiago de Navascués es profesor de Historia en la Universidad Internacional de La Rioja.