Las esferas de influencia de Sánchez y de Xi
En Occidente tendemos a confundir los fines con los medios, pero influir sobre China es necesario para conservar nuestra libertad, la soberanía y una competencia equilibrada.
Una cosa que se confunde habitualmente en la vida (y en la política) son los fines con los medios. Desde el anuncio de la invitación de Xi Jinping a Pedro Sánchez para que lo visite en Pekín la semana que viene, periodistas que preguntan y hablan (y expertos que explican) ponen el foco en que lo que el presidente chino busca es extender su "esfera de influencia" y generar división en Europa.
Pero no. Lo busca, pero no es "lo que busca". Xi quiere generar división en los países europeos como un medio para conseguir su fin. Pero ¿cuál es este?
En Occidente suele pensarse que el fin de China es dominar el mundo. Pero esta interpretación no sólo introduce un matiz ideológico en el ámbito geoestratégico. También confunde la estrategia con los objetivos.
El objetivo final de la China del Partido Comunista es asegurar la supervivencia. O mejor, la permanencia de su modelo. En realidad, "la supervivencia" era el término adecuado para la primera China de Xi, la de cuando llegó al poder en 2013. Desde entonces, todo ha cambiado. Y si había alguna duda sobre la viabilidad del gigante asiático, él se ha encargado de disiparla.
Lo ha hecho revirtiendo el modelo de poder, que ha abandonado el "liderazgo compartido" que instauró Deng Xiaoping y que siguieron sus sucesores, Jian Zemin y Hu Jintao. Xi lo ha sustituido por su propio puño de hierro.
Lo ha logrado reproduciendo el modelo político de los sóviets, adaptándolo a los tiempos contemporáneos, con agentes del Partido en cada empresa. Lo ha asegurado cambiando, después de toda esa purga, la Constitución para permanecer en el poder. Y ha elevado dos figuras por encima de todas: la suya y la de Mao.
Ningún líder chino había vuelto a dejarse llamar "timonel" desde la muerte del líder de la Revolución Cultural, en 1976. Los analistas explican que Xi tiene una obsesión: mantener la "santidad" del arquitecto de la República Popular.
En su opinión, uno de los principales errores de Gorbachov fue confundir medios y fines. Es decir, tratar de legitimar sus reformas para la supervivencia de la URSS virando los ojos de la Historia hacia las atrocidades de Stalin.
Para reforzar un credo, lo sagrado debe permanecer sagrado.
El ejercicio del poder de Vladímir Putin en Rusia, desde su llegada en 2000, de hecho, ha ido, poco a poco, rehabilitando a Stalin. De un modo más explícito a partir de la invasión de Ucrania, momento en el que el público occidental se ha ido acostumbrando al término "amenazas híbridas". Pero nuestra mirada corta nos ciega el pasado y el futuro.
"La nueva 'guerra híbrida' es en gran medida resultado de haber convertido a China en una necesidad comercial"
Ese nuevo tipo de guerra, para empezar, no es nuevo. No consiste sólo en la desinformación y los bulos alimentados por "granjas de bots". Ni en utilizar los recursos naturales y las migraciones forzadas como arma. Se trata más bien, en el caso de China, de haberla convertido en una necesidad comercial, un fiador masivo. Y, a su vez, en la solución necesaria a todos esos males.
Este nuevo tipo de guerra tiene también que ver con una política comercial que sólo abre sus fronteras a la competición tras haber desarrollado (con una innovación envidiable, es cierto) uno sector u otro dentro de su enorme mercado interior. La calidad y las economías de escala hacen el resto.
O con cosas tan banales como quién se instala TikTok. No sólo es divertida esa app, es que tiene el algoritmo más eficaz.
Y otra vez los medios para los fines: mientras la languideciente Musical.ly se convertía en la exitosa TikTok (2018), el Gobierno de Xi promulgó (entre 2017 y 2021) unas "leyes de ciberseguridad" que obligaron a todas las empresas tecnológicas a volcar sus datos en los servidores del Estado.
La adolescencia global que hoy disfruta con esos vídeos cortos, pues, será mañana una generación adulta con expedientes personales en Pekín. Donde ya no se distingue entre Partido y Estado.
Occidente presume de un sistema de libertades y una opinión pública como medio para garantizarlas. El Partido Comunista de China (PCCh), por su parte, no tiene que negociar en minoría para sacar sus leyes, ni se somete al escrutinio electoral. Porque la autocracia prevalece, también, ampliando el control hasta el último detalle. Hasta en el móvil en el bolsillo del ciudadano, controlando el contenido que se viraliza en las redes.
Sus redes.
Porque quien las despliega también se queda esos datos. Si son las chinas Huawei o ZTE, ya nos imaginamos dónde acaban. Son las mejores y, aunque formalmente privadas, las gobierna el Estado a través del PCCh.
Casi todos los países de la UE han reducido la presencia china en el despliegue 5G. Pero sólo algunos nórdicos la han prohibido (Dinamarca, Suecia y Estonia). Japón, Australia, EEUU también.
España no se lo ha planteado, que se sepa, pese a las presiones recibidas desde Washington. Pero Alemania se lo está pensando, según explicaba un teletipo reciente de Reuters, que citaba la reacción "muy perpleja" de un portavoz de la embajada de Pekín en Berlín.
"Creímos que la Carta de la ONU y la caída del comunismo habían fundado 'un orden internacional basado en reglas', pero resulta que China utiliza otras"
Así, a quién le encarga un Gobierno que despliegue las nuevas redes móviles ya no es una decisión de política económica, sino de geoestrategia y soberanía.
Los "teatros de operaciones" bélicos ya no son sólo tierra, mar y aire. Añaden el ciberespacio, y esto desafía a la muy nuclear alianza de la OTAN, como quedó claro en el nuevo Concepto Estratégico de Madrid, el pasado junio.
La "guerra híbrida" va de eso, de ir dando pasos por debajo del umbral de la amenaza directa, hasta que ya es demasiado tarde. Y hoy vemos que desde la Guerra Fría, las reglas han cambiado. Y la disuasión atómica, que antes servía para evitar la guerra masiva, hoy sólo previene la destrucción global.
Ahora, la confrontación se pierde antes, porque ya no es forzosamente bélica. El desequilibrio y las ciberamenazas ponen en jaque a Occidente, pero no se pueden responder con bombas atómicas.
Creíamos que la Carta de la ONU (de palabra, tras la II Guerra Mundial) y el planeta unipolar (de hecho, tras la caída del comunismo) habían fundado "un orden internacional basado en reglas". Pero resulta que China utiliza otras.
Los aliados en general, y Europa en particular, deben decidir si de verdad van a seguir equivocando los fines con los medios. O sea, la libertad, la soberanía y una competencia equilibrada con las "esferas de influencia". ¿De verdad no queremos influir a China, atraernos aliados a nuestra causa, que creemos justa, más humana y éticamente superior?
Preguntado por su viaje a Pekín, Pedro Sánchez alega que China "es un actor global de primer orden", por lo que resulta "importante conocer de primera mano su posición sobre la paz en Ucrania".
El presidente ha informado a la Administración Biden y se ha coordinado con el resto de socios de la UE. Trasladará a Xi que deben ser "los propios ucranianos los que establezcan las condiciones para el inicio de esa paz cuando llegue". Pero eso no está contemplado en el plan chino.
"Lo más importante, lo fundamental, es preservar un orden internacional basado en reglas, y eso pasa por respetar la carta de Naciones Unidas y, fundamentalmente, uno de sus principales pilares, que es el respeto a la integridad territorial de Ucrania que está siendo violentada por el presidente Putin", insiste Sánchez.
"Para Pekín, Moscú es una parte de su esfera de influencia, y nosotros también queremos la nuestra"
Ésa es nuestra esfera de influencia. Que Kiev no caiga es clave para la supervivencia de las democracias liberales frente a las autocracias pujantes. Y por eso, aunque no está en la OTAN, estamos ayudando a Kiev a defender "hasta el último centímetro de su territorio". Como si lo estuviera, y como no lo hicimos cuando Putin atacó Georgia, por ejemplo, en 2008.
"Es importante que China respete el orden internacional basado en reglas y la carta de la ONU, que establece que ningún país puede atacar a otro. Si alguien lo hace, tienes derecho a defenderte. Enviar armas a un país que se está defendiendo respeta la carta de la ONU, mientras que ayudar al agresor no", ha dicho Kaja Kallas, una de las líderes emergentes en la UE y primera ministra de Estonia, uno de los países con más razones para temer a Putin y este "nuevo mundo multipolar" que, conjuntamente, proclaman Putin y Xi.
Esa ley internacional, Occidente (nosotros) la considera hoy violentada. Pero ellos (Rusia, China...) la invocan para decir que lo de Ucrania no es "agresión", sino operación "preventiva", porque Occidente los trata de "contener y reprimir".
¿Pensamos que eso es falso, y que Putin fuerza las leyes de la ONU para blanquear su invasión? Tenemos derecho. Pero mientras tanto, Pekín sigue avanzando comercial, tecnológica y políticamente en el sudeste asiático... y ampliando su esfera de influencia en el Sahel africano, nuestro patio trasero.
Josep Borrell repetía estos días que "China no está ayudando a Rusia de momento". Sin embargo, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, ha asegurado esta semana que "Rusia ha pedido [el envío de armas letales] y es un tema que se está considerando en Pekín".
Y aquí está la clave de la misión de Sánchez, primero, y de Macron y Von der Leyen, después. El secretario general de la ONU, António Guterres, advertía estos días de que Occidente no debe "aislar a China".
Pero, ¿podríamos hacerlo? Ni aunque quisiéramos, ya no. ¿Se aprovecha de eso Xi? Por supuesto que lo hace, pero no para dominar el mundo, sino para sacudirse el dominio que la cuestiona, el de las libertades democráticas: ése es el fin. Y el medio es competir y, si termina por ser necesario, ganar.
En eso, la actual Rusia que invade Ucrania es, simplemente, otro medio. Y de momento, a China le basta con la ambigüedad. Para Pekín, Moscú es una parte de su esfera de influencia. Y España, Francia, la UE están en la suya propia. Ése es el juego, nos guste o no. No digamos que nosotros no queremos la nuestra: no debemos mentirnos para defender la verdad, aunque sólo sea nuestra verdad.
Porque la democracia y la libertad son imperfectas. Y débiles ante quien sabe lo que quiere, ha demostrado la voluntad para lograrlo, y juega con otras normas. Si seguimos sin identificar nuestros fines es seguro que equivocaremos los medios.
*** Alberto D. Prieto es periodista y corresponsal de EL ESPAÑOL en Bruselas.