La posibilidad de que los vocales progresistas del CGPJ zombi sigan el camino de su compañera Concepción Sáez (bien mediante su dimisión en bloque o bien por goteo) vuelve a poner sobre la mesa el esperpento que desacredita desde hace cinco años ya la solvencia y la consistencia institucional de nuestro país.
Que tan bochornoso espectáculo afecte por añadidura a la Justicia (esto es, al mecanismo de cierre de todo el sistema) es una calamidad que empieza a adquirir tintes catastróficos.
No tiene uno muchas esperanzas de que el movimiento, si se produce, genere alguna reacción en los responsables del penoso estado de cosas. Nada más allá de seguir dejándose arrastrar por la inercia que poco a poco va desintegrando el prestigio y la credibilidad del Poder Judicial.
Sin embargo, y si entre nosotros hubiera un par de líderes con altura de miras, tal vez podría ser la ocasión para rectificar tanto desatino y enderezar al fin el entuerto.
La coyuntura preelectoral y los movimientos recientes en ambos bloques, el de la derecha y el de la izquierda, podrían ser en esta ocasión, para alguien que tuviera visión y audacia, una invitación a no seguir enrocados en esta situación corrosiva. Y aprovechar en cambio una oportunidad que no va a volver.
La moción de censura de Vox, aparte de dilapidar el crédito político que pudiera conservar Ramón Tamames y consagrarlo como filósofo estoico (memorable su réplica a ese airado Patxi López), ha puesto de manifiesto una confrontación profunda de intereses, modos e ideas entre las dos principales fuerzas de la derecha.
La bronca subsiguiente en Madrid, con Isabel Díaz Ayuso poco menos que sacudiéndose a Rocío Monasterio como una suerte de parásito con el que no es necesario fingir ya más ninguna cordialidad, subraya la gravedad de la divergencia.
Como nos demuestran día a día el presidente de Castilla y León y su inefable y pendenciero vicepresidente, esta falta de sintonía profunda no impedirá llegado el caso formar gabinetes de coalición. Pero será a costa de dolores de cabeza y de muelas que ya se afrontarán cuando lleguen y que no apetece anticipar.
En el otro lado, y pese a la escenificación del ticket mixto entre el presidente del Gobierno y su vicepresidenta segunda, a fin de extraerle alguna utilidad al gasto hecho en el debate de la moción de censura, las cosas no van mucho mejor.
No había más que ver el semblante con el que las ministras de Podemos encajaban los elogios de la promotora de Sumar, o escuchar con atención sus gélidas declaraciones. Quienquiera que mande en el partido morado, ya sea su jefa formal o su inspirador en la sombra, acaricia manifiestamente desde hace semanas la idea de maniobrar con hostilidad contra sus socios de coalición.
En definitiva, qué mejor momento para alcanzar un pacto sensato, además de inexcusable, que propicie que el CGPJ se renueve merced al consenso entre los dos principales partidos, con renuncia de uno y otro a sus respectivos máximos. Además de resolver el problema institucional que nos avergüenza ya a todos, sería la mejor manera de servir a su propio interés.
Tras las elecciones generales de finales de año se dará uno de estos dos escenarios. O una reedición más tensa y precaria de la coalición actual o un gobierno del PP que no podrá eludir el engorro de tener que contar con Vox.
Sea cual sea el resultado, a socialistas y populares les conviene más alcanzar un acuerdo ahora que enfrentarse al mismo impasse, desde la oposición o desde el Gobierno, debiendo quien gobierne satisfacer además todas las exigencias de un indeseado compañero de viaje.