No es "si escuece, es que está curando", es "si escuece, es que estamos pensando". Este viernes, Pantomima Full publicó uno de sus míticos retratos sardónicos acerca de los caracteres y tendencias cañís, que tanta gracia nos hacen cuando son inofensivos, cuando se refieren a pecaditos veniales -tu amigo el tardón caradura, el divorciado cascadísimo, el ejecutivo wannabe-.
Pero ahora han pinchado en hueso porque han parodiado el conformismo y el hastío sangrante de una pareja joven que llevan ocho años juntos -"nos aguantamos, de eso va"-, que se ha comprado un piso donde ha podido -"hay metro, y pa’lante, qué más da, si es todo lo mismo"- y que van a tener niños "porque es lo que toca", sin pasión. Telepi, series, resignación y vacaciones en Santa Pola, que ya se lo conocen y tiene paseo. Es de una tristeza descorazonadora, imposible de reivindicar.
LA VIDA NO HAY POR QUÉ VIVIRLA:#conformista
— Pantomima Full (@Pantomima_Full) March 24, 2023
Con la colaboración especial de @carmenromp pic.twitter.com/LUVRBZhmil
Es como cuando pierdes la virginidad torpemente, sin placer, y te preguntas "¿tanto rollo para esta bazofia?, ¿así que esto era el sexo?". Es como cuando cumples 30 años y ves tu destino escrito y sellado en el confortable desencanto de un hogar a medias y una novia a la que le tienes cariño fraternal pero tampoco te fascina, una lógica compañera de viaje con la que compartir la pesadumbre del mundo, los papeleos, la crianza y las hipotecas, y sabes que las próximas décadas de tu tiempo -que se agota- serán muy parecidas al día de hoy, bajo un marco inquebrantable de seguridad y tedio, y te preguntas, al cabo, si esto era la vida, si esto era tu vida.
Echas un poco de menos esa época arrebatada donde aún escuchabas dentro de ti el tambor sordo de tu verdadera vocación, y al niño que fuiste que soñaba la belleza y la alegría a lo grande, y al adolescente curioso y cachondo que sabía que el tacto siempre fue el mejor de los sentidos, y al joven en permanente búsqueda que creía que aquí hemos venido a sentirlo todo y que aún no se había rendido, que aún no había claudicado.
Aquí está la trampa: igual que cuando fuimos creciendo descubrimos que el sexo podía serlo todo -romántico, sucio, deportivo, compasivo, trágico, soporífero, conyugal: perdón, estos dos últimos pueden ser sinónimos-, yo creo que caben muchas vidas posibles o sucesivas en la misma vida, y que ésta no tiene por qué seguir el carril marcado por su primera intentona, o por su tradición previsible, acomodaticia.
Entiendo que la vida -como el sexo- es un arte que se desarrolla, que se expande, y que sólo tiene gracia porque tiene riesgo, como una apuesta, y que habrá que ser torero para saber ganar y saber perder. Tenés todo, tenés nada, que decía Simeone.
Dos problemas: uno, que en sexo tuvimos cancha temporal para la prueba y el error, pero la vida, a todas luces, resulta corta. El cronómetro aprieta y es fácil, por miedo, montar el chiringuito en una casilla y preferir no moverse de ahí.
¡Es tan agotador hacer feliz al de al lado, verdaderamente feliz! Es tan agotador tener imaginación y capacidad de sorpresa... Es tan agotador reinaigurar el amor a cada poco. Estos chicos no están preparados.
Dos: que la gente lo quiere todo sin sacrificar nada. Somos un pueblo obediente y temeroso del futuro donde la peña quiere café descafeinado, aventura sin salto, amor sin dolor, dioses sin castigo, acción sin responsabilidad, hamburguesas sin carne, violencia sin rasguños, chocolate sin azúcar, justicia sin punitivismo.
A mí el vídeo de Pantomima me recuerda, terriblemente, al 70% de las relaciones estables que conozco. Llevo dos días observando a mis amigos y conocidos compartiendo y criticando el sketch con la sonrisa helada, afectadilla.
Quiero ser empática y entiendo lo que nos pasa. Somos una generación bisagra. Por una parte, hemos padecido una infantilización sin precedentes: se retrasó nuestra entrada al mundo laboral, se nos impide poder comprarnos un piso y abastecer a nuestros hijos -al menos, de la forma en la que pudieron hacerlo nuestros padres- y hemos crecido merendando una crisis tras otras mientras los carcas nos llamaban "generación de cristal". Ha sido cruento, desolador. Es normal que eso nos haga cobardes.
Pero, por otra parte -y más importante-, en estas mismas décadas precarias hemos conquistado infinitos derechos sociales -no lo den por supuesto: ¡el divorcio!-, hemos vivido la ebullición de la libertad sexual y del feminismo, hemos incorporado nuevos modelos de familia, hemos dejado de segregar el ocio y la cultura por géneros y hemos puesto a nuestros amigos en el centro de nuestra vida, ya no sólo copada por el esposo o la descendencia.
Esta dualidad nos tiene tristes, confundidos. Ahora sabemos que hay un mundo más allá del dictado, pero, ¿podremos pagarlo?
Conozco más de uno -y de dos- que no acaba de dar el paso de dejar a su pareja por el vértigo de mudarse y pagar un piso solo. ¿No es aterrador?
Mucha chanza hubo con la ilustración de apertura del New Yorker donde una joven con gatos y la casa hecha una pocilga hacía un Zoom brindando en vaso de cóctel sin haberse cambiado la parte de abajo del pijama. Se habló de las chicas "Whiskas, Satisfyer y Lexatín".
Se nos acusó de narcisismo moderno, de individualismo condenado a la soledad -y eso que uno nunca está más solo que cuando está con quien no quiere estar-, de ombliguismo, de adanismo, de turbocapitalismo ególatra y devastado de valores, se nos dijo de todo, en fin, casi sobrevolaba la palabra "puta" y aterrizaba la palabra "niñata", y sin creer yo que esa imagen resuma mis ambiciones, detecto que aquella postal les encantó a los mismos que hoy se rasgan las vestiduras, malheridos con la foto de los chicos "Chándal, Telepi y Resignación".
New Yorker diciembre 🥂 pic.twitter.com/4s94VxFe7d
— Elsa Veiga (@Veiguelsa) November 30, 2020
En medio del caos, en pleno choque de trenes entre el viejo mundo y el nuevo, yo defiendo que encontremos una forma inédita de ser adultos que se sobreponga al gregarismo, al vasallaje moral y al aburrimiento. Aquí una anda buscándola, al menos, sin miedo al experimento.
Dicen los conservadores que el conformismo es la verdadera sabiduría, que en el punto medio está la virtud y toda esa sarta de consignas manoseadas e infértiles. Yo les digo que se quiten el chándal, que huele.
Han desistido, yo no. La verdad es que no hay una fórmula para ser feliz, pero existen un millón de escenarios en los que poder ser desgraciados, tanto en un modelo de vida como en el otro. Si tanta gente históricamente ha tomado la decisión de formar una familia -de esa manera, un poco a toda costa, un poco con quien toque, un poco "sálvese quien pueda", un poco por aferrarse a un estatus de dignidad moralista y sebosa-, ha sido por una cuestión de estabilidad, algo que, como todo el mundo sabe, no tiene nada que ver con la felicidad, porque también puedes estar establemente muerto. De hecho, lo estás.
Ya lo cantaba Loquillo -éste os gusta, chicos, que es de derechas-: para ti la vida que te lleva, para mí la vida que me quema.
Seguiremos informando.