¿Es compatible el capitalismo con la democracia?
La reindustrialización de España es una tarea pendiente tan imprescindible como complicada de implementar por la propia dinámica del capitalismo.
En su libro Capitalismo, nada más: el futuro del sistema que domina el mundo, Branko Milanovic continúa el análisis de las desigualdades generadas por la globalización, después de su célebre Desigualdad mundial. Milanovic advierte de la decantación del modo de producción capitalista hacia las formas de una verdadera plutocracia. Un sistema en el que no sólo gobiernan los ricos, sino que las reglas se definen de tal forma que las únicas voces que encuentran espacio en la deliberación pública son las que vienen respaldadas por el poder del dinero.
Es saludable hacernos la pregunta clave sobre la compatibilidad última entre capitalismo y democracia. Normalmente, se ha asumido el sintagma 'democracia liberal', como si los principios liberal y democrático no hubieran mantenido profundas tensiones históricas.
El gobierno de los 'nadie', esto es, la democracia, que tiene como fundamento innegociable la libertad de los que nunca han sido libres, casa mal con los fundamentos limitativos del poder político que propugna el liberalismo clásico, cuyo abstencionismo político encontraba mejores respuestas en fórmulas censitarias (y antidemocráticas) de participación.
Si avanzamos desde el liberalismo clásico hacia formulaciones hayekianas, nos encontramos igualmente una posición refractaria a la democracia, una preferencia por un sistema de 'demarquía' en la que cualquier control político de la economía o de progresividad fiscal son censurados en favor de un Estado mínimo. En última instancia, la deliberación colectiva y participación de todos en el gobierno de la comunidad política nos lleva, para el economista austríaco, al "camino de servidumbre". Sí, hay un liberalismo profundamente antidemocrático.
Una de las claves aportadas por Milanovic en su crítica de la evolución plutocrática del capitalismo es la denuncia de las concentraciones de capital. Quizás ese es el gran tema de nuestro tiempo, inabordable dentro de las propias dinámicas del capitalismo financiero (él habla de capitalismos) que rige los designios del mundo.
O, por ser más precisos, difícil de abordar. Básicamente, por la falta de instrumentos políticos diseñados para una gobernanza verdaderamente democrática de la económica y por la falta de voluntad política.
"Parece que las dinámicas están abocadas a repetirse en ciclos económicos cada vez más cortos: crisis en el sistema financiero y rescate estatal. Para luego volver a empezar"
Abogaba recientemente Thomas Piketty por el paso de un Estado nación social a un Estado global social. No parece tarea sencilla.
Hoy, ante el escalofrío inevitable de sentirnos atrapados en un déjà vu insoportable, es injustificable una posición acrítica ante un sistema económico incapaz de dotarse de mecanismos de regulación financiera efectivos. Parece que las dinámicas están abocadas a repetirse en ciclos económicos cada vez más cortos: crisis en el sistema financiero y rescate estatal. Para luego volver a empezar.
La solución política no es sencilla, pero desde luego exige que las izquierdas tengan una voz racional y aborden, con vocación transformadora, los grandes temas pendientes de nuestro tiempo. Hay que adentrarse en un análisis exhaustivo de la política industrial, muy deficiente en España, como esperanzadoramente están haciendo investigadores españoles como los de Future Policy Lab en un trabajo para no perder de vista: El regreso de la política industrial.
A mi juicio, la reindustrialización es una tarea pendiente tan imprescindible como complicada de implementar. No puede perderse de vista la debilidad de nuestro país en las estructuras políticas comunitarias. Con frecuencia se trata de pasar por alto el diseño comunitario, como si nada hubiera tenido que ver el mismo con la durísima reconversión industrial llevada a cabo en España y la consiguiente despatrimonialización del Estado en cuanto a su participación en sectores estratégicos.
La división internacional del trabajo relega a nuestro país a un papel subalterno, de economía de servicios y turismo, repleta de pequeñas empresas y autónomos, con una productividad muy deficiente y problemas estructurales de estancamiento salarial y de precariedad alarmante.
Nada de eso constituye una condena divina, pero corresponde analizar el margen de maniobra real que existe. Eso nos debe remitir a hablar de la estructura política comunitaria y de la falta de instrumentos políticos, fiscales y presupuestarios para corregir los desequilibrios entre países con superávit en su balanza de pagos y los países con déficit.
El desequilibrio entre Estados sigue siendo un ingrediente esencial para entender la brecha productiva entre el sur europeo periférico y un norte hegemónico.
"Deberíamos aceptar que España se ahoga si pretende vivir sólo del turismo, de la hostelería o del sector servicios. Necesitamos una política industrial seria y contundente"
Es cierto que un indicador de esperanza es la situación límite de la propia Unión Europea. Hace falta reaccionar coordinadamente para no disiparse por el sumidero de una gran recomposición global, con dinámicas políticas y económicas que algunos han denominado como de "relocalización" de los procesos productivos.
Para ello, hace falta tener una estructura política sólida y robusta. Y eso desde luego no se consigue con un presupuesto raquítico en el que los fondos, sea cual fuere el apellido que los acompañe, no constituyan transferencias reales sobre una fiscalidad común, sino préstamos con intereses y condicionados a recortes, socialmente incendiarios y económicamente inútiles.
La propia autonomía estratégica no pasará de eslogan sin un presupuesto común que la refrende y dote de realismo.
Deberíamos aceptar, como premisa de partida, que España se ahoga si pretende vivir sólo del turismo, de la hostelería o del sector servicios. Necesitamos una política industrial seria y contundente.
Pero el papel del Estado no puede limitarse a la subsidiariedad ni al carácter difuso de una colaboración público-privada que, las más de las veces, termina traduciéndose en la subordinación de la utilidad pública respecto a los intereses privados. Necesitamos, en efecto, utilizando el ya demasiado manoseado concepto de Mariana Mazzucato, "un Estado emprendedor" que participe en la generación de valor añadido, para lo cual se requiere inversión suficiente en investigación, innovación y desarrollo, condiciones laborales dignas para sus investigadores y no emigraciones forzosas.
Es la pescadilla que se muerde la cola. Si el Estado no participa en primera persona en el proceso productivo, los réditos que se obtengan no repercutirán en el conjunto de la población. Otra clave para democratizar un sistema económico crecientemente plutocrático es desconcentrar las inéditas concentraciones de capital generadas. Necesitamos a trabajadores en los Consejos de Administración de las empresas y leyes que garanticen la competencia y que actúen frente a los monopolios tecnológicos que están doblando el pulso a los Estados democráticos.
Todo ello es muy difícil hacerlo en el marco de un capitalismo de casino, con Estados brutalmente endeudados precisamente a consecuencia de diseños políticos disfuncionales y rescates financieros onerosos. Las soluciones deben coordinarse a escala global, y esto parece hoy una quimera.
"Es imperativo aumentar de forma urgente y sustancial la tributación del capital, de los grandes patrimonios, de las multinacionales y, aunque sea muy impopular, de las herencias"
La alternativa, sin embargo, es el abismo. El abismo al que nos conduce un capitalismo plutocrático, donde formalmente las oportunidades se reparten a lo largo y ancho del planeta, mientras que el pacto capital-trabajo allí donde consiguió aquilatarse salta por los aires, la brecha crece entre las concentraciones de capital citadas y unas rentas del trabajo depauperadas y se extiende hacia otras brechas más visibles que nunca: brechas territoriales entre núcleos urbanos integrados en la economía global que propugnan verdaderas "secesiones de los ricos" y zonas deprimidas demográfica y económicamente, daños medioambientales de profundo alcance, así como una clara emancipación de la economía financiera y especulativa respecto de la economía propiamente productiva.
Necesitamos no sólo desconcentrar el capital, sino también ser ambiciosos en el plano redistributivo. Es imperativo aumentar de forma urgente y sustancial la tributación del capital, de los grandes patrimonios, de las multinacionales y, aunque sea muy impopular, de las herencias. Precisamente frente a la estratificación rentista de un capitalismo que consolida crecientes guetos entre clases sociales.
¿Qué meritocracia es esa que transige con la tiranía del origen? Estamos ante una verdadera crisis civilizatoria y la solución no puede consistir en repetir cíclicamente los mismos errores del pasado, esperando a un espectral orden espontáneo en forma de mercado transnacional capaz de sanearse a sí mismo sin interferencias políticas.
Eso sí es una quimera irreal, aunque en sustentar semejante ficción se jueguen pingües intereses y beneficios muchos de los poderosos que en el mundo siguen jugándose su posición de dominio.
*** Guillermo del Valle es abogado y director de 'El Jacobino'.