Parece mentira, por lo insistente del mensaje, pero no hace ni seis años que los occidentales empezamos a preocuparnos por China. Y debemos estarlo: hace tres días, Antony Blinken, secretario de Estado de EEUU, visitó Pekín y se reunió con el asesor de Política Exterior, el ministro de Exteriores y el propio Xi Jinping... que le dedicó apenas media hora. En la rueda de prensa posterior, el jefe de la diplomacia estadounidense no habló de Guerra Fría. Es decir, no citó el término, pero lo describió al evaluar la situación, después de cinco años de desconexión, tensiones, batalla comercial y acusaciones cruzadas entre los dos gigantes del planeta.
Aunque las palabras de Blinken sorprendieron: "Me he empeñado mucho en explicar a nuestras contrapartes que Washington no está trabajando por la contención de Pekín. Al contrario, nuestro mayor interés es seguir creciendo juntos y aprovechar las oportunidades comerciales para el beneficio mutuo".
Y después añadió: "No estamos a favor del desacople con China, sino de la reducción de riesgos y de la diversificación". Es decir, exactamente el discurso que lanzaron los líderes de la Unión Europea hace apenas dos meses, en su ronda de visitas a Xi. El mismo Blinken citó por su nombre a Ursula von der Leyen en la comparecencia: "Nuestra posición es la misma que la de nuestros aliados europeos".
Recuerdo que de pequeño leí en los cómics de Mafalda advertencias sobre "el peligro" que ya entonces eran los chinos "para el mundo occidental". Quino publicó sus tiras en la prensa argentina entre 1964 y 1973, justo en el momento en el que un movimiento audaz de Nixon, ideado por su entonces asesor de Seguridad, Henry Kissinger, supuso un punto de inflexión para la entonces álgida Guerra Fría: "Si no puedes con ellos, los comunistas, divídelos", podría resumirse aquella entente entre el líder del mundo libre y la arruinada República Popular de la Revolución Cultural.
Desde entonces, Pekín ha multiplicado 57 veces su PIB -a precios constantes- y su población sólo es un 60% mayor... es decir, que cada chino es 35 veces más rico que entonces. Visto así, ¿qué ganó Occidente cambiando 880 millones de muertos de hambre (literalmente) por 1.400 millones de personas de auténtica clase media? La riqueza per cápita de China ya es superior a la media del planeta. Su gasto militar ya es el segundo del mundo, multiplica por tres el de Rusia... y lo que es más llamativo, con crecimientos del 15% anual, se ha duplicado en sólo 10 años.
Es decir, que tiene a su industria naval, artillera, aeroespacial, misilística... a pleno rendimiento y con todo nuevecito y de última generación.
Si a eso le añadimos los tres discursos de Xi Jinping en la última Asamblea Popular del Partido Comunista, el pasado marzo, a cual más belicoso, parece evidente que la jugada de Nixon, pasados ahora 50 años, pudo ayudar a iniciar la caída de la URSS, pero ha desembocado en otra guerra fría... por ahora, fría.
Lo que Europa y EEUU quieren es "reglas justas" entre las empresas occidentales y las chinas: es decir, que Pekín deje de jugar con ventaja al aprovechar nuestros mercados abiertos mientras mantiene barreras en el suyo. Lo de "reducir riesgos" significa no venderle tecnología que sirva "para construir misiles hipersónicos" que nos amenazan, "reprimir a su propia población", por lo de los derechos humanos, o que le dé ventajas competitivas a las empresas chinas en nuestros mercados. Y lo de "diversificar" quiere decir que Occidente, por fin, se ha dado cuenta de que Pekín no es un proveedor fiable. Entre otras cosas, porque (ya lo dijo Xi en marzo) aspira a "cambiar el orden mundial para que sirva a los intereses de China y del Partido Comunista".
Muy posiblemente, llegamos tarde (y por eso no es que queremos, sino que necesitamos seguir comerciando con los 1.400 millones de chinos). Y llegamos mal. Porque, después de 30 años de creernos que el mundo era unipolar, Rusia se atrevió a actuar como en el siglo XX, invadiendo, nos hemos gastado nuestro dinero y nuestras armas en defender a Ucrania y hoy hasta el Departamento de Defensa estadounidense admite que no podría afrontar otra gran guerra... si Xi decide cumplir pronto con la palabra dada: la reunificación con Taiwan "sin descartar la vía militar" para el "rejuvenecimiento de la nación".
Que Joe Biden lo llamara "dictador" el pasado martes no debería sorprendernos: es la verdad. Pero con su ímpetu occidental quizás ha roto el trabajo a largo plazo que habían iniciado la UE y Blinken en Pekín. Ya lo decía Mafalda: mientras nosotros dormimos, China sigue trabajando.