Otegi. ¿Cuántas caras puede tener un hombre? ¿Es polivalencia, es adaptación, es esquizofrenia? Llevo días observándole el rostro, intentando rascarle el alma como en El retrato de Dorian Gray, pero ¿tenemos de eso? ¿Tiene él? ¿Para qué sirve el alma? ¿Nos salva de algo? ¿Es un tejido a prueba de balas?
Le miro en la foto otro rato. El pendiente diminuto en el lóbulo izquierdo, un pendiente sin edad, un pendiente peterpanesco, un pendiente atrapado para siempre en el país de Nunca Jamás. También Otegi tiene un país propio, más o menos imaginario, como Macondo, como Comala. Un país que le hizo muy feliz o muy desgraciado, si acaso no es lo mismo. Las fronteras son lo que tú quieras. Las fronteras van por dentro, como la procesión.
Los orificios de la nariz anchos, abiertos, como para oler al enemigo, o como para oler el miedo (el propio, el de los otros, ¿no es a ratos idéntico? Lo cantaba Barricada en No hay tregua. "Estás asustado / tu vida va en ello / pero alguien debe tirar del gatillo").
Los ojos pequeños guiñando con cierta incredulidad, forzadamente empáticos. Son ojos de escucha, valga la sinestesia. Se esfuerza. Está siendo amable. Muy amable. A veces, cuando se ríe de verdad, se le achina la expresión, se le pone dulzona, y segrega ahí algo de inocencia antigua, reseca. Va de negro, como Steve Jobs, pero al estilo quechua. El labio es finísimo, casi imperceptible. Leí una vez que ese es el clásico labio de fascista, pero vete tú a saber. A él le sentaría fatal escucharlo.
No sabemos qué significa "fascista". No sabemos qué significa "violencia". Dice Otegi que él no se considera un "terrorista", pero ¿qué quiere decir "terrorista"? Hay debate, sugiere. Nos da para ensayo. Qué difícil le fue siempre usar la palabra "condenar", toda una guerra dialéctica. "Es bajarse los pantalones", apunta. Lo del relato a ver quién lo gana, porque las armas se habrán abandonado, pero el forcejeo semántico persiste. Hace tiempo que perdimos los nombres de las cosas.
¿Qué es "España", en qué se diferencia de "Estado español"? Decía Umbral, regañándole en una ocasión al bueno de Julio Anguita, que lo suyo era usar el primer concepto: "Si los poetas, que cuidan tanto la palabra, han escrito 'España' miles de veces, ¿por qué tú, que eres secretario de IU…? Bueno, pues muy bien. Tú dices 'Estado español'. Esto es un prejuicio de la izquierda mal entendido e inculto, porque la puesta en circulación de esta expresión, de 'Estado español', es de don Francisco Franco".
Escuchas eso y se te cae hasta el flequillo aberzale, un flequillo imposible que nunca sentó bien a nadie. Un flequillo que sólo moló, un flequillo como un pasaporte que te hacía pertenecer a alguna parte y despertar simpatías.
Me cuenta mi amigo periodista Dani Mediavilla, que lo padeció en sus carnes (como estudiante, no como etarra), que "en el País Vasco, follar a lo loco es difícil", así que "una vida peligrosa y de compromiso político te da acceso a un mundo muy exclusivo". Pues no sé, le comento, a este lado de la tecla es que somos de Málaga. "Ya. Es que en Andalucía el sexo no es un artículo de lujo al nivel del País Vasco".
De Otegi, como de muchos nacionalistas periféricos (y españolistas), llama la atención cómo el amor romántico puede convertirse en un cáncer. Hay estudios que demuestran que la oxitocina, que es la hormona del apego entre cercanos, favorece el odio a los que consideramos fuera del grupo. O sea, en Otegi leemos lo mismo que en los chimpancés. La idealización de tu tierra, de tu clan. Es pasión. Es tribalismo. Convendremos que posee carisma. Carisma rural.
Es curioso que un hombre pueda ser tan inteligente y docto y, a la vez, por cerrazón, por elección, tan paletísimo, tan tradicionalista en el peor de los sentidos, tan sordo al progreso y a la mezcla. Ha envejecido muy mal su intervención en La pelota vasca, el documental de Julio Medem.
Allí dijo: "El día que aquí se coma en hamburgueserías y se oiga música rock americana y todo el mundo vista ropa americana y deje de hablar su lengua para hablar inglés… y todo el mundo, en vez de estar contemplando los montes, esté funcionando con internet, para nosotros, ese será un mundo tan aburrido, tan aburrido, que no merecerá la pena".
Corría el año 2003. A estas alturas, entendemos que la vida debe resultarle ya insoportable. Tecnológica, posmoderna, tediosa hasta el asco.
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Otegi es todos y ninguno. ¿Es el Gerry Adams vasco, como le llamó un tiempo la prensa europea? ¿El pistolero, el hombre de paz? ¿Puede ser un hombre de paz alguien que ha sido pistolero, o, en cambio, sólo se puede ser hombre de paz si se ha sido pistolero? ¿Sólo tiene sentido que haga la paz quien coprotagonizó la guerra?
En el décimo aniversario del cese de la "lucha armada", el político expresó, con el gesto claro y compungido, sereno, que "nunca debió producirse ese dolor" y que "a nadie puede satisfacer que aquello sucediera" ni que se hubiera "alargado tanto en el tiempo". Aseguró sentir "pesar" por las víctimas de ETA.
Hasta aquí, medio bien. Pero lo desconcertante fue que pocas horas después, y en un acto restringido, sólo con militantes, esputase, cabreado y en euskera: "Nuestros presos tienen que salir de la cárcel y si para eso tenemos que votar los presupuestos, los votaremos. Los votaremos sin ningún problema. Y lo haremos muy tranquilos, muy tranquilos. Si no tuviésemos doscientos presos dentro, no actuaríamos de la misma manera. ¡Ni por el forro! Ni por el forro".
Ni-por-el-forro.
Entonces su semblante era otro. Fruncía el ceño y movía las manos vaporosamente. En la mirada le latía otra cosa, qué sé yo. Otegi, un cubo de Rubik girando a toda leche. Wyoming lo llamó en antena "el Gollum del País Vasco" por su aglomeración de "yos", por su cambio de máscara, por sus extraños acelerones de 0 a 100. Incomodaba la transformación. Otegi, licántropo, qué haremos contigo.
Susurros de Otegi por todas partes, ecos del gueto, flashes de Vietnam. Sentencias tristemente inolvidables. Cuando asesinaron a López de Lacalle, lanzó, con frialdad, que así "la organización" ponía "sobre la mesa el papel de los medios de comunicación y de determinados profesionales de esos medios que, a juicio de ETA, plantean una estrategia informativa de manipulación y de guerra en el conflicto entre Euskal Herria y el Estado". Aquella dolió hasta rabiar. Años más tarde, preguntado por Évole en una entrevista en Salvados, tampoco reconoció lo abominable que fue ese crimen.
"¿Matar a un periodista es una forma de poner un tema sobre la mesa?", le preguntó el follonero. "Desde el punto de vista de ETA sí, desde el punto de vista de ETA sí. Otra cosa es la opinión que tú puedas tener, pero desde el punto de vista de ETA sí", alegó el exetarra.
Sin embargo, cuando tres meses después del asesinato del periodista de El Mundo, el 8 de agosto del 2000, cuatro terroristas de ETA murieron en Bilbao al estallar un artefacto explosivo que portaban (con intención de hacerlo explotar en las próximas jornadas), Otegi mostró su "solidaridad humana y política" con "la muerte de estos cuatro compañeros". "El futuro de este país lo vamos a conquistar peleando y luchando", aulló.
Otegi recuerda que el día del asesinato de Miguel Ángel Blanco estaba en la playa. "Pero yo no sabía que le iban a matar ese día, joder". ¿Y no le daba por mover un dedo? "Alguna iniciativa hubo en ese sentido. No voy a decir más".
Otegi perjura que ETA cayó porque la izquierda aberzale quiso. Explica que sólo dos años antes de su desaparición definitiva, la banda aún estaba fuerte. Entonces da un poco de miedo y parece que amenaza, ¡tan levemente!... pero enseguida cambia el gesto y nos relaja... suspiramos con alivio, y es extraño. Ese hilito invisible tras el rostro lo sostiene bien, como un ventrílocuo de sí mismo.
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El bebé-lobo nació en Elgoibar en 1958 y fue a llamarse Armando, pero el funcionario del registro civil se equivocó y le calzó lo de "Arnaldo". Da igual, las "armas" que se ahorró en el nombre las buscaría por su cuenta. Fue el crío de una pareja de republicanos guapos, Ascensio Otegi y María Dolores Mondragón. Era un niño callado, un poco lúgubre, como con un pájaro negro apretándole el pecho, como con un runrún galopante, entre esperanzador y siniestro, entre lo vivo y lo muerto.
Leía compulsivamente, por lo visto gracias a un fraile atento y a un tío suyo anarquista. Estudió castellano en el colegio y habló euskera en casa. Pasaba mucho tiempo solo, mascullando pensamientos. Amaba el campo. Se perdía por allá, recogiendo setas de los montes, abrazándose furiosamente al silencio. La civilización es un estruendo. Le agobiaba. Huía, como en un presagio. "La naturaleza es mi refugio". Pero ¿de qué tenía que refugiarse?
Otegi, tan flaco, tan flaco, que le llamaban El Gordo. Otegi empequeñeciéndose hasta la extinción. Otegi, ni una palabra más alta que la otra. Otegi, caja de las sorpresas.
Jugaba al fútbol con sus colegas, pero era tan débil que nunca le sacaban y vivía en el banquillo. La espera forma parte de una vida intensa. En la espera se cocinan los golpes futuros. Eso da pánico. El niño soñaba con el triunfo de la Real Sociedad, que corría mala suerte, como él mismo. En el colegio, los maestros le notaron precoz, más listo que un ratón, y alentaron a sus padres para que le diesen de comer cultura. Tanto fue así que llegó incluso a recibir clases de ballet, algo revolucionario en aquella época. Otegi, nuestro inesperado Billy Elliot.
Se pilló siendo un adolescente de su Mari Juli, la chica de su vida. El chaval fue muy sibilino. De él sólo se sabía que estaba enamorado como un perro, ni siquiera parecía que estuviese marcado políticamente, hasta que con 19 veranitos le dijo a sus padres que se piraba, que la policía lo perseguía porque se había enrolado en ETA.
Con 25 años siempre llevaba encima una Browning de 9 mm. El resto es historia. Secuestros, cárceles, años convulsos, cambios de idea, la pacificación entre ceja y ceja, un reseñable prestigio entre la élite cultural (un manifiesto liderado por Almudena Grandes pidió su libertad en 2016), una familia que le aguarda.
"A Julia la conocí en agosto del 75. Nos casamos por poderes a través del ayuntamiento… hicimos 'enjuague'. Es que los padres de ella eran muy católicos. Dicen que detrás de un gran hombre hay una gran mujer. Yo suelo decir que detrás de un gran hombre, hay una mujer sorprendida". Eso tómenselo ustedes como quieran.
Con su mujer sorprendida tuvo dos hijos, ya creciditos, que se labraron en sus ausencias. Contaba Otegi que una de las veces que le detuvieron, fue su aita a buscar a la niña al colegio y que el hombre andaba preocupado por cómo explicarle lo que había pasado. La cría ni se inmutó. "Estamos acostumbrados", dijo la pequeña.
En la cárcel, dice, a pesar de las torturas o precisamente por ellas, sus condiciones se "reforzaron". "La cárcel te hace mejor persona. Te hace entender los dramas de la gente. En la cárcel no hay ricos. Hay inmigrantes, gente pobre, gitanos…".
Arnaldo, Armando, el hombre que expulsaba la corbata como un órgano mal trasplantado (sólo una vez se la apretó, en Ginebra, ¡y le tuvo que hacer el nudo un amigo... abogado!), explicó que en su familia siempre le han "respaldado" y nunca ha habido peticiones en el sentido de "déjalo".
"Ellos saben que mi vida, en parte, es esto. Pero a veces digo de broma que estoy harto de un tal Arnaldo Otegi. Yo también soy humano. A mí todo el mundo me dice 'tienes que venir a animar a la gente, porque tú animas muy bien a la gente', pero a mí, ¿quién me anima? A veces me anima el camino. No dejar nunca el camino". Bueno. Lo del "camino" también es polisémico.
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Una vez, Fernando Savater escribió que Otegi era "un terrorista en comisión de servicios". Hoy cree que será próximamente lehendakari. Las cosas cambian, o no.
Arnaldo manifiesta que ha sido un error meter a asesinos en sus listas y ha renunciado a siete pistoleros etarras, eso sí, tras sufrir "el acoso y derribo" de la ultraderecha. Es un detalle. Vivimos de gestos. ¿Qué más hay?
Sea como fuere, el chico no pasa de moda. Su figura influye hasta en las elecciones generales, ahora que los diestros agitan el fantasma del viejo terror y Zapatero le canta las cuarenta a Herrera recordándole que ETA cesó bajo su Gobierno. Somos gente un poco nostálgica, los españoles. Otegi también, como no puede ser de otra manera.
Él reconoció que José Luis fue "un presidente que arriesgó en el proceso y esta situación de paz se le debe también a él, aunque no sé si le hago mucho favor en decirlo, y a mí también me darán por todos lados". Zapatero diría que Arnaldo "contribuyó decisivamente al fin de la violencia". Y los dos de actualidad, tan jóvenes y tan viejos, que diría Sabina, like a Rolling Stone.
Del futuro nada se sabe, pero algo se intuye. EH Bildu avanza en todo el País Vasco y es primera fuerza en Vitoria. En eso Otegi no se pronuncia demasiado. Dice que este, el político, el parlamentario, es un mundo salvaje de vanidades. Los culpables, como siempre, suelen ser los otros. Refunfuña: "Demasiado ego para tan poco yo". Y entonces sonríe.
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