Las atrocidades cometidas por Hamás contra cientos de civiles israelíes el pasado 7 de octubre obligan a repasar la larga historia del antisemitismo. Esa historia se compone de múltiples fantasías sobre el pueblo judío. Fantasías que han justificado históricamente el odio, la discriminación, el aislamiento y el asesinato.
Esta ficción antijudía alcanzó su cúspide con la aparición del fraudulento documento Los protocolos de los sabios de Sion (Rusia, 1903). El documento afirmaba exponer los planes secretos de los líderes judíos para apoderarse del mundo. Dada la larga historia de tópicos antisemitas, millones de personas creyeron que los Protocolos eran verdad porque durante siglos estas ideas (en diversas formas) se habían divulgado y creído. Los Protocolos confirmaban opiniones largamente arraigadas sobre los judíos.
Así surgió la idea de un Estado judío. Con la creación del movimiento para el retorno de los judíos a Israel se esperaba que tal vez algunas de esas fantasías desaparecieran. Y, más importante aún, existía la creencia de que por fin el pueblo judío tendría poder para protegerse del odio a los judíos.
Por supuesto, el Estado judío nació demasiado tarde para salvar a los judíos de Europa. Pero surgió.
Sin embargo, este nuevo poder, el de la capacidad de defender a los judíos de sus agresores, añadió una capa de complejidad al antisemitismo. Poseer poder real generó un elemento significativo de responsabilidad para el Estado judío y, con él, el reconocimiento de que las críticas a los judíos, en este caso al Estado judío, ya no se basaban automáticamente en fantasías, sino que podían ser críticas legítimas al abuso de poder.
Así surgieron los debates sobre cuándo las críticas a Israel eran legítimas y cuándo eran antisemitismo. Claramente, las viejas teorías de la conspiración (como las falsas acusaciones de que los israelíes utilizaban la sangre de niños palestinos muertos con fines rituales) entraban en la categoría de antisemitismo.
También encajaban en esa categoría otras formas de demonizar al Estado judío, afirmando que este no debería existir.
"Las manifestaciones que han surgido ahora en Estados Unidos y Europa en apoyo a los palestinos son inherentemente antisemitas cuando justifican y defienden el asesinato en masa de civiles judíos"
Y entonces sucedió la masacre de Simjat Torá (la festividad judía que se celebraba el día que Hamás atacó a Israel, el 7 de octubre). Esta fue, con mucho, la manifestación más atroz de antisemitismo jamás dirigida contra el Estado judío.
Seamos claros. Lo ocurrido no tiene nada que ver con las opiniones de cada uno sobre la sabiduría o la moralidad de las políticas israelíes. Sólo tiene que ver con las fantasías antisemitas que históricamente han perseguido al pueblo judío y que, en última instancia, condujeron al Holocausto: los judíos son malvados, conspiradores, infrahumanos.
Lo hemos visto en la literatura y la retórica de Hamás durante décadas.
El resultado de estas creencias es que los que se identifican con ellas se sienten justificados para asesinar a civiles inocentes, decapitar bebés, violar mujeres y tomar rehenes.
Se trata de una clara manifestación, no de la complejidad de la era del poder sionista y sus distinciones entre crítica y odio, sino del anticuado odio a los judíos, ahora vinculado al Estado judío.
En este contexto, las manifestaciones que han surgido ahora en Estados Unidos y Europa en apoyo a los palestinos son inherentemente antisemitas cuando justifican y defienden el asesinato en masa de civiles judíos. Los carteles que insultan a los judíos no tienen que ver con la complejidad del conflicto palestino-israelí, sino con la vuelta al antisemitismo clásico de antaño.
El terrorismo contra hombres, mujeres y niños judíos es aceptable y necesario porque los judíos son infrahumanos y venenosos. ¿No suena familiar?
Tenemos que denunciar a quienes justifican este atroz odio a los judíos y no permitir que lo oculten alegando que defienden a los palestinos oprimidos por los israelíes.
También debemos dejar claro que apoyamos la necesidad de una resolución positiva del conflicto palestino-israelí con la que ambos pueblos puedan vivir en paz y seguridad. Es comprensible que eso parezca una posibilidad muy lejana. Pero es lo que hay que hacer y lo que reforzará el mensaje de que lo ocurrido estos últimos días es moralmente contrario a lo que aspiramos a conseguir.
*** Kenneth Jacobson es vicedirector nacional de la Liga Antidifamación (ADL).