La secretaria general de Podemos, Ione Belarra, junto con Isa Serra en una manifestación antijudía.

La secretaria general de Podemos, Ione Belarra, junto con Isa Serra en una manifestación antijudía.

LA TRIBUNA

La futbolización de Oriente Próximo

A Belarra y compañía les conmueven los palestinos muertos, pero no los israelíes muertos, que sí conmueven y mucho, a la derecha española.

25 octubre, 2023 02:17

Para la poca tirada que tienen las páginas de Internacional en España, es sorprendente el alto nivel de conocimiento geopolítico que se exhibe en las barras de los bares y su equivalente etílico online cada vez que se desata el conflicto entre Israel y Palestina. Tantas mentes pensantes desaprovechadas por los think tanks internacionales. 

Un soldado israelí.

Un soldado israelí.

No recuerdo tal vigor emocional y polarizador como el que se ha desatado ante el actual conflicto en Gaza, teniendo en cuenta que sus consecuencias afectan en poco o nada a la política española (tal vez de ahí la exaltación gratuita), a menos que sea para perpetrar su habitual ridículo internacional.

Viendo las reacciones populares y tertulianas en España, diría que se ha producido una futbolización de los clichés sobre Oriente Próximo. La izquierda se sigue alineando con la Palestina oprimida y religiosa, y la derecha con el Israel que desde su punto de vista encarna los valores occidentales y seculares. Los respectivos hinchas compran el paquete entero de cada equipo sin cuestionamientos. Fast food para mentes perezosas.

"Es más fácil imaginar a Belarra en la rave asaltada por Hamás que defendiendo a mis amigos gais o promoviendo la ley trans en la Franja de Gaza"

Pero la cosa se complica cuando empiezan a aparecer cadáveres de bebés en ambos bandos. Con y sin pixelización. Y la confusión añadida de una prensa de niñatos acostumbrados a comprar y vender narrativas, y no a identificar misiles ni a contar muertos.

El día después del ataque de Hamás a Israel del 7 de octubre estaba en el barrio estambulita de Pera con dos amigos árabes que visitan la ciudad tras haber huido hace unos años de los conflictos en esta región. Sus motivos tenían para huir, son una pareja gay. También son dos profesionales con un nivel intelectual decente y que han trabajado sobre el terreno en varios conflictos en la región, incluidos el Líbano y Siria. A cualquiera que hubiera escuchado la conversación se le habría atragantado su humor negro. Pero hay que comprender que forma parte de su instinto de supervivencia. 

Ante el macabro ataque a la fiesta rave y los kibutz, se reían de la ingenuidad de los asistentes, amantes de la paz con Palestina. ¿Qué esperaban, que Hamás se detuviera ante su activismo bienintencionado? También alegaban el hecho pragmático, y para ellos decisivo e hilarante, de que celebrar una rave en esas tierras limítrofes con Gaza era seguramente más barato que en cualquier otro lugar más cercano a Tel Aviv. Son datos logísticos que no se ven con claridad desde Madrid.

Es fácil imaginarse a Ione Belarra, y a todos los pijos de Harvard que defienden a los terroristas, en esa fiesta rave en Ashkelon, bailando por la paz en el mundo, o visitando el kibutz de Kfar Aza, famoso por ser uno de los primeros que fundaron los colonos de izquierdas tras la creación del Estado de Israel. Sus habitantes solían visitar con frecuencia Gaza para comprar en sus mercados y apoyar su economía local. Incluso presumían de tener amigos gazatíes.

Digo que es más fácil imaginar a la ministra en funciones y a los harvardianos en ese entorno que defendiendo a mis amigos gais o promoviendo la ley trans en la Franja de Gaza, con las consecuencias que ello podría acarrear para su seguridad. ¿Se anima la señora Belarra a facilitar un cursillo acelerado para los terroristas salafistas de Hamás sobre la ley del 'sólo sí es sí' antes de violar a las chicas de la rave y de los kibutz, torturarlas, secuestrarlas y asesinarlas

La sinrazón de que hayan sido estos kibutzniks de la izquierda progresista las primeras víctimas del ataque terrorista de Hamás parece no pesar en la conciencia de Belarra y compañía, ni siquiera para llamar a los asesinos "terroristas", una calificación de la que mis amigos no tienen la menor duda.

Eso no pone en entredicho su apoyo por las víctimas civiles palestinas, y su descontento con la brutalidad habitual de las Fuerzas de Defensa Israelíes (IDF). Para ellos el criterio de condena es el mismo: las víctimas civiles.

Es impactante la cantidad de civiles muertos que producen las guerras. A Belarra y compañía les conmueven los palestinos muertos, pero no los israelíes muertos, que sí conmueven y mucho a la derecha española. Una derecha que por algún motivo cree que el gobierno populista, nacionalista y religioso sionista de Benjamin Netanyahu, que está aniquilando la democracia y la separación de poderes en Israel, representa los valores democráticos occidentales.

Los jaredíes ortodoxos, que antes vivían apartados de los laicos, hace años que, claramente más desinhibidos, se acercan hasta las playas de Tel Aviv para avergonzar a los depravados playeros. La idea misma de la fundación del Estado de Israel, basada en la creación de una identidad étnico-religiosa que busca asentarse en un territorio por una supuesta promesa mística de hace más de 3.000 años se opone a cualquier evidencia científica. El compromiso inicial era el de respetar a los residentes locales de esa región antes perteneciente al Imperio otomano, y podemos seguir escarbando en el pasado y culpar a los británicos.

"Más civiles han muerto en Siria en una década que en todo el conflicto palestino-israelí en siete"

Pero esa es la trampa de los conflictos en el Creciente Fértil. Que cuanto más te arrimas a sus orígenes, justificaciones y al Talión, más se pierden de vista los derechos humanos.

Todavía vemos de manera regular bebés muertos en los bombardeos del régimen de Bashar Al-Assad contra sus propios civiles en el noroeste de Siria y nos preguntamos por qué a estos cadáveres nadie los defiende. Más civiles han muerto en Siria en una década que en todo el conflicto palestino-israelí en siete.

Al-Assad está acusado de crímenes de guerra por la ONU. Pero no hemos oído ninguna condena por parte de la izquierda española. Y eso que esta guerra sí ha tenido tremendas consecuencias para Europa, con oleadas de millones de refugiados sin precedentes en décadas y atentados terroristas que, entre otros motivos, sí han exacerbado la pujanza del racismo y la supremacía de la derecha en occidente.

Manifestación a favor de Hamás en París.

Manifestación a favor de Hamás en París. EFE

Es curioso, porque las víctimas civiles sirias son las mismas que las palestinas: son musulmanes sunitas. Sólo que a unos, los palestinos, los apoya Irán, y a los otros, los sirios, se les bombardea con la ayuda de Irán y de Rusia. ¿Y nadie se pregunta qué hace Irán, una teocracia persa chií, eterna enemiga de los suníes, apoyando a un grupo terrorista palestino sunita? 

Tampoco hemos escuchado a la izquierda española condenar la invasión rusa de Ucrania, que también ha tenido tremendas consecuencias para el mundo. De nuevo quien bombardea es Putin, que dice ser de izquierdas. ¿Será que Belarra, más que por los derechos humanos, se guía por Teherán y Moscú? ¡El antiimperialismo!

¿Será que la derecha se arrima a todo lo que rezume poder y riqueza, a la ley de la selva, sin comprender que vivir en paz consiste en que cada uno cede en algo para que todos ganemos? A nadie se le escapa que Europa estos días condesciende ante el peso de ese poder, ya sea al imperialismo de Israel como al de los petrodólares del Golfo, artífices de la propaganda suní.

Ya. Oriente es un lío. Pero mis amigos lo tienen claro. Lo que hay que hacer es seguir los hashtags, porque en eso consiste la empatía estos días. Seguimos cualquier hashtag que sea tendencia, el de #saveukraine ya no está disponible, así que hemos regresado al #savegaza, me dice uno de ellos, ridiculizando a los izquierdistas de salón de la opinión pública occidental.

*** Marga Zambrana es periodista, corresponsal en China desde 2003 y en Oriente Medio desde 2013.

Campaña local para difundir el conocimiento sobre la cultura ucraniana local, suprimida durante la época soviética, en Járkiv (Ucrania).

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