¿Fue ingenuo Kissinger con China?
Si China y EE UU entran en guerra, Kissinger será considerado uno de los estadistas más ingenuos de la historia al haber abierto las puertas de la economía global a Pekín.
Siendo Estados Unidos un país de emigrantes, no es extraño que el diplomático más emblemático del siglo americano fuera un judío nacido en Baviera. Su amplia trayectoria profesional está ligada, sobre todo, a China.
Tras dos viajes preparatorios, en julio y octubre de 1971, Kissinger acompañó al presidente Richard Nixon en su viaje de febrero de 1972, que alumbró un nuevo orden internacional. Pocos gestos tan dramáticos como este había visto la diplomacia moderna. Sólo la alianza franco-rusa de 1892, el pacto anglo-ruso que convirtió la anterior en la Triple Entente, o el pacto germano-soviético de 1939.
Estados Unidos inició así lo que Kissinger llamó "cuasialianza" con una de las dos grandes potencias comunistas para contener la agresividad de la otra, la Unión Soviética. También, para conseguir el apoyo chino en el empeño de poner fin a la guerra de Vietnam. Fin del que dependía la reelección de Nixon.
Eso fue verdadera realpolitik. Como cuando Richelieu, un cardenal de la Iglesia Católica, impuso la razón de estado, aliándose con los protestantes y el turco para romper el cerco de los Habsburgo. La ambición de poder por encima de las consideraciones ideológicas o morales.
"Entre Nixon y Trump, China protagonizó el proceso de desarrollo económico más extraordinario de la historia universal"
La política de engagement de Estados Unidos con China iniciada por Nixon fue continuada por sus sucesores hasta Donald Trump, que con sus aranceles y restricciones tecnológicas pasó a una política de containment. El objetivo era frenar el ascenso económico, tecnológico y geopolítico de China por todos los medios.
Joe Biden, contra lo que muchos esperaban, mantuvo esa política, añadiéndole una dimensión ideológica (democracia contra autoritarismo), a la que tan reacio era Kissinger, y la consolidación de los lazos militares en el ahora rebautizado Indo-Pacífico.
Entre Nixon y Trump, China protagonizó el proceso de desarrollo económico más extraordinario de la historia universal. Su PIB pasó, a precios de mercado, de ser el 6% del de Estados Unidos en 1978 (fecha del inicio de la reforma económica de Deng Xiaoping) al 75% de la actualidad.
En paridad de poder adquisitivo, el PIB de China adelantó al de Estados Unidos en 2014, y es ahora en torno a un 20% mayor.
El PIB per cápita pasó de los míseros 150 dólares en 1978 a 12.700 a precios de mercado y 21.200 en paridad de poder adquisitivo en 2022, según el Banco Mundial.
Procesos de desarrollo similares tuvieron lugar en Japón o en los cuatro pequeños dragones asiáticos (Taiwán y Hong Kong, de etnia china; Singapur, de etnia china en un 75%; y Corea del Sur, muy ligado históricamente a China y de cultura confuciana).
La diferencia decisiva de China con todos ellos es el inmenso tamaño de esta última.
"Kissinger se quejaba de la eterna propensión americana a arremeter contra China"
Se comprende la preocupación de Estados Unidos, y de cualquier otro país, ante la eclosión volcánica de China. Eclosión que ha sacudido las placas tectónicas de la geoeconomía y la geopolítica globales. Uno de los pocos consensos hoy en Estados Unidos es que hay que frenar el ascenso de China.
Kissinger fue una de las voces más cualificadas que se opusieron a esta política "equivocada". El diplomático se quejaba de "la eterna propensión americana a arremeter contra China". Kissinger consideraba la política de confrontación desacertada y propuso la creación de una Comunidad del Pacífico encabezada por Estados Unidos y China.
Sólo una minoría comparte hoy en Estados Unidos estas ideas.
Y entre esa minoría, cien de las mejores cabezas del país en materia de política exterior y de seguridad, firmantes de la carta abierta dirigida a Trump que, con el título China is not an enemy, se publicó en el Washington Post el 3 de julio de 2019. En ella señalaban que el intento de frenar a China "como sea" perjudicará a los Estados Unidos y al resto del mundo, y que sus aliados no le seguirán.
Estados Unidos cometió un tremendo error al dejar a Rusia, cuando el pobre Gorbachov lo había regalado todo gratis, fuera de la estructura de seguridad europea. Se frustró así la gran ocasión de haber hecho un mundo mejor, asentando una coexistencia pacífica a largo plazo y tal vez la democracia en Rusia.
Kissinger no estaba entonces en el poder. Cuando, en 2014, Putin ocupó Crimea, Kissinger propuso la neutralización de Ucrania, idea en la que coincidió con la otra gran cabeza geopolítica americana de las últimas décadas, Zbigniew Brzezinski. Estados Unidos pagó un precio muy alto con el trato dado a Rusia, al empujarla a los brazos de China.
La historia, en su momento, emitirá su veredicto sobre Nixon y Kissinger. Si la relación sino-americana se reconduce, las dos grandes potencias encuentran un modus vivendi y evitan llegar a las manos, ese veredicto será positivo. Si la cosa acaba en una guerra, Nixon y Kissinger serán considerados dos de los estadistas más ingenuos de la historia universal, al haber abierto las puertas de la economía global a China.
Y eso por mucho que acabar con la pesadilla de Vietnam, un conflicto que estaba destrozando a la nación americana, y contrapesar la agresividad de la Unión Soviética fueran metas necesarias a corto plazo. Como suelen hacer los políticos en las democracias, se puso en ese momento el corto plazo, y ante todo las necesidades electorales inmediatas, por encima de las consideraciones a largo plazo.
Napoleón había advertido: "Dejad que China duerma, porque el día que despierte, el mundo temblará". Nixon y Kissinger, al igual que los sucesores de ambos hasta Trump, decidieron ignorar esta advertencia. Fue una realpolitik a corto plazo.
"No hay misión más importante para la UE que intentar que Estados Unidos y China lleguen a un entendimiento que garantice la paz"
Europa, por su parte, pide autonomía estratégica y también la otra cara de la moneda: ser un poder moderador. La UE no es partidaria de una guerra fría, menos aún caliente, con China.
Bruselas ha conseguido, junto a las grandes multinacionales americanas, moderar a la Administración Biden para que abandone el decoupling, un corte radical de todo tipo de relaciones económicas y tecnológicas con China, en aras de un todavía indefinido de-risking.
No hay misión más importante y honorable para la Unión Europea que intentar que Estados Unidos y China lleguen a un entendimiento que garantice la paz, el crecimiento económico y la solución de los grandes desafíos globales.
Quiero añadir unas palabras sobre los contactos personales que mantuve con Kissinger.
Le conocí en abril de 1980, cuando fue recibido por el presidente Adolfo Suárez y yo dirigía el Departamento Internacional de su Gabinete (quién me iba a decir entonces que pasaría doce años de mi vida en China, sirviendo allí tres veces como embajador).
Unos meses más tarde, le visité en su despacho de Nueva York y me mostró su malestar por la legalización del PCE. Tuve que explicarle que, sin ella, la transición pacífica a la democracia habría sido muy difícil, si no imposible. Él creía que los partidos eurocomunistas eran caballos de Troya de la Unión Soviética para minar desde dentro las sociedades de Europa Occidental.
Mi impresión fue que de España tenía una versión sesgada. Todo lo veía con las gafas del enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
*** Eugenio Bregolat es diplomático y exembajador de España en China.