Todos conocemos la tragedia. El 7 de octubre, Hamás entró en Israel para iniciar una nueva carnicería de judíos. Mató a unos 1.200 israelíes, sin distinción y con métodos medievales, como un verdadero pogromo. Ese mismo día, Israel prometió puño de hierro contra la organización terrorista que rige Gaza.
Algunos temimos lo peor. Una parte se ha cumplido. Casi dos meses después estamos ante la destrucción humana y física de buena parte de Gaza. Y ya hemos pasado por una tregua que alivia el sufrimiento de dos pueblos, pero no da solución a ninguno.
Algunos analistas han resaltado las virtudes de un alto el fuego más prolongado. A la liberación de rehenes y la reducción de bajas civiles añadiría la rebaja de las tensiones en Cisjordania, de las opciones de una escalada internacional y de la radicalización entre las víctimas del asedio. Pero, como decía, con esto no basta.
¿Qué se puede hacer para propiciar una paz duradera en ese territorio entre el río Jordán y el Mediterráneo? Algunos líderes mundiales lo tienen claro: la creación de un Estado palestino compuesto por Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este y gobernado por la Autoridad Palestina. Es decir, ni por Israel ni por Hamás.
El alto representante de la Unión Europea, Josep Borrell, ha defendido recientemente la conocida como solución de los dos Estados no sólo por una cuestión de dignidad, humanidad y justicia para el pueblo palestino. También para neutralizar el terrorismo y ofrecer más garantías de seguridad a Israel. Es lo mismo que defendió Pedro Sánchez en Jerusalén ante Benjamin Netanyahu.
¿Es el plan que traerá la paz a Israel y Palestina? Seamos claros. Esta solución ha fracasado cada vez que se ha negociado. Requiere como condición necesaria que tanto los palestinos como el resto del mundo árabe respeten y reconozcan el Estado judío, sorteando las presiones de Irán. Pero no sólo eso. Los intereses de los árabes tendrán que coincidir con Estados Unidos y la derecha de Israel. También en asuntos tan delicados como los territorios ocupados.
Sólo entonces el sueño de dos Estados que convivan en paz y armonía encontrará una pequeña rendija por donde colarse.