Pedro Sánchez, durante un mitin celebrado en Valencia en la campaña electoral de las últimas Elecciones Generales. EP

Pedro Sánchez, durante un mitin celebrado en Valencia en la campaña electoral de las últimas Elecciones Generales. EP

LA TRIBUNA

Pedro Sánchez, Narciso y Lola Flores

Sólo Narciso podría enamorarse tanto de sí mismo como para decirle a España que tiene que parar y valorar si a él le merece la pena seguir o no en la Moncloa.

27 abril, 2024 02:12

El político italiano Giulio Andreotti dijo que gobernar no consiste en resolver problemas, sino en hacer callar a quienes los plantean.

El problema de Sánchez se lo ha planteado su esposa. Que, efectivamente, se mantiene callada en el tema que afecta a sus actividades privadas y que no podría realizar si no fuera la esposa del presidente del Gobierno.

Es decir, son actividades privadas que se realizan con apoyo en lo público.

Pedro Sánchez junto a Begoña Gómez.

Pedro Sánchez junto a Begoña Gómez.

Y eso sí que nos interesa a todos. Aunque Sánchez entienda la política como el arte de impedir que la gente se meta en lo que sí le importa.

La política ha dejado de ser el arte de arreglar las cosas y se ha convertido en el de contarlas. Pero también en el arte de ocultarlas y, básicamente, en el de hablar de otra cosa. O sea (y volvemos a Andreotti), en hacer callar a quienes plantean los problemas.

Para eso, para no hablar del problema, Sánchez ha decidido generar otro y hacer dejación de funciones durante cinco días. Hasta el lunes, decía la carta al personal que colgó en X como quien cuelga una nota en la nevera o como el adolescente que medita irse de casa porque está enamorado y nadie le comprende.

"La carta abierta de Sánchez, llena de referencias a medios y a personas a quienes descalifica con desprecio, intenta dividir a los españoles y levantar un muro de enfrentamiento"

Pero lo que se espera de un presidente del Gobierno, incluso de los mediocres y de los nefastos, es que se comporten como adultos. Se espera que, si meditan sobre su dimisión, lo hagan en privado hasta que lo decidan y no dejen al país colgado cuatro días con el cartel de las antiguas series de televisión: "Continuará…". 

La carta abierta de Sánchez, llena de referencias a medios y a personas a quienes descalifica con desprecio, intenta muy deliberadamente dividir a los españoles, levantar un muro de enfrentamiento, inventarle a cada español un enemigo político para que, en defensa propia, lo vaya destruyendo.

Y es verdad que España está ya dividida en dos bandos muy distintos. Los que creen que Sánchez puede hacerlo todo y los que tememos que, en efecto, eso sea así.

Una prueba de que puede hacerlo todo es que ha inventado el tiempo muerto en política. Que no consiste en que no haga nada, ni legisle, ni actúe, ni se mueva, porque no haya Presupuestos, ni pueda aprobarlos, o porque no le dejen moverse sus socios.

Consiste en hacer puente de miércoles a lunes porque tiene que deshojar la margarita.

Sólo Narciso podría enamorarse tanto de sí mismo como para decirle a España y al mundo que tiene que parar cuatro días para mirarse en el espejo y valorar si a él le merece la pena seguir o no en la Moncloa.

Y ahora espera aclamaciones, peticiones, procesiones, movilizaciones, manifestaciones de cariño. Quiere saber si le quieren tanto como para que haga un esfuerzo y se quede a gobernar contra la derecha y la ultraderecha, contra la mitad de los votantes, a gobernar las instituciones, a las televisiones a las redacciones de prensa y a los jueces, que necesitan más palo y menos zanahoria.

Sánchez quiere saber si le quieren, no en las urnas, sino en las calles, no los votantes, sino las masas. No los españoles, sino los españoles que a él le gustan.

Es decir, que él quiere seguir y ahora sólo tenemos que pedírselo. Con respeto. Sin nombrar a Begoña. Porque ni un juez tiene derecho a nombrar a Begoña. O se va.

Por eso hace lo que decía Lola Flores: "Sé querer y sé también cómo tienen que quererme para que yo siga queriendo". Y ya, de paso, votarle en las catalanas y en las europeas mientras él canta con Lola aquella canción: "Ay, que cómo me la maravillaría yo".

Porque no creo que esté leyendo a Umberto Eco.

*** Juan Carlos Arce es escritor y jurista.

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