Los dos errores del caso Begoña Gómez
Begoña Gómez no ha negado ninguna de las acusaciones. Ni las reuniones, ni las recomendaciones, ni las adjudicaciones públicas, ni los beneficios recibidos.
A diferencia de los grandes crímenes del género negro más clásico, que se agotaban en un único y aristocrático cadáver o en un único y grandioso robo, al caso Begoña Gómez no parece bastarle con una sola trama. Son muchas las que lo forman, aunque, según nos cuentan las crónicas, ninguna de ellas parece que sea excesivamente grandiosa.
En periódicos e informativos, día tras día, se suceden las muescas en la culata del caso.
1. Reuniones con comisionistas y empresarios ávidos de rescates millonarios.
2. Concesión de los rescates perseguidos y entrega de beneficios varios por los rescatados.
3. Cartas de recomendación para la adjudicación de contratos públicos a empresarios amigos y BOEs recurrentes con la adjudicación de contratos públicos a empresarios amigos.
4. Utilización de empleados públicos para negocios privados.
5. Peticiones de colaboración a empresas dependientes del Gobierno.
6. Uso en beneficio propio de creaciones ajenas.
7. Llamadas desde la Moncloa y reuniones en la Moncloa con quien se quiere como jefe.
8. Contratos conseguidos en contra de todo precedente.
"Lo único que ha negado Begoña Gómezes la relación de causalidad entre unas acusaciones y otras, o sea, que su condición de mujer del presidente sea el denominador común que une todas las piezas del puzzle"
Begoña Gómez no ha negado nada de todo esto. Absolutamente nada. Ni las reuniones, ni las recomendaciones, ni las adjudicaciones públicas, ni los beneficios recibidos.
Lo único que ha negado es la relación de causalidad entre unos y otros, o sea, que su condición de mujer del presidente del Gobierno sea el denominador común que une todas las piezas del puzzle.
Y como no parece probable que ninguno de los funcionarios o autoridades implicados vaya a llevarle la contraria confesando que el prevalimiento de tal condición por doña Begoña haya sido la causa de su resolución, podemos aventurar que, más allá de ilícitos civiles e infracciones administrativas, no será fácil probar que la conducta de la mujer del presidente del Gobierno sea constitutiva de delito.
Pero en un Estado de derecho decente y civilizado, que algo no sea delito no significa que no sea inmoral o políticamente reprochable. Y el caso Begoña Gómez lo es. Ambas cosas.
De aquí nace el primer error cometido en el análisis de este caso (error tan torpemente padecido en sus inicios por el Partido Popular, aunque parece que ya, por fin, felizmente superado): centrar exclusivamente el foco del análisis en la dimensión penal de la conducta de Begoña Gómez, limitando así lo que hay de condenable en el caso a su eventual trascendencia criminal.
Y es que si los tribunales resolvieran que no hay delito, ello facilitaría el camino a la bárbara conclusión (tan claramente ansiada por Ferraz y la Moncloa) de que aquí no ha pasado nada.
Tras el error en el qué, el error en el quién debe considerarse como responsable principal de este caso.
La responsabilidad moral de Begoña Gómez y de su marido es de primero de Manual del Buen Ciudadano. O del catecismo. La primera, por sus acciones. Y el segundo, también por sus acciones, a la luz de sus reiteradas declaraciones sobre la unidad de destino en lo matrimonial que forma con su mujer.
La responsabilidad política del presidente del Gobierno resulta igual de abrumadora, y ello sobre la base, una vez más, de sus propias manifestaciones. Baste recordar su célebre "y hay más, y hay más" con el que acompañó la intervención de su vicepresidenta María Jesús Montero en sede parlamentaria en el momento en el que esta estaba propalando el bulo de que una empresa de la mujer de Alberto Núñez Feijóo había recibido una ayuda de la Xunta cuando este la presidía.
Parece lógico concluir que si el presidente consideraba justo reprochar al líder de la oposición esta (inexistente) conducta de su pareja, se debe a que esos son sus estándares de responsabilidad política, aplicables a todos y, por tanto, a él mismo.
Pero el sujeto responsable que realmente debe importar no es ni la señora Gómez ni su marido, pues, pasado el tiempo, ni las andanzas de la primera darán siquiera para inspirar un sainete de provincias, ni el desempeño del segundo como presidente del Gobierno justificará poco más que una vergonzante nota a pie página de la historia de España, impuesta tan s´lo por el respeto a la cronología.
El único "quién" que importa en este escándalo es el del PSOE, a la vista de su suicidio deliberado como partido constitucionalista a manos de sus militantes y dirigentes.
Dirigentes que, con sus presiones y ataques al juez Peinado, están atacando los pilares básicos de nuestro Estado democrático de Derecho y, por tanto, poniendo en peligro los derechos y el futuro de sus compatriotas. Y todo, simplemente, por no perder su mísera cuota de pesebre o de poder.
En cuanto a los militantes, qué decir de las imágenes que los informativos nos transmiten de los actos del PSOE, en las que, una y otra vez, vemos renacer la triste España en blanco y negro del NODO más siniestro. Hooligans aplaudiendo enfervorecidos la presencia de la Mujer de su Líder a la vera de este, que sonríe, entre complacida y asqueada por tanta cercanía, ante la humillación de la masa coreando el "Begoña, compañera, estamos contigo", revival del "¡vivan las caenas!" de 1823 con el que se aclamaba al rey felón Fernando VII.
Militantes que siempre están y estarán dispuestos a anteponer su ideología a la democracia. Pero la ideología ficticia, la del folclore de sus aquelarres mitineros, que no la real, la de Redondo y Leguina, humillada una y otra vez en los pactos de su jefe con la ultraderecha más racista e insolidaria.
En realidad, lo peor no es la servidumbre voluntaria de unos y otros al caudillismo. Lo peor es que, además de voluntaria, su servidumbre no les avergüenza.
*** Marcial Martelo de la Maza es abogado y doctor en Derecho.